El oscuro mundo de Álvarez-Correa

En este artículo un miembro del Consejo de Editorial nos invita a hacer una reflexión acerca del uso adecuado de la Biblioteca y del rol que, como estudiantes y usuarios de ella, tenemos respecto a su conservación y respeto.
Por: Javier Felipe Pachón Velasco. Estudiante de quinto semestre de Derecho y Gobierno y Asuntos Públicos y miembro del Consejo Editorial. jf.pachon@uniandes.edu.co
Se arrojan apenas trece resultados al buscar la palabra “respeto” en el buscador de la
Biblioteca de Derecho, una palabra que a decir verdad es cada vez más infravalorada
y “trillada” según algunos. Seré directo: estamos hartos de la arrogancia y la desvergüenza de varios estudiantes que frecuentan la Biblioteca, de la progresiva normalización de varias formas de irrespeto y de la nula acción de los Representantes Estudiantiles.
Para empezar, soy consciente de las palabras del expresidente Mujica, y las comparto: es en casa donde se inculcan los valores, y en las instituciones se aprende matemáticas, lenguaje, ciencias, estudios sociales, inglés, geometría y se refuerzan los valores que los padres y madres han inculcado en sus hijos. Es obvio, la universidad no educa niños, tampoco demanda haber leído el Manual de Urbanidad de Carreño, por fortuna; pero las conductas que vulneren la armonía y la sana convivencia, a las que me refiero más adelante, nos competen a todos y ya va siendo hora de ponerlas sobre la mesa.
La Biblioteca es un espacio para concentrarse, desconectarse del ruido de las personas conversando, del sonido de WhatsApp y del reggaetón a todo volumen. Sí, hay situaciones de fuerza mayor, pero respetemos. La Biblioteca no es para reírse a carcajadas, ni contarle sobre sus vacaciones o desdichas amorosas a sus amigos, ni tampoco para contestar llamadas. Por favor, cerciórese de que sus audífonos estén a un volumen prudente, y el resto no tengamos que escuchar a Maluma mientras leemos a Marcela Castro o a Duncan Kennedy.
Llámeme como quiera, pero ¿en qué momento la Biblioteca se convirtió en el espacio
para ver partidos de fútbol, comer e incluso para jugar videojuegos? Al respecto, cada uno es libre de administrar su tiempo como le parezca, en eso no hay discusión. Además, la matrícula es costosa y usted está en el derecho de utilizar la planta física de la universidad. Pero el tema no es ese, el asunto es de un ínfimo sentido común al utilizar los espacios de la Universidad.
En todo caso, el peor escenario de todos se ha vuelto cada vez más habitual. La Biblioteca a reventar, hay muchos buscando dónde sentarse, y al frente de mí cuatro personajes (dos mujeres y dos hombres) ocupan una mesa completa, dejan sus cosas y regresan —luego de haber almorzado— dos horas después. Con toda la
calma del mundo, uno de ellos rectifica que todo esté en orden, saca su chaqueta de la maleta y se van por otra hora. Es sencillamente una lástima y una falta de respeto la frescura de muchos, que además tienen el descaro de condenar al personal de seguridad
cuando levantan sus cosas. Las personas de seguridad NO son niñeros. Volviendo al tema: compañero, lleve Más control de calidad su maleta a “parchar” con usted, y permita que otros le den el auténtico uso al puesto en el que sus cosas están estorbando, ya es hora de aprender a vivir en comunidad.
La Biblioteca Satélite de Derecho, que no de gratis lleva el nombre de “Eduardo Álvarez- Correa”, un ciudadano ejemplar, y a quien poco honor le hacemos al seguir normalizando este tipo de conductas, tiene un lado bello que se compone de algunos de los estudiantes más prometedores del país y de una colección de alrededor de 40.000 libros [1]. Pero no nos digamos mentiras, la Álvarez-Correa tiene un lado oscuro: nuestros modales.
[1]Según el informe estadístico del 2016 hecho por el Sistema de Bibliotecas de la Universidad de los Andes: https://biblioteca.uniandes.edu.co/index.php?option=com_wrapper&view=wrap per&Itemid=189&lang=es
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