Noviembre 6

En este artículo el autor analiza las estrategias de los partidos Republicano y Demócrata para las próximas elecciones legislativas de noviembre en Estados Unidos. Además, nos muestra un panorama general del posible nuevo mapa político que tendrá el país norteamericano.
Por: Juan José Echeverri Garavito. Estudiante de noveno semestre de Derecho. jj.garavito11@uniandes.edu.co
El 2018 es año de elecciones en Estados Unidos. El presidente Trump, la cabeza indiscutida del Partido Republicano, se encuentra en una batalla enorme por mantener el control del Senado y de la Cámara de Representantes. Las dos instituciones, sin duda alguna, las dos instituciones más importantes en este país. Del otro lado, el Partido Demócrata quiere arreglar la salida en falso de 2016 que, cuando perdió la presidencia con el actual presidente, quedó relegado al olvido político del que apenas está resurgiendo.
Esta es, sin duda alguna, una elección con inmensa importancia. Será el primer examen real de la gestión de Trump en casi dos años de gobierno, además de unas elecciones distintas a todas las anteriores, ya que el nivel de polarización política en el país rara vez ha superado los niveles en los que se encuentra actualmente. Candidatos abiertamente racistas, otros que se declaran socialistas, varios candidatos musulmanes y hasta un reconocido nazi son las figuras que aparecerán en el tarjetón este 6 de noviembre, fecha en que los norteamericanos ejercerán su derecho al voto.
Dada la indudable influencia de nuestro vecino del norte, es imperativo que nosotros, como latinoamericanos, le pongamos cuidado a esta situación, pues el resultado sin duda tendrá un gran impacto en nuestra vida, sea para bien o para mal. El propósito de este artículo es, por tanto, mostrarle cómo se ve el panorama internamente para ambos partidos y qué se puede esperar de la elección de noviembre.
Panorama en las Cámaras
El Partido Republicano sin duda la tiene difícil. Las encuestas de opinión consistentemente muestran que se viene un golpe duro para el partido de Lincoln, que está en muy grave riesgo de perder el control de la Cámara de Representantes. Sin embargo, gracias a la coyuntura electoral, el control del Senado está más o menos seguro en manos presidenciales, aunque el riesgo persiste. Lo preocupante radica en el promedio de las encuestas, que los ubica ocho puntos por debajo de sus rivales demócratas, lo que se traduciría en una pérdida importante de territorio tras las importantísimas victorias de 2010 y 2014.
La apuesta de la mayoría de los candidatos, sobre todo de aquellos en los estados “rojos”, es sencilla: acercarse lo máximo posible al presidente, quien se ha mantenido increíblemente popular entre el ala derecha más conservadora, gran contribuyente al caudal electoral republicano. Esta apuesta, sin embargo, ha probado ser un arma de doble filo en zonas donde los votantes no son tan fieles a Trump. En marzo de este año, un demócrata novato derrotó a un candidato apoyado por el presidente en un distrito que ganó a Hillary Clinton por casi 20 puntos en 2016, triunfando en un lugar que su Partido ni siquiera consideraba competitivo. Asimismo, Alabama tiene un senador azul por primera vez desde 1992, hecho que hasta su ocurrencia era inconcebible.
Los demócratas, sin embargo, no son ajenos a las preocupaciones. La profunda crisis de identidad en la que se sumió el Partido tras la traumática derrota de 2016 generó un momento de autorreflexión importante, que ha transformado al Partido desde las bases. Bernie Sanders, senador del ala izquierda del partido, ha ganado prominencia estos dos años, recorriendo todo el país y fomentando movimientos ciudadanos en marcada oposición a Trump, cuya popularidad es inexistente entre sus copartidarios. Sus colegas en el Senado, la Cámara y el Comité Nacional Demócrata, tampoco se han quedado quietos: el entusiasmo en las toldas azules no ha parado de crecer y, en consonancia con un electorado cada vez más cambiante y más progresista, el Partido ha hecho las nominaciones más diversas en su historia.
Además de lo anterior, los demócratas gozan de una coyuntura política a su favor: históricamente el partido del presidente de turno ha perdido asientos en este tipo de elecciones legislativas, lo que sumado a la impopularidad de Trump, puede jugar a favor del Partido de Obama en las elecciones de noviembre.
Los gobernadores
Además del Senado y la Cámara, los votantes estadounidenses también elegirán gobernadores en 39 Estados y territorios, en una disputa crucial con miras al censo de 2020. Esto es importante, pues es a nivel estatal (gracias al censo) que se redibujan los distritos electorales (los de la Cámara) por una década con el objetivo, en principio, de otorgar una representación más equitativa a la población. Si los demócratas no ganan a este nivel, los republicanos tendrán carta blanca para rehacer los distritos a su conveniencia, solidificando aún más su ya desproporcionada ventaja en la década por venir.
Éste ha sido un asunto en el que los demócratas se han centrado en los últimos dos años, pues en la época de Obama el Partido fue culpable de una grave negligencia. En la actualidad esto se traduce en que los republicanos tienen control absoluto de la “redistritización” —redistricting— en 26 estados (Gobernación, Senado Estatal y Cámara Estatal), mientras que los demócratas solo lo tienen en ocho.
Quien gane en este frente, tanto este año como en el 2020, tendrá el poder de influenciar profundamente la política hasta 2030, por lo que las elecciones estatales son algo que ambos partidos se disputarán hasta con los dientes.
El factor Trump
No puede hacerse un análisis completo de lo que se viene sin hablar del presidente. Desde que asumió el poder el 20 de enero del año pasado Trump no ha parado de aparecer en las noticias: desde los escándalos de su campaña, pasando por el abandono del Acuerdo de París, hasta la condena de uno de sus socios y la culpabilidad de su abogado. Es indudable que su presencia en las ondas televisivas norteamericanas tiene un lado bueno y un lado malo. El bueno, para Trump, es que gracias a la imagen que ha construido por décadas su base parece ser inmune a las controversias que lo rodean. Por lo tanto su popularidad entre los republicanos se ubica en el 90 %. El lado malo es que, así como se ha ganado la fidelidad eterna del votante conservador recalcitrante, ha alienado a los independientes (aquellos ni demócratas, ni republicanos), categoría demográfica absolutamente esencial si el presidente pretende mantener el control sobre el Gobierno federal.
Sus propios asesores han llegado a instancias inimaginables para evitar que Trump cometa una barbaridad que condene a los republicanos al sitio que hoy ocupan los demócratas, pero esto ha sido insuficiente y la incompetencia del presidente ha salido a la luz en numerosas ocasiones (por poner un ejemplo: según The Washington Post, al criticar la inmigración, Trump se refirió a algunos países africanos como “países de m…..”, lo que le causó grandes problemas y desvió la atención de las reformas republicanas, populares entre su base). Sin embargo, la imagen de Trump ha probado ser más sólida de lo anticipado, pues en circunstancias normales un presidente ya habría renunciado o por lo menos se habría disculpado.
Además de lo anterior, está el asunto de la investigación sobre colusión entre su campaña de 2016 y Rusia. Desde que inició el año pasado, el fiscal Robert Mueller no ha parado de revelar información que relaciona a varios miembros de la campaña de Trump con agentes al servicio de Vladimir Putin. Esto ha desatado la ira del presidente en más de una ocasión y, al igual que los escándalos, desvía la atención de los problemas reales. Lo increíble de todo esto es que el presidente, en más de una ocasión, ha salido a defender a Rusia en distintos escenarios, generando una reacción de desagrado general entre el público estadounidense. Sin embargo, a pesar de todas las aseveraciones del presidente sobre la inexistencia de esto, es inevitable sentir que las paredes se cierran alrededor de Trump y sus alfiles, pues a medida que pasa el tiempo salen a la luz nuevos detalles que poco a poco van revelando la profundidad de la relación.
Entonces…
Casi nadie tiene dudas de que el 2018 va a ser un año demócrata. Los mismos republicanos saben lo que les espera y más de uno ha soltado la misma frase que resume a la perfección su situación: no es cuestión de si perderán, sino de qué tan grave va a ser la derrota.
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