La infancia en el arte y el arte de la infancia

Por: Matilde Rosa Rincón Lorduy. Estudiante de segundo semestre de Derecho y miembro del Consejo Editorial. mr.rinconl@uniandes.edu.co
El hombre ha nacido libre, y en todas partes se halla entre cadenas. – Jean Jacques Rousseau
El sociólogo alemán Max Weber (1921) dedicó una parte importante de su obra al estudio de la acción social, la cual define como toda acción históricamente establecida en la que participan al menos, tres sujetos: a) un emisor, que ejecuta la acción con un sentido subjetivo; b) un receptor, que interpreta el sentido de la acción como válido y orienta su conducta con respecto a él; y c) un tercero, que legitima la interpretación de manera que la acción del emisor sólo pueda ser entendida de cierta forma. Esto no sólo se aplica al análisis del Estado moderno que hace Weber, sino que se extiende a todos los aspectos de la vida humana. En este sentido, al ser el arte un importante medio de expresión de la acción social –por la participación de los tres sujetos anteriores–, es posible relacionar los temas tratados en la expresión artística con significados comprensibles en el contexto de las sociedades concretas. Tal es el caso de la representación pictórica de la infancia. Luego, en este texto trataré el tema de la infancia en el arte durante la última década del siglo XIX y las primeras cuatro del siglo XX, para analizar la forma en la que transmite valores y atributos tradicionalmente relacionados con ella, ya sea para mostrar su perpetuación o su perturbación.
Lo anterior se relaciona en primer lugar, con una fotografía de Jacob Riis (1889) que retrata a un niño de unos 10 años sentando en medio de siete hombres mucho mayores que él. El niño mira fijamente a la cámara y le da una sonrisa que da la sensación de haber durado sólo un par de segundos, después de los cuales retornó a sus tareas. Las marcas de suciedad en su rostro le dan una seriedad que parece borrar la esperanza y la inocencia de sus ojos. Así, la fotografía de Riis es una manifestación del corte abrupto de la infancia debido a las condiciones socioeconómicas a las que se enfrentaba la clase obrera en la Nueva York del cambio de siglo. Esta y otras poderosas imágenes retratadas por Riis inmortalizaron escenas de la vida de los inmigrantes que buscaban una nueva vida en la ciudad, pero que se estrellaron con los horrores del Lower East Side. Además, invitaron a los observadores a reflexionar acerca de una realidad que atentaba en contra de la etapa humana de mayor pureza y vulnerabilidad: la infancia. Pero ¿qué nos lleva a pensar en estos valores como atributos propios de los años más tempranos de la vida humana? La respuesta está en la educación.
Weber, como vimos, declara que los seres humanos, dentro de la vida en sociedad, creamos redes de significados para nuestras acciones. El arte es, entonces, parte de dicha red, por lo cual su interpretación depende del contexto específico en el que nos desenvolvemos. Así pues, la inocencia y la pureza que hoy asociamos con la infancia no siempre fueron características asociadas a ella. Durante la Edad Media y parte del Renacimiento, el teocentrismo reinante difundió la concepción del niño como un ser perverso que debía ser castigado por encarnar la imperfección del pecado original. Es precisamente debido al pensamiento de la adultez como el momento de superación de un estado inferior que, durante los siglos V al XV, los artistas se limitaron a realizar representaciones de niños con rasgos físicos propios de hombres adultos. Un ejemplo claro es la Madonna della Passione del italiano Carlo Crivelli (c.1460). Esta pintura muestra a la Virgen María con Jesucristo niño entre sus brazos, quien tiene el aspecto de un adulto en miniatura.
No obstante, la concepción del niño como un ser pecaminoso se transformó con la llegada de la Ilustración, pues pensadores como Jean-Jacques Rousseau difundieron la idea de que el niño es bueno por naturaleza pero que la vida en sociedad lo pervierte. Por lo tanto, se mostró un gran interés por el estudio del desarrollo humano desde la niñez con el propósito de orientar la educación de acuerdo con las necesidades propias de este periodo. Los niños eran comúnmente asociados con el concepto de estado de la naturaleza de Locke y con el de la continuidad animal-hombre de Darwin, por lo que se les otorgaron atributos como la ignorancia, la inocencia y la pureza de espíritu, que permanecen aún hoy.
Estas últimas características son visibles en la pintura “Rosita Acevedo” (c. 1920), una de las obras más célebres del pintor bogotano Ricardo Acevedo Bernal. El cuadro muestra el rostro de la hija del pintor, de unos ocho años, con el cabello y los ojos cafés, impregnados de una mirada profunda y tierna que se dirige directamente a quien la ve. La tez lisa, la sutil sonrisa, la flor que adorna la cabeza, y la mano que se posa con espontaneidad sobre el hombro son todos símbolos de la inocencia propia de su edad. Antes de ser trasladada al Museo Nacional en 1948, la pintura fue presentada en la Exposición de Bellas Artes de 1915 y fue descrita como “Indudablemente la mejor obra de la exposición (…) Su mérito consiste, pues, en que no solamente es un excelente trabajo (…) del que sería capaz un buen artista, sino que pasa este límite de mecánica para tomar caracteres de una creación de espíritu” (El Liberal Ilustrado, 1915). Este óleo sobre madera es, en consecuencia, la materialización del espíritu puro de la infancia: uno de los ideales cuyo sentido mentado, del que nos habla Weber, nos ha sido inculcado a través de la educación desde la Ilustración.
Sin embargo, el tema de la infancia en la expresión artística no ha sido adoptado sólo a través de la representación de los niños, sino que también ha influido en las técnicas de los artistas vanguardistas del siglo XX. Henri Matisse –pintor francés–, por ejemplo, decidió retratar a su hijo, Pierre, en 1909, imitando los trazos simples y despreocupados que recuerdan al dibujo espontáneo que puede realizar un niño. En la pintura, Pierre Matisse es representado con una camiseta de rayas horizontales blancas y negras, así como con un sombrero amorfo de color rosa. Este último acentúa la seriedad de su expresión facial a través de la cual su padre captura la frustración e incertidumbre que trae consigo el paso de la niñez a la adolescencia. De esta manera se ve cómo, ante la llegada de la Modernidad, no sólo se intenta comprender la niñez a través del arte, sino que se crea un deseo de alcanzar la trivialidad, la modestia, la curiosidad y la fascinación ante lo nuevo que acompaña a los dibujos de un niño, versus la producción de un arte cuidadoso y premeditado.
Luego, podemos concluir que los valores y atributos que relacionamos con la infancia tienen un origen histórico innegable y han trascendido (respondiendo a la teoría de la acción social de Weber) desde la Ilustración, cuando se comenzó a tomar en cuenta al niño como un ser humano con necesidades particulares y no como un simple adulto pequeño. Estos ideales han sido del particular interés de los artistas de finales del siglo XIX y de inicios del siglo XX, pues representan sus aspiraciones en un contexto de cambio abrupto. Desde la crítica que hace Riis a la perturbación de la inocencia, hasta la urgencia por recuperar voluntariamente la simpleza de la niñez de Matisse, es claro que la infancia y el arte se complementan para hacer visible lo que fuimos, lo que somos y lo queremos ser.
Referencias
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Boudelaire, C. (1963) El pintor de la vida moderna. Recuperado de http://www.ecfrasis.org/wp-content/uploads/2014/06/Charles-Baudelaire-El-pintor-de-la-vida-moderna.pdf
El Liberal Ilustrado (1915) “Rosita Acevedo” de Ricardo Acevedo Bernal. Museo Nacional. Bogotá D.C.
Enesco, I. (2000) El concepto de infancia a lo largo de la historia. Recuperado de https://s3.amazonaws.com/academia.edu.documents/42658486/La_infancia_en_la_historia.pdf?AWSAccessKeyId=AKIAIWOWYYGZ2Y53UL3A&Expires=1527225433&Signature=cM%2BpGyPpWNfArNNa0QMJC9tx3E4%3D&response-content-disposition=inline%3B%20filename%3DEL_CONCEPTO_DE_INFANCIA_A_LO_LARGO_DE_LA.pdf
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Weber, M. (1977) Economía y sociedad. Tomo I. Primera parte. I.: “Conceptos sociológicos fundamentales”, p. 1 a 17. pgs.5-45. III.: “Los tipos de dominación” p. 170-180. Fondo de Cultura Económica. Bogotá D.C.
Imagen: Henri Matisse. «Pierre Matisse» (1909).
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También creo que en las obras de Henri Matisse se observa una pintura de infancia, es decir, por sus trazos y composición en algunas de sus obras (la alegria de vivir) se visualiza que los trazos no son perfectos y muy simplificados
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