Pragmáticas para todas las sociedades y gobiernos que se llaman democráticos
Una modesta proposición, como aquella de Jonathan Swift, de parte de nuestra queridísima y terriblemente formidable amiga: la voluntad popular. Escuchémosla con atención, pues hoy viene con un chorro de sabiduría y una catarata de conocimiento.
Por: José Miguel Gómez Arbeláez . Estudiante de noveno semestre de Derecho y Literatura. jm.gomez15@ uniandes.edu.co
Yo, la voluntad popular, entelequia ampliamente solicitada y aclamada en todos los lugares de este globo, consciente de la necesidad que tienen todos los gobiernos humanos de mi sabio consejo, así como de los engorrosos y poco sofisticados medios que existen para que mis preceptos sean trasmitidos, he determinado hacerme tangible. Muchos se preguntarán por qué no lo he hecho en el pasado, siendo tantas y variopintas las calamidades que mi ausencia ha provocado, pues no soy ni he sido ajena a las muñequeras que se han generado en torno al discernimiento de mi existencia, les respondo a estos que mi ausencia se debe a que soy de humor cambiante y que lo que un lunes me gusta, se me hace rancio un miércoles y me indigesta un domingo. Sea primero decir que como es común en la materia de la política democrática, estas normas serán puestas en duda por todos aquellos que encuentren los preceptos contrarios a sus aspiraciones y defendidas con ahínco por aquellos que encuentren reafirmadas las suyas. Aun así, no desesperen, es demostración irrebatible de la veracidad de mi identidad el hecho de que no habrá hombre o mujer, animal o político que no encuentre aquí preceptos de su agrado o desagrado. Así, se demuestra en primer término que en verdad soy la voluntad popular, pues doy la razón a todos y a todos condeno. Dicho lo anterior prosigo a decretar, ordenar y prescribir lo siguiente:
I. Que en lo que se re ere a la voluntad del pueblo, es igual hablar del sentir común, del gusto vulgar, del arte fácil y comprensible, de la música de ascensor, de los dichos populares, de la sabiduría de los viejos, de las cancioncillas infantiles, del ladrido de un perro y de las verdades de los niños y los ebrios. II. Que los políticos son los sacerdotes que interpretan el sentir del pueblo, es decir el mío, y que por eso hay que alejarlos de los niños y los vinos de consagración. III. Que no es del caso hablar de políticos corruptos o correctos, sino de hombres con suerte o sin suerte y que lo que condena a un político no es su moral disoluta con los recursos del erario, sino que al ser descubierto su mala suerte se vuelve evidente y que una nación no debe tener como adalid a un hombre sin suerte. IV. Que todo político tiene derecho, en el curso de su mandato, a tener por lo menos una calamidad pública (es decir, terremotos, incendios, inundaciones, eventos deportivos, etc.) que pueda utilizar para que la compasión que en la opinión pública f luye por las víctimas se transmita a a su deteriorada imagen. V. Que la reciente moda tan en boga por parte de los políticos de quitarse las corbatas para parecerse más a los hombres y mujeres de a pie no debe ser tolerada de ninguna manera, pues se trata sin duda de una estrategia para alejar las corbatas de los gaznates, lo que genera un aumento en el presupuesto destinado a sogas y cuerdas para colgarlos. VI. Que los empresarios y otra gente de pedigrí tiene derecho a perpetuidad a donar a los políticos todo el dinero que quieran, pero como contra- partida tendrán que abrazar y besar a la gente menos favorecida (pobres, leprosos y estudiantes de antropología) en la misma promoción de sus aportes. VII. Que los sindicatos, los estudiantes y otros grupos de ánimo efervescente deben apoyar a cada movimiento político una vez al año, así como condenarlo públicamente dos veces y que de lo contrario, se les entregará todo lo que solicitan y serán desprovistos de su razón de ser por los que tendrán que pagar de su bolsillo costosas terapias para la liberación de sus ánimos violentos y bipolares. VIII. Que los periodistas serán obligados por ley nacional a tomar clases de ortografía y sintaxis intensivas y que tan solo podrán opinar sobre aquellos temas de bajo orden como la política, los casos judiciales, la realidad global y los estudios médicos de universidades prestigiosas, pero que les estará terminantemente prohibido adentrarse e influenciar la opinión pública en temas que requieren de verdaderos expertos como la farándula, los deportes y la cultura. IX. Que en los días de votaciones se debe asegurar el consumo regular de alcohol y otras bebidas catalizadoras de la verdad, para asegurar resultados legítimos guiados por la festividad y bondad natural del humano. X. Estas normas, que son de mínimo cumplimiento, deberán hacerse valer por el Estado en todo momento y lugar, deben traducirse a todos los idiomas conocidos por el hombre y entregarse en la calle a todo quien las reciba. Se castigará con severidad el incumplimiento de lo aquí prescrito, disponiendo en primera medida, de azotes públicos, en segunda, de lecturas obligatorias de la sección de farándula de todas las revistas nacionales y en tercera y desesperada medida, se le pagará al infractor una carrera en el área del Derecho, la Medicina o la Economía, efectivamente despojándolo de la inocencia que nos es connatural a los humanos.
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