La permeabilidad cultural: el paso hacia un sistema educativo incluyente

La educación es un tema que indiscutiblemente permea las discusiones políticas y académicas más importantes del país. Luego de su experiencia en un intercambio, esta estudiante miembro del Consejo Editorial describe minuciosamente algunos de los factores determinantes para que Colombia logre progresar en este frágil pero fundamental aspecto: la educación.
Por: María Alejandra Pérez Rodríguez. Estudiante de séptimo semestre de Derecho, opción en Periodismo y Gobierno, y miembro del Consejo Editorial. ma.perez11@uniandes.edu.co
Tuve la oportunidad de realizar un intercambio académico el semestre pasado. Viví en una ciudad increíble y hermosa como lo es Madrid, lugar que cada día me sorprendía y me enamoraba. De esta gran experiencia aprendí a valorar muchas cosas que hoy en día, y de nuevo sumida en mi vida normal, veo con otros ojos. Además, pude conocer una Universidad como la Carlos III, fiel representante de nuestra profesión a nivel mundial. Fue en esa universidad en donde me di cuenta de la diferencia frente al acceso a la educación que hay en Europa, y de la importancia de entender y enriquecerse de las diferencias culturales en nuestro crecimiento académico y personal, y es de eso de lo que quiero hablarles ahora.
En primer lugar, comprendí la gran oportunidad que tengo al poder estudiar en la Universidad de Los Andes, no solo por su calidad y excelencia académica, sino por la cantidad de oportunidades extra académicas que nos ofrece y que, muchas veces, ignoramos. Definitivamente la educación en Colombia está muy subvalorada (como muchas cosas grandiosas producidas en estos países “subdesarrollados”). Es parte de nuestra cultura creer que solo por tener un diploma de alguna universidad europea o estadounidense automáticamente vamos a estar situados por encima del bien y del mal, y que éste sirve para defendernos con el famoso ¿usted no sabe quién soy yo?
Como parte de mi experiencia, tuve la gran oportunidad de conversar con una profesora argentina que me dictó una clase en mi intercambio. Curiosamente se ausentó una semana para dar una conferencia en la Universidad Externado de Colombia. Me contó que venía frecuentemente a nuestro país y que le gustaba mucho porque era donde surgían las conversaciones más interesantes y retadoras. Tal vez su opinión se deba a ese sentimiento latinoamericano que automáticamente se intensifica cuando uno está lejos, o tal vez sea una conclusión genuina de una gran profesora, con una importante trayectoria profesional a quien aprendí a admirar mucho.
¿Cómo perdemos? Pues nos quedamos atrás –y muy atrás–, en el número de “privilegiados” que logran alcanzar una educación de calidad. La educación en Colombia, queramos aceptarlo o no, sigue siendo para un número muy reducido de personas que por sus calidades académicas o más, por sus condiciones económicas, pueden acceder a ella. El problema no es que los jóvenes no quieran estudiar. Las ganas de salir adelante y de aprender hacen parte de la condición humana, pues somos un proyecto en constante construcción. El problema es que muchos entornos no brindan las herramientas suficientes para enriquecer nuestro ser ni las oportunidades para tener un autoconocimiento que encamine a los jóvenes dentro del plan de vida que genuinamente desean.
El verdadero problema, creo, radica en la incapacidad de empoderar a los rincones más alejados del centro de poder y en reconocer que las formas autóctonas de cada una de las distintas comunidades que forman nuestro país enriquecen la educación nacional.
Me llegó al alma algo que leí hace poco, una entre- vista a Alexandra Ardila, “la loca”, un a bogotana que en su “bibliocicleta” se encarga de llevar libros a todos los rincones de la Guajira. Ella explicaba que era la única forma de que la comunidad realmente se enamorara de los libros y aprendiera a leer, pues circulaban dentro de la colectividad y estaban en constante contacto con ellos.
Esto me hace pensar en el egocentrismo de nuestro país y lo alejadas que están estas comunidades de los proyectos y de las políticas educativas, que enriquecerían mucho nuestra cultura. ¿Por qué las mejores universidades del país curiosamente se encuentran en esos lugares donde parece pasar toda la vida social y cultural, como lo son Barranquilla, Medellín y Bogotá? Son lugares donde todos esos famosos que ahora visitan nuestro país van a dar con- ciertos o conferencias sobre temas de actualidad.
Sin embargo, ¿por qué las fotos que vende nuestro país para atraer al turismo son, por el contrario, de las paradisíacas playas de las islas del caribe colombiano, de las dunas del desierto de la Guajira y de la mística selva del Amazonas?
Para mí la respuesta es una y es muy clara: porque somos un país que tristemente todavía vive de las impresiones y de la construcción de fantasías camufladas detrás de duras realidades. A hora, al igual que hace 60 años, se cree que la élite andina del centro del país es la más culta, la más capaz y merecedora para recibir este tipo de insumos más elevados en educación, como si existiera una cierta condición genética para justificar que la ambición y la prepotencia tristemente se intensifica a medida que se adquiere más poder.
Esos paraísos que vendemos al extranjero ansioso por adentrarse en estas tierras lejanas y extrañas tienen igual derecho que nosotros a acceder a una educación de calidad. Pero una educación que reconozca las diferencias culturales, una educación autóctona y no impuesta por los criterios de los rankings anuales (nacionales o internacionales). Porque una vez más, este tipo de clasificaciones lo único que hacen es intensificar indirectamente la necesidad de “pordebajear” al otro y de ver nuestro valor desde la mirada ajena del que creemos superior.
Cierro con la siguiente reflexión: en Europa no está la mejor educación, tampoco está en Bogotá ni en el Amazonas; son las diferencias culturales las que marcan la pauta en la forma de entender el mundo y de cómo aprendemos lo que aprendemos, eso, donde sea que ocurra, creará educación de calidad. No obstante, algo que sí toca reconocer es que en Europa sí existe una educación realmente pública, donde todos (o muchos más que en Colombia) tienen las mismas oportunidades, y que estas se disputan por capacidades y no por poder adquisitivo. El deber para nosotros es entonces extender las oportunidades y entender que esas zonas “exóticas” no son solo sitios para vacacionar, sino que cada una de ellas tiene una gran riqueza.
Hoy puedo decir con total seguridad que he comprobado que estoy en una excelente universidad, con profesores y académicos que admiro y aprecio mu- cho más ahora. Agradezco a Los Andes por haberme dado la oportunidad de estudiar por fuera y de vivir una de las mejores experiencias de mi vida que ja- más olvidaré, en un lugar increíble que me brindó tantas experiencias y me dejó tantos lindos recuerdos. Crecí, aprendí, conocí muchas personas de diferentes países del mundo, y entendí muchas cosas de mi propia realidad que definitivamente cambiaron mi forma de ver el mundo.
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