Hablar español: ¿Orgullo o vergüenza?

Si se trata de juzgar por apariencias, la misma naturaleza superficial de la sociedad en la que vivimos debería ser una motivación para ser impecables con la forma en que nos expresamos.
Por: Juan Felipe Díaz. Estudiante de quinto semestre de Derecho, opción en Periodismo y miembro del Consejo Editorial. jf.diaz13@uniandes.edu.co
No cabe duda de que, a primera vista, podemos considerarnos como una población privilegiada por contar con el español como nuestra lengua materna. El año pasado, el Instituto Cervantes, como parte de su misión de promover el aprendizaje, estudio y enseñanza de la lengua española en todo el mundo, publicó cifras alentadoras en su anuario El español en el mundo. Éste estableció el rápido crecimiento que tuvo la población hispanohablante en el mundo durante las últimas dos décadas. Gracias a esto, se posicionó como el segundo idioma más influyente a nivel mundial, por encima del inglés, el alemán y el francés, únicamente superado por el chino mandarín. A su vez, se estableció que en un futuro cercano será un elemento fundamental en la cultura internacional. No obstante, hubo un pronunciamiento de la Real Academia Española que no muchos tuvieron en cuenta: “el estado zarrapastroso de la lengua actualmente”.
Según el Diccionario de la RAE, zarrapastroso se define como: “1. Desaseado, andrajoso, desaliñado y roto; 2. Dicho de una persona: despreciable”. Para efectos del presente texto, quisiera inclinarme un poco más por la segunda definición, a pesar de que no estemos hablando propiamente de una persona. Pero, ¿cómo hablar de un “español zarrapastroso” en el país que, supuestamente, habla el mejor español del mundo? Para muchos esto puede parecer inconcebible, pero aquel que se atreva a negar la realidad del español en nuestra sociedad resultaría ingenuo y sería el principal actor del problema.
De acuerdo con precisiones de la Real Academia, la preocupante calidad del idioma se debe a “una escasa y mala lectura y una deficiente educación en el conocimiento” del mismo. Lo anterior no es del todo descabellado al situarnos en una sociedad como la colombiana, claramente superficial y arribista, en la que importa más aquello que llevamos puesto sobre nuestros cuerpos que aquello que llevamos dentro de la cabeza. Sin embargo, a pesar de esta innegable característica que nos empapa a diario, una pequeña reflexión hace evidente la falta de coherencia de la superficialidad del colombiano.
Para la mayoría, la manera más común de juzgar a una persona es según la manera en que se ve, según la forma en que se presenta ante los demás. Si bien es cierto que la presentación personal es fundamental a la hora de relacionarse con los demás y de crear una buena impresión, se suele olvidar una parte fundamental de nuestra presentación personal: la forma en que nos expresamos. Desde nuestra primera infancia, el idioma materno es un filtro por el cual vemos y entendemos el mundo; empezamos a apreciar y comprender aquello que sucede a nuestro alrededor de acuerdo con los parámetros y límites establecidos por este, y por ende es indiscutible afirmar que gracias al idioma es que somos quienes somos. En últimas, si se trata de juzgar por apariencias, la misma naturaleza superficial de la sociedad en la que vivimos debería ser una motivación para ser impecables con la forma en que nos expresamos.
Ahora, acá se expande el problema un poco más, pues en la vida cotidiana existen dos maneras dominantes de expresarse: la vía oral, a través de cada charla o discusión que entablamos, y la vía escrita, teniendo en cuenta la influencia que tienen las redes sociales en el desarrollo de nuestros días. En cuanto a la manera oral, existen variaciones que hacen que el mal uso del español resulte aceptable. Por ejemplo, la existencia de jergas y coloquialismos hace que usos inesperados y aparentemente erróneos terminen por ser aceptados. A su vez, muchas veces resulta evidente que se puede inferir mucho de una persona por cómo habla y se expresa y, curiosamente, en este sentido parecemos ser un poco más cuidadosos. Sin embargo, lo preocupante salta a la vista en el momento en que se empiezan a analizar las maneras en que nos expresamos de manera escrita. La influencia que han tenido las redes sociales y la tecnología en nuestras vidas ha producido un desdén y una desidia de las reglas gramaticales. Considero que lo anterior no debería ser motivo de discusión en cuanto a las formas de adaptar el lenguaje en las comunicaciones cotidianas escritas como, por ejemplo, abreviaciones de las palabras. El verdadero problema se presenta ante la total falta de cuidado al escribir, catalizado por la falta de una cultura lectora. Con el paso del tiempo y el uso de los dispositivos electrónicos, estas faltas gramaticales y ortográficas han comenzado a ser pasadas por alto e incluso ignoradas, resultando en una caterva de ignorantes a la hora de redactar una oración decente.
El hecho de ser colombianos y de tener el español como lengua materna nos pone en una posición, actualmente, muy privilegiada. Hoy en día alrededor de 570 millones de personas utilizan el español, de las cuales 470 millones lo hablan como primer idioma. Sin embargo, esta posición no es tan glamurosa, pues recae sobre nosotros una inmensa responsabilidad. Gran parte de la expansión casi exponencial del idioma ha sido a través de la tecnología y de las redes sociales, y por esto mismo somos nosotros los primeros que debemos ser correctos a la hora de tratarlo en medios tan masivos. No se trata de cerrarnos a la evolución que pueda tener el idioma, sino de cuidar que esta evolución y constante readaptación a la realidad se lleve a cabo bajo los parámetros establecidos. Esta responsabilidad con el español es también una responsabilidad con nosotros mismos, sabiendo que a través de él comprendemos el mundo y que por eso somos quienes somos. Irrespetar el español, sin importar el punto de vista del que se mire, es irrespetarnos a nosotros mismos, y precisamente por esto debería reconstruirse la preocupación colectiva por su cuidado y el esmero por su sana reproducción. En ese momento podremos sentirnos verdaderamente orgullosos de ser hispanohablantes y, por qué no, de volver a afirmar que hablamos el mejor español del mundo. Por ahora, debemos dejar de engañarnos y ser cuidadosos con nuestro idioma, pues descuidarlo e irrespetarlo en realidad es una ofensa a nosotros mismos.
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Lejos de tratarse de una lengua del imperio, es nuestra lengua y debemos hacer un uso responsable de ella.
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