¿Se puede emprender en Derecho?

¿La vida es cuestión de método? ¿Somos únicamente lo que nos enseñan? En este artículo el autor nos invita a pensar en las posibilidades que nos abre la carrera de Derecho.
Por: Santiago Arturo Sánchez Martín. Estudiante de noveno semestre de Derecho. sa.sanchez40@uniandes.edu.co
No cabe duda de que estudiar en la Facultad de Derecho de la Universidad de Los Andes resulta ser un privilegio en un contexto educativo y social como el que permea a Colombia. Al enfrentar los retos que nos demandan y los trabajos en los que nos enrolamos, nos damos cuenta de que la formación recibida es de utilidad manifiesta, pues, como pocos lo saben (porque sorprende al tener contacto con otros profesionales del Derecho lo poco que conocen acerca de nuestro método de aproximación al mismo) el estudiante de Derecho y futuro abogado Uniandino no utiliza la memoria como baluarte escénico de su aprehensión conceptual de la ciencia jurídica.
La anterior premisa nos lleva a tener innumerables discusiones con amigos y colegas de otros centros educativos —o por lo menos en mi caso particular— que ven en la capacidad memorística la mayor distinción del profesional del Derecho. Sin embargo, lo cierto es que la metodología Uniandes tiene su sello de calidad y denominación de origen claros, pues se enmarca más en los linderos de una asociación intelectual, racional y cotidiana de los problemas que se le pueden presentar al futuro profesional del Derecho en el ejercicio de la profesión.
Por todo lo anterior, el fuerte del abogado Uniandino, a mi humilde juicio, radica en la capacidad de asociar las instituciones jurídicas correctas que demanda un determinado caso, para apuntalar con potencia la investigación que habrá de realizar para resolver el problema jurídico previamente identificado.
Dicho lo anterior, y emanando de mí una fe confesa por el método aprehendido – porque una vez iniciados en esta manera de pensar es difícil no utilizarla para temas que nada tienen que ver con Derecho—, debo hacer una crítica a la formación impartida: a pesar de estar dentro de la élite académica del país y tener un margen de empleabilidad que otros centros universitarios envidiarían, la Facultad se encarga de formar empleados, empleados de primerísimo nivel en empresas de renombre nacional e internacional, pero, en ultimas, empleados.
No debe el lector de este artículo ver con malos ojos la frase que acaba de ponerse de presente, sino, realizar a partir de ella una introspección personal a sus intereses profesionales y no profesionales, pues de suyo habrá a quienes hacer carrera en una empresa les llame la atención por encima del incierto camino del emprendimiento.
Lo anterior pone de presente uno de los temas que más me ha llamado la atención en el entorno académico que se respira en la Facultad, pues resulta difícil hablar en ciertas ocasiones de un crecimiento profesional no ligado al ámbito de prestigiosos despachos de abogados, multinacionales renombradas o al noble arte de la docencia que consagra un amor profundo por la academia. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿se limita la profesión de abogado a los escenarios descritos?
La respuesta, al menos para mí, es que no. Es no, precisamente, por la versatilidad que nos ofrece esta carrera que nos permite desempeñar innumerables actividades en los más diversos entornos sociales. Es por esta razón que dentro de la formación que se recibe, debería incluirse una cátedra que nos hablara de las múltiples opciones que se tienen al analizar el ciclo formativo del pregrado, pues la mayoría de las veces los per les de los docentes que nos comparten su conocimiento y experiencia profesional a través de las cátedras pueden hacernos pensar que el camino transitado por ellos es el único existente, cuando, en realidad, tenemos toda una baraja de opciones ante nuestros ojos que pueden verse nubladas por el fuerte eco de las demás formas de concebir el quehacer del abogado.
Actualmente, estoy trabajando en mi pueblo en la oficina de un amigo que ejerce la profesión hace ya casi 10 años e imparte la cátedra de Bienes en la Universidad Libre. Dentro de las innumerables charlas que he tenido con él, he logrado ver con otra óptica el tradicional oficio del litigante —a mi juicio, camino poco explorado por los Uniandinos—, el cual, en lo tocante al tema del emprendimiento, es la materialización más significativa que logro hallar de la palabra, al menos en lo que al mundo del Derecho, en estricto sentido, se re ere.
Esto es así toda vez que el litigante es dueño de su tiempo y de su modelo laboral; no se encuentra supeditado a un código empresarial preexistente, lo que le permite ser autónomo en sus juicios de valor y modo de aproximarse a los problemas jurídicos que se le presentan. No quiere decir ello que la incertidumbre no esté presente en esta opción de desarrollo profesional, puesto que siempre será más cómodo y menos riesgoso para algunos recibir un salario jo mensual. Sin embargo, de toda la experiencia que se va acumulando con el discurrir continuo del tiempo, resulta posible advertir que son diferentes las formas de satisfacción personal y lo que para unos resultaría ser un modelo de éxito indiscutible, tal vez para otros no lo sea.
Para terminar, habrá que decir rotunda y contundentemente que sí se puede emprender en el Derecho, que resulta absolutamente posible hacerlo y que no debemos apabullarnos ante un mercado laboral altamente saturado que desnaturaliza, muchas veces, las capacidades individuales que puede tener una persona, sin mirar mas allá de los “cartones” que posee y los números que la “acreditan”, que es la manera de medir la “excelencia”. Pongo la palabra entre comillas porque la excelencia, hoy por hoy, es un conglomerado de cosas mucho más vastas que aprobar materias con cuatro con cinco (4.5).
En ese orden de ideas, no quiere decir ello que no pueda romperse el molde y ganarle la partida a esos falsos molinos de viento e iniciar un camino propio, ya sea en el litigio o en cualquier otro campo de acción. Porque ser abogado no radica en un modo de trabajar o vestir, sino en una aprehensión conceptual de una manera de pensar que, creo, nos acompañará siempre a los que nos gusta esta profesión.
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