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¿Es el lenguaje no incluyente, excluyente?

Por: Sergio Téllez Casallas, estudiante de séptimo semestre de Derecho. s.tellez10@uniandes.edu.co

A través de ejemplos ilustrativos, un estudiante cuestiona la viabilidad del lenguaje no incluyente, demostrando así que la visibilidad de la mujer no se logra a través de la lingüística sino a partir de la sensibilización social.

El “lenguaje incluyente” es aquella idea que parte de la premisa según la cual las expresiones nominales construidas en masculino, con la intención de abarcar los dos sexos, son discriminatorias (machistas). Pues, invisibilizan o ponen en segundo lugar a las mujeres. Por ende, busca que el emisor del mensaje, al utilizar el lenguaje, haga una diferenciación refiriéndose por separado al sexo masculino y al sexo femenino. Un ejemplo que refleja lo anterior es el siguiente: el presidente en sus alocuciones, debería decir “buenas noches colombianos y colombianas” y no “buenas noches, colombianos”, pues al decir únicamente colombianos está excluyendo a las mujeres que tienen la nacionalidad de nuestro país.

Ahora bien, ¿es cierto que el lenguaje al generalizar en masculino discrimina? Mi respuesta es no. Para sustentar mi negativa, pensemos en el siguiente ejemplo, si el presidente en sus discursos dijera “buenas noches personas colombianas”, yo como hombre, a pesar de que la palabra personas tiene género femenino, no me sentiría excluido, pues sé que aquella generalización no pretende la exclusión del sexo masculino sino, por el contrario, entiendo que la razón de ser de esa expresión es la economía del lenguaje. Sería poco útil y confuso exigirle al presidente que se refiriera en su alocución de la siguiente manera, “buenas noches, personas colombianos y colombianas” o “buenas noches personos y personas”. O, imagínense otro engorroso problema que tendríamos al aplicar con rigurosidad el principio detrás del “lenguaje incluyente” si los animales tuvieran conciencia lingüística. Así, por ejemplo, no podríamos decir “las langostas” sino “las langostas y los langostos” pues la palabra langostas al ser de género femenino estaría excluyendo a las langostas macho. Lo mismo pasa con la expresión “seres humanos”, tendríamos entonces que referirnos mejor a “seres humanos y seres humanas” o a “seres humanas y humanos”.

Revelador es en este sentido la anécdota del columnista de El Espectador, Hector Abad Faciolince a quien me permito citar: “En la casa éramos seis, cinco niñas y un niño. Por eso crecí creyendo que el género gramatical femenino era la norma lingüística ‘por defecto’, el marcador universal para englobarnos a todas. El plural femenino nos incluía a todos los hijos (en mi casa se hubiera dicho ‘a todas las hijas’). Cuando mi mamá decía, ‘¡báñense, niñas, que nos vamos para el centro!’, yo sabía muy bien que una de esas niñas era yo. No me sentía excluido; hubiera sido muy pedante que ella dijera: ‘¡Báñense, niñas y niño!’”. Y más adelante dice: “Salí de mi casa, donde la norma gramatical que nos englobaba a todas era la forma femenina, y entré al mundo, donde la norma gramatical para entenderse bien y rápido era la otra: lo masculino incluía a las mujeres. Eso no me hizo sentir ni mejor ni peor. Era así, y basta. Era una manera de entenderse rápido y sin complicaciones”. En últimas, es cuestión de pura economía del lenguaje.

Otro argumento en contra del “lenguaje incluyente” es que, no hay relación entre el género de las palabras con el sexo del sujeto/objeto al que éstas se refieren. De este modo, uno dice “el águila”, es decir un artículo masculino (el) que precede a un sustantivo femenino (águila), para referirse a un macho de esa especie. Pero ojo, si uno dice, “la elegante águila”, utilizando un artículo femenino, no por eso uno deja de referirse al águila macho del supuesto anterior. Todo es cuestión de una estética accidental, no de discriminación o machismo. Es tan insulsa esta lucha que no tendría sentido en un país de habla inglesa, pues, normalmente en inglés los sustantivos que hacen referencia a los objetos no llevan ninguna marca para determinar su género. No podríamos diferenciarlos ni con la ayuda del determinante, ni con la del adjetivo ya que son invariables. Por ejemplo, con la palabra “the prosecutor” que traduce “fiscal” a secas, resulta imposible determinar de la expresión si se refiere a una mujer o a un hombre. No quedaría más remedio que valerse de algún pronombre marcado (she o he, her o him, etc); o bien, deducirlo del contexto, verbigracia “Jennifer the prosecutor” / “John the prosecutor”. Asimismo, los pronombres colectivos “we” y “they” son de igual forma de género semántico neutro y al traducirse al español pueden significar respectivamente nosotros o nosotras o ellos y ellas. Se demuestra entonces que el género no es más que una característica estructural y accidental del lenguaje.

Ahora bien, con el paso del tiempo el “lenguaje incluyente” se ha sofisticado a tal punto de sugerir, por ejemplo, que el presidente entonces deba decir “buenas noches ciudadanas” y que a su vez los receptores de dicho mensaje hagan de cuenta que este se refiere a tanto a colombianos como a colombianas. Lo anterior se vuelve un argumento problemático, pues no se entiende cómo es posible -para los seguidores de esta idea- que las expresiones nominales al ser construidas en femenino no sean discriminadoras o excluyentes pero que al serlo en masculino sí. En otras palabras, terminan haciendo lo que supuestamente están criticando, porque no tiene sentido dejar de emplear palabras acabadas con el grafema ‘o’ y significado genérico, sino se va a hacer lo mismo con las que terminan en ‘a’ y también integran ambos sexos. Recogiendo todo lo anterior, es factible, sin querer que me tilden de machista o algo parecido, afirmar que: el género gramatical es independiente del sexo de las personas a las que se refiere y que utilizar el “lenguaje incluyente” (entendido éste como se describió en el primer párrafo), haría casi imposible la comunicación y el entendimiento entre las personas, debido a que sus exigencias causarían serias implicaciones prácticas al comunicarnos.

Así, como dice Abad Faciolince, no hay que “visibilizar” a las mujeres ahí [en el lenguaje] pues están tan a la vista como los hombres. Tanto el movimiento feminista como el resto de personas, deberíamos esforzarnos en cambiar la connotación negativa que tienen algunas expresiones que se utilizan generalmente al hablar (el léxico). Una buena muestra de esto es la campaña #LikeAGirl, que busca quitarle ese “halo” de inferioridad a la expresión “lo haces como una niña” que se refleja en los típicos “corres como niña o golpeas como niña” pues dichas frases parten de un estereotipo equivocado de una mujer débil y poco talentosa. Pero atentos, estos cambios no se hacen modificando las reglas gramaticales del español, se hacen es a través de la sensibilización social de que hacer una cosa como una mujer es igual o incluso mejor que hacerla como un hombre.

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