“Trump Baby” y la cultura satírica en el 2018

Por: Matilde Rosa Rincón Lorduy, estudiante de segundo semestre de Derecho y miembro del Consejo editorial. mr.rinconl@uniandes.edu.co
La sátira política no es nada nuevo. Las irónicas composiciones poéticas de Juvenal acerca del tráfico en la Antigua Roma, la sutil crítica de Charlie Chaplin a la mecanización del trabajo en “Tiempos Modernos” y la sección de caricaturas de los periódicos que consultamos a diario son sólo algunos ejemplos de que mientras exista la política, existirá la sátira.
Sin embargo, la noticia de que un globo de 20 pies de alto, cuidadosamente confeccionado para representar al presidente estadounidense Donald Trump haciendo pucheros en un pañal, sobrevoló la ciudad de Londres el pasado viernes, me hizo reflexionar acerca de la magnitud del esfuerzo que es invertida en la creación de las manifestaciones satíricas, así como en las razones que motivan tan peculiar inversión.
“La única forma de llegar a él es rebajarse a su nivel y hablar un idioma que él entienda, uno de insultos personales”, dijo Leo Murray, organizador de una de las protestas en contra de la visita de Donald Trump al Reino Unido y creador del globo bautizado como “Trump Baby”. Tanto “Trump Baby” como los carteles orgullosamente cargados por los participantes de la protesta sirvieron el propósito de denunciar el enfoque del líder estadounidense ante temas como el control de las armas y la inmigración, a través de la ridiculización de su figura y de la parodia de elementos de la cultura popular con frases como “Donald Trump es una pesadilla en cualquier calle” (aludiendo a la película “Una pesadilla en la calle Elm”).
De acuerdo con Lisa Colleta, profesora de la American University of Rome, una gran parte del humor en la cultura popular actual no es sólo irónico, sino que está cargado de conocimiento cínico y autorreferencialidad. Lo anterior significa que el autor de la pieza de humor satírico busca que el espectador se haga partícipe en la creación del significado de las cosas a través de su asociación con situaciones personales o con realidades sociales.
Este análisis explica el éxito de programas televisivos como Saturday Night Live que, a lo largo de sus 43 años en el aire, se ha caracterizado por una comedia eternamente alimentada por elecciones presidenciales y escándalos públicos. Algo similar ocurre con programas paralelos en el ámbito nacional e internacional. Además, existen medios escritos reconocidos, como la revista francesa Charlie Hebdo, la cual se ha dedicado a publicar caricaturas y reportajes satíricos semanales desde 1991.
“Baby Trump”, en conjunto con los ejemplos anteriores, hace evidente que el poder de la sátira no se encuentra en la capacidad de construir algo gracioso a partir de algo serio, sino en la ironía que yace en el hecho de que, a menudo, esa construcción de una realidad irreverente y cínica representa la única voz de cordura en un mundo enloquecido. “Baby Trump” me hizo darme cuenta de que nos encontramos ante la modernización de una forma de activismo político tan inmersa en la cultura como la política misma, ante una nueva forma de dar a conocer lo que Juvenal y Chaplin criticaron, y ante una nueva oportunidad de hacer eco a las voces que denuncian las fracturas constantes que nuestros dirigentes causan en nuestro mundo.
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