De la salud de una jueza depende el progresismo en Estados Unidos

La magistrada Ruth Ginsburg, de la Corte Suprema estadounidense, se ha convertido en uno de los principales ‘dolores de cabeza’ de Trump. Sus problemas de salud tienen en vilo la representación de las ideas progresistas en la próxima generación.
Por: Eduardo Andrés Melo Molina. Estudiante de séptimo semestre de Derecho, con opción en Periodismo, practicante en La Silla Vacía y miembro del Consejo Editorial. ea.melo10@uniandes.edu.co.
La semana pasada, la magistrada de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg, fue sometida a una delicada cirugía. Por su avanzada edad (85 años) y por tratarse de la extirpación de tumores cancerígenos en sus pulmones (además de que ya tiene antecedentes de otros diagnósticos de esa enfermedad), muchos temieron la peor de las suertes para la jurista. Sin embargo, el procedimiento fue exitoso y Ginsburg ya se recupera en su casa desde el 25 de diciembre.
Su salud tuvo en vilo a millones de estadounidenses, sobre todo a aquellos que ven representada en la magistrada, de manera especial, la defensa de sus derechos: mujeres, inmigrantes y comunidad LGBT. En ese país, los togados que ocupan las nueve sillas de la Corte tienen adjudicado el cargo de forma vitalicia; cuando alguno de ellos fallece o renuncia, es el presidente quien nombra su reemplazo (sometido a posterior ratificación del Congreso).
Eso, precisamente, es lo que más preocupa a algunos sectores en el país norteamericano, que ven en el refuerzo de la presencia conservadora en la máxima instancia judicial una amenaza para las políticas progresistas. En apenas dos años de mandato, el presidente Trump ha tenido la oportunidad de designar a dos magistrados de la Corte Suprema: Brett Kavanaugh y Neil Gorsuch; ambos de tendencia conservadora.
Ginsburg es una de las ‘fichas’ que rompe actualmente el equilibrio en el proceso de deliberación de la Corte y, antes de estos dos últimos nombramientos, inclinaba claramente la balanza hacia ideas más progresistas y liberales; ahora, se le reconoce como la ‘gran resistencia liberal’ dentro del Tribunal.
Feminista, inmigrante y liberal
Ruth Ginsburg es la magistrada de mayor edad en la Corte, lleva 25 años en el cargo y fue nominada para ocuparlo en 1993, por el expresidente Bill Clinton. Desde entonces, siendo la segunda mujer en ocupar esa posición, se ha abanderado de posiciones liberales como la defensa del aborto legal, la abolición de la pena de muerte y los derechos de la comunidad LGBT.
La jueza ha sido, sobre todo, una convencida luchadora por la igualdad real para las mujeres y el cierre de las brechas que las vetan de iguales oportunidades frente a los hombres. A esa labor ha estado dedicada desde su quehacer judicial, pero también desde el activismo en organizaciones como la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, donde fundó, en 1972, la sección de derechos de la mujer desde la que lideró exitosamente varios de los casos que sentaron las primeras bases jurisprudenciales favorables a la equidad de género en EE.UU.
Su labor ha generado todo un movimiento social que la respalda y la exalta como ícono de las ideas progresistas y feministas. En los últimos meses, ha irrumpido en el debate por su oposición al endurecimiento de las políticas migratorias, lo cual se ha materializado en decisiones judiciales. La magistrada ha dicho que ella es “el legado de inmigrantes”.
Ginsburg es neoyorquina y proviene de una familia de inmigrantes rusos. Su vida personal estuvo marcada por difíciles pruebas durante su infancia, como la pérdida de su madre y una hermana mayor. Estudió Derecho en las universidades de Columbia y Harvard, a las que accedió becada por su gran desempeño académico.
Tras varios años de alternar sus ocupaciones entre la academia y el litigio, el presidente Jimmy Carter la nombró, en 1980, como jueza del Tribunal de Apelaciones del Distrito de Columbia, donde estuvo los 13 años siguientes.
Resistencia a Trump en la Corte
Desde el inicio de su Gobierno, el presidente Trump encontró en ella, además de una férrea opositora ideológica, un obstáculo para ejecutar muchas de sus políticas. Ha sido Ginsburg quien, con su voto en la Corte y su voz en la opinión pública, ha truncado muchas de sus intenciones. La mujer demócrata y judía ha sido, por ejemplo, una de las contradictoras más fuertes del presidente en sus intenciones de endurecer la política migratoria.
En varias ocasiones, Trump ha acusado a la magistrada de estar “mentalmente incapacitada” y ha dicho que debe retirarse; a sus ataques, ella ha respondido que “no tiene planes de jubilarse” y que tiene decidido quedarse en su cargo hasta que le sea posible (Revista Semana: «Ruth Ginsburg: la mujer a la que más le teme Donald Trump).
Por todo esto y aunque pueda sonar crudo, sobre la salud de la magistrada Ginsburg recae el futuro de decisiones cruciales: la posibilidad de que su voz siga siendo ‘contrapeso’ de las tendencias del Gobierno en la Corte se enfrenta al hecho de que, en su eventual renuncia o fallecimiento, el presidente le designe un reemplazo que desequilibre las fuerzas en la Corte, desplace la línea progresista y guíe las tendencias de una forma más marcada hacia el conservadurismo.
Sin embargo, no todo sería tan simple para el Gobierno, pues con los resultados de las elecciones parlamentarias de este año, aunque ‘ganó cancha’ en el Senado, la perdió en la Cámara; esto, podría poner algo de freno a los nombres que eventualmente terne Trump.
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