Por una cátedra de historia crítica

Por: Daniel Felipe Enríquez Cubides. Estudiante de tercer semestre de Derecho, con opciones en Gestión Pública y en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo y miembro del Consejo Editorial. df.enriquez@uniandes.edu.co.
Es innegable que, durante el primer tercio del Siglo XIX, las ideas de los padres fundadores de los Estados Unidos fueron importantes para la configuración de las instituciones y del régimen político de Colombia. Aún más, hay suficientes evidencias históricas para afirmar que estas fueron un referente ideológico para nuestros próceres. No obstante, por cuenta de una afirmación del presidente Iván Duque se abrió un interesante debate sobre el verdadero papel de estas ideologías en la independencia de nuestro país y, a su vez, sobre la necesidad de retomar la obligatoriedad de las cátedras de historia, que fueron descontinuadas en el gobierno de Julio César Turbay.
La semana pasada en Cartagena, durante una reunión oficial con el secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, el presidente Duque hizo una afirmación que inmediatamente le causó múltiples críticas desde varios sectores: “Hace 200 años el apoyo de los padres fundadores de los Estados Unidos a nuestra independencia fue crucial, por lo que recibir hoy su visita nos llena de alegría y de honor”. Muchas de las discusiones al respecto, principalmente en las redes sociales, se han reducido a satirizar las palabras del presidente. Sin embargo, más allá de eso, el objetivo de este artículo es asumir una postura crítica sobre la historia como un instrumento con perspectiva crítica, tras analizar el alcance de dicha afirmación. Según la RAE, se entiende por cruciales a aquellas situaciones o momentos que son determinantes, ya que pueden causar consecuencias importantes. Ahora bien, en el ámbito de las tensiones sociales de resistencia, un apoyo crucial es aquel capaz de originar, resolver o cambiar profundamente el rumbo de un conflicto.
Así, en primer lugar, es menester aclarar que antes de 1810 las menciones a Estados Unidos (y a la revolución de las Trece Colonias) fueron escasas y casi inexistentes. Apenas en los últimos 5 años del Siglo XVIII se tiene registro de una denuncia pública sobre unos hombres de Santa Fe que habían estado hablando con mucha energía sobre “la Constitución Republicana en general, y señaladamente de la de Filadelfia”. No obstante, “se aclaró que ni siquiera estos pocos sujetos sospechosos de ideas Republicanas hacían proselitismo para materializar tales propósitos en América, ni los consideraban adaptables al Nuevo Reino”. Durante esa época, Antonio Nariño fue interrogado en un proceso conspiratorio en su contra, en el que se le acusaba de tratar de iniciar una revuelta bajo los principios de la revolución de las Trece Colonias. Allí, si bien sus afirmaciones podrían no reflejar su verdadera postura (debido a las apremiantes circunstancias en las que se encontraba), negó cualquier adhesión personal a las ideas republicanas e, incluso, llegó a catalogarlas como “subversivas del buen orden”.
Después de ello, no habría menciones oficiales a las ideas republicanas, relacionadas con los intentos independentistas neogranadinos, hasta que, en 1809, Camilo Torres escribió el memorial de los agravios. En esta famosa misiva, se realizaron fuertes reclamos a la Suprema Junta de España, reclamando por la igualdad en los derechos de los españoles criollos respecto de los peninsulares. Allí mismo, el payanés dedicó unas palabras al país del norte, refiriéndose a él como: “los mismos Estados Unidos, cuya asombrosa prosperidad sorprende, aunque una potencia todavía nueva”.
Si bien esto se publicó varias décadas después, es una de las evidencias históricas de que algunos próceres conocían y profesaban admiración por los ideales angloamericanos. No obstante, no todos pensaban lo mismo, puesto que las opiniones sobre las antiguas Trece Colonias diferían desde dos perspectivas:
Por un lado, el sector mayoritario de líderes vio en Estados Unidos el ideal a alcanzar, en razón de su propio utopismo y de su confianza en las posibilidades de mejora del hombre americano […] Los pragmáticos, por el contrario, se esforzaron por afirmar las particularidades locales y el desajuste entre los americanos meridionales y las libertades nuevas con el fin de probar que aquí se requerían instituciones no solo específicas sino disímiles respecto a las del norte.
Con todo, no podemos de ninguna forma entender que la revolución de las Trece Colonias, ni sus ideas, tuvieron una relación de causalidad con la revolución neogranadina, ya que su conocimiento se viene a constatar una vez la independencia ya está en marcha. Además, para la época, la mayoría de los padres fundadores de los Estados Unidos habían fallecido y, posteriormente, el Gobierno de aquel país mantendría una profunda neutralidad respecto del Gobierno instaurado en la Nueva Granada hasta su reconocimiento en la segunda década del siglo XIX. En ese sentido, no podemos afirmar que el apoyo ideológico significó un evento determinante ni resolutorio para el conflicto revolucionario.
Lo que es imposible negar es que la campaña neogranadina tuvo admiración por la potencia naciente. En un periódico de circulación anónima y secreta, hacia 1816, un supuesto aristócrata santafereño publicó que: “Los estadounidenses, sus gestas revolucionarias, devienen un estímulo y una medida del heroísmo necesario para independizarse”. Más allá de dicho heroísmo, “se detienen a elogiar la unidad con que las colonias del norte desplegaron su lucha contra Inglaterra, la cual invocan repetidamente como condición de su propio triunfo”.
Sin embargo —y como lo ha venido planteando David Bushnell—, la Revolución angloamericana fue “un referente entre muchos para la campaña neogranadina”. Así, a lo largo de los años los primeros historiadores de Colombia mostraron una tendencia de alta estima por la cultura norteamericana y su influencia en los años de la independencia. Pero, según concluye el historiador Isidro Vanegas, “Estados Unidos conservó una gran estimación entre los colombianos hasta la separación de Panamá en 1903, cuando va a ser generalizadamente rechazado y su revolución completamente desvalorizada”.
Para terminar este apartado, introduciendo a la puntualización de este texto en una crítica a la manera en que se busca retomar las cátedras de historia, es menester decir que la perspectiva histórica frente a las ideas angloamericanas ha cambiado constantemente respecto de las situaciones de coyuntura política a lo largo del tiempo. Ello reafirma el papel político de la historia para reconocer nuestra independencia como “un proceso que estuvo marcado por un estado de ánimo generador de una tergiversación del pasado, que transformó este en algo enteramente nefasto y por ello imperiosamente anulable. Como en Estados Unidos, como en Francia, los rebeldes inventaron un pasado que solo admitía su anulación”.
Así, la afirmación del presidente debería ser tan sólo la accidental apertura para el ausente debate público sobre la implementación de la Ley 1874 de 2017, que retoma la enseñanza obligatoria de la cátedra de historia en los colegios del país. Frente a ello, se hace un llamado para que los lineamientos curriculares, que hasta el día de hoy no han sido establecidos por parte del Ministerio de Educación (no se ha creado la Comisión Asesora para la enseñanza de la historia de Colombia como lo ordena la citada Ley), no se vuelvan una forma de imposición de perspectivas históricas, sino que sean un espacio aprovechado para orientar la enseñanza abierta y crítica de nuestra historia. Más allá de preservar nuestra identidad, hay que construirla.
Bibliografía
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Vanegas-Useche, Isidro. (2016) «Anglo-American Revolution as Tool. Nueva Granada 1808-1816.» Co-herencia. 13 (25): Medellín.
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