Eterno sonámbulo

Por: Tomás Uprimny Añez. Estudiante de Derecho. t.uprimny@uniandes.edu.co
“Sancho, amigo, ya no sé si sueño o si estoy siendo soñado”. A través de este artículo corto pero sumamente profundo, un miembro del Consejo Editorial nos da un recorrido por las sendas de su imaginación y nos lleva a reflexionar,con él, acerca de un elemento implícito en la obra de Cervantes: el humor.
Para Pedro Salazar y Marta Montero.
Me gusta imaginar, nada me impide hacerlo, que Cervantes estaba consciente de que había dado con el argumento más original en la historia de la literatura y estaba creando una obra tan singular como inigualable. Sabía, cómo no habría de hacerlo, que Don Quijote lo sobreviviría por siglos, quizás milenios. Intuía —porque Cervantes, no hay que olvidarlo, también era un mortal— que el Quijote se adentraba en lo más profundo y sagrado que tenemos los seres humanos: el humor.
El manco escribió una historia de humor sin contar un solo chiste, como dice Unamuno. Pero la moneda, al igual que la vida misma, tiene siempre dos caras, y el Quijote es humor—claro que sí—, pero también es melancolía. ¿De qué? De un mundo de Santa Locura, donde los agravios no tengan que ser desasidos ni los tuertos enderezados.
Me gusta soñar que en el malencarado año de 1615, en un pueblecillo de la Mancha de cuyo nombre Cervantes nunca quiso acordarse, Don Quijote, tendido en su cama y a punto de ser vencido por la realidad de una España en decadencia,le pregunta a su fiel compañero:
— Sancho, amigo, ya no sé si sueño o si estoy siendo soñado.
Y Sancho, siempre Sancho, le responde:
— ¿Acaso no es lo mismo?
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