Mentalidad genocida

La mentalidad genocida, según nos dice el autor, es el gran problema presente en nuestra sociedad. Aquí, nos explica por qué.
Por: Juan David Torres Alarcón. Estudiante de sexto semestre de Economía en la Pontificia Universidad Javeriana. torresjuan@javeriana.edu.co
Tiempo atrás, quien fue elegido como el “gran colombiano” aseveró en un foro en Madrid que la Unión Patriótica se “autoexterminó”. De la misma manera con la que se justifica la violencia de género, este sujeto apeló al tan mentado “se lo buscó” o “dio papaya” para explicar la barbarie. Sin embargo, no hay por qué sorprenderse. Este ha sido, por décadas, el argumento de marras para subestimar –y hasta negar– el genocidio político en Colombia.
Steven Dudley, en su obra Armas y Urnas, afirma que la sociedad colombiana condenó a la UP a perecer desde antes de su surgimiento como partido político. De hecho, en 1983 – un año antes del pacto de La Uribe– la tercera persona más popular del país, según encuestas, era el general Landazábal, conocido por sus diatribas contra los comunistas, de quienes espetaba que eran asesinos por naturaleza, guerrilleros y enemigos públicos a los que se debía exterminar sin remilgos. Guardadas las proporciones, el general era el “gran colombiano” de la época.
No en vano, Dudley recuerda las invectivas de Landazábal para argumentar que el mayor enemigo de la UP no disparó una sola bala contra alguno de sus miembros. Este enemigo se encuentra allende los sicarios o los mismos autores intelectuales. Va más allá de esa red acéfala de destrucción –Estado, paramilitarismo, narcotráfico, terratenientes– que menciona Andrei Gómez-Suárez en su disquisición sobre los bloques perpetradores que aniquilaron a la UP. No se le puede personalizar en una u otra figura que legitime el genocidio político. Después de todo, estas no son más que unas consecuencias del verdadero enemigo. El problema no está en uno u otro “gran colombiano” sino en la sociedad y en la forma en la que ésta ha sido educada, lo cual tipifica y normaliza el genocidio político.
Ahora bien, ¿quién es este enemigo? Gómez-Suárez trabaja profundamente el concepto de la mentalidad genocida en Colombia, que ha sido examinado a profundidad por autores como Robert Jay Lifton para el caso de la shoah judía en la Alemania nazi. Esta mentalidad encuentra sus condiciones de posibilidad en una sociedad que normaliza la violencia como medio para resolver sus conflictos, estigmatizando a quien piensa diferente y legitimando la barbarie. Fue esta mentalidad el enemigo que nunca le brindó a la UP una oportunidad para aclarar su origen, aquel que siempre se comportó como esa “fuerza letal que entra a matar” que tanto deslumbra a algunos senadores. La mentalidad genocida especula, generaliza y atribuye propiedades peyorativas a los movimientos sociales de manera arbitraria. Es una mentalidad que ve en el bullying su esencia. Esta considera que unas vidas humanas valen menos en la medida en que persiguen ciertos ideales, determinando quiénes son ciudadanos “de bien” y quiénes no. De esta manera, si ocurre el exterminio es porque las víctimas no tuvieron en cuenta estas reglas de juego.
En este sentido, la reflexión sobre la mentalidad genocida atañe al conjunto de la sociedad. De nada sirve señalar culpables y responder con la misma moneda, estigmatizando, generalizando e insultando de vuelta a los que padezcan de esta mentalidad. Estas conductas anulan el diálogo, algo deletéreo para la democracia. En realidad, un país que busca reconciliarse requiere de una reflexión de fondo que intente dar cuenta de por qué se normaliza la violencia clasificando a los seres humanos, restándoles valor selectivamente. Es algo urgente, máxime cuando estamos vislumbrando la escalada de violencia contra los líderes sociales, la cual ha dejado 156 víctimas mortales en los últimos catorce meses.
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