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Colombia, el país en donde todo y nada pasa

Por: David Ernesto Carvajal Acevedo. Estudiante de octavo semestre de Ingeniería Química, mentor de refuerzo escolar Fenicia y brigadista de emergencia (BEU). de.carvajal@uniandes.edu.co

En el porvenir desilusionador y sinsentido de Colombia, el único sentido que puedo encontrar es el de estas palabras.

El imaginario del país es el de fomentar y defender un íntegro desarrollo humano fundamentado en esos derechos que le deben ser innegables a cualquiera y esos deberes que no se deben desconocer, es el construir activa y participativamente seres humanos que aprehendan valores, cultura, ética, pensamiento crítico, consciencia, solidaridad, porque se nace hombre o mujer, más el ser humano no se consigue enseñando sino erigiendo, forjando, construyendo, ayudando en esos primeros pasos para que cada quien siga su camino. Pues, como muy elocuentemente escribe Martin Heidegger (1994)“al habitar llegamos, así parece, solamente por medio del construir”(p.128), del construir seres humanos, es el de implementar ideas y políticas innovadoras.

Sólo basta con mirar un poco la historia, esa historia que no habla de violencia, que no habla de corrupción, que no habla de narcotráfico, que no habla de pobreza y desigualdad. Esa historia que, a pocos, mejor dicho, a nadie nos enseñan. Esa historia que parece ser eso: historia, es la de lograr una economía circular y sostenible, pues, para sorpresa de muchos, Colombia aún sigue siendo el país con mayor biodiversidad por área unitaria ¡No hay un error, ocupamos el primer lugar!

¡Nada más equivoco a la realidad! El país en donde vivo, en donde vivimos, es aquel (al igual que muchos otros) que prioriza sobre pocos y desprotege a muchos, que impone sobre el que no tiene y queda debiendo y regala al que todo tiene y le quedan debiendo, que castiga al que nada ha hecho y apremia al que ha hecho todo tipo de crímenes, que calla al que no tiene voz, que dice ser un país libre pero reprime al que no está de acuerdo. No hace falta decir más, si continúo pensarán que estoy hablando de los Estado Unidos. No he escuchado del primer país que tenga a un líder que no haya forjado una convicción, una identidad, un criterio, por éticamente correcto a incorrecto que sea, a lo largo de su vida, claro está, con la excepción de Colombia. Nuestro país, es el país que elige como mandatario a un sujeto sin identidad ni criterio y, me atrevo a decir, sin valores. No es de sorprender, el país tampoco los tiene.

Nuestro presidente es como un niño jugando a ser adulto, siendo nada lo quiere ser todo. Colombia es el país en donde todos quieren paz pero les gusta consumir violencia, todos quieren paz pero en el Plebiscito por la Paz votan no, todos aborrecen la corrupción pero la consulta anticorrupción se cae por tanta corrupción, todos quieren un mejor futuro pero arrasan con los estudiantes, todos quieren un mejor servicio pero destruyen los que ya están, todos quieren igualdad pero les duele darle al que tiene menos. Colombia es el país que se jacta de no haber tenido nunca una “verdadera” dictadura, pero es el país que lidera en pobreza, desplazamientos, desigualdad, muertes y desapariciones. Esa, lectores, es la realidad del país. Deberían llamarnos “Colombia, el país de las maravillas” pues es maravillosamente aterradora la realidad que afrontamos.

Sin embargo, el panorama no es tan oscuro, a lo lejos se aprecia una tenue pero persistente y creciente luz. Las marchas estudiantiles, que ya no son solo de estudiantes porque también son de egresados, profesores, investigadores, trabajadores, etnias completas, pobres, ricos, y hasta cantantes, han suscitado un nuevo ánimo en el país. Dirán unos que es en pro de una educación superior pública de calidad, otros, que en pro de una educación superior pública gratuita,  o que es en pro de la continuidad de la educación superior pública, o que con intenciones perversas y egoístas hacen uso de las marchas para su beneficio personal, o, peor aún, no saben ni por qué marchan. Con alegría veo que el regionalismo, que muchas veces ha dividido al país, hoy parece desvanecerse por una lucha común. Con alegría veo que miles de personas han intentado alzar su voz por meses y otros cientos marchan hoy a la capital para hacerla oír.

¿Acaso esto no recuerda a los llamados “comuneros de la UIS” que el 1964 se atrevieron a lo que nadie más se atrevió? ¿O aquel movimiento estudiantil de 1971 que sin lograr nada lo logró todo para una generación? ¿O aquel inconformismo que 1991 sentó las bases de la Constitución? ¡No permitamos que todo esto sea en vano! ¡No de nuevo! Estas marchas pueden ser transcendentales si se llevan por el camino correcto. Los que hoy sin cesar siguen luchando están en busca de su propio futuro, un futuro que no quieren que sea como el de sus abuelos y padres pues, es evidente, que ellos no se los pudieron dar ¡Apoyo las marchas porque apoyo el imaginario del país! ¡No apoyo a aquellos que, llevados por el odio y la indiferencia, solo hacen lo que siempre se ha hecho, así como no apoyo el abuso de los agentes del control público y las infamias de los medios de comunicación!  

Recordando aquellas inspiradoras palabras de José Ingenieros:

Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia la excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde de mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana (Ingenieros, 2015, p.45).

El ideal es entre todas las creencias, entre todos los saberes, “el resultado más alto de la función de pensar”(Ibídem, p.47). Es, a mi criterio, la esencia misma del superhombre de Nietzsche o la mayoría de edad de Kant. Es, por lo tanto, la respuesta a la mediocridad. Apoyo las marchas no por lo que las masas buscan en ellas, sino por lo que yo busco en ellas. No tenemos ni un ideal ni un fin en común. Con esto no quiero decir que no concuerde en una mejor educación superior pública con mayores presupuestos y de mejor calidad, ¡todo lo contrario! Esto es necesario en mi ideal. Estar en contra de las marchas es estar en contra de mi ideal.

Fernando Savater (2016) distingue tres categorías del entendimiento: La información, el conocimiento y la sabiduría. Ésta última es el medio para el ideal y a la vez su fin (acomodo la definición a mi juicio más no las categorías). No entraré en detalles explicándolo, no es el propósito de este texto. La sabiduría es, por tanto, mi fin con las marchas, mi motivo para apoyarlas. Pero, mi lucha no es por la educación pública ni mucho menos por la educación superior, pues si así fuera no haría más que contradecirme.

En el mundo donde se confunde el saber con creer saber, el conocimiento prestado con el adquirido, el ilusorio de sabiduría no se da sino el fenómeno de los intelectuales mediocres, uno de los peores males que podemos acoger. Mi lucha es por la educación. Es por la educación porque en ella se encuentran los cimientos para que el construir perdure. Puede que la educación sea una solución más no es una respuesta. Digo “puede” porque de eso no estoy seguro, de lo que sí estoy seguro es que no es una respuesta pues ella, la sabiduría, no se enseña en el seno de una familia, en un culto religioso ni mucho menos en un aula de clases. Simplemente no hay nadie que la enseñe.

Así como nadie puede morir por uno que para que irremediablemente uno no muera, nadie puede pensar por uno para que uno llegue a la sabiduría, es decir, nadie puede prestártela. Está presente en todos nosotros, como la muerte, pero ella no llega de improviso. Si no se busca, nunca hará su aparición. La educación solo nos ayuda en el camino, y muchas veces lo ilumina. Ese es mi fin con la educación. Con esto no estoy diciendo que sea un sabio, todo lo contrario, estoy más cerca de la mediocridad que de la sabiduría. Diría Ingenieros que mi ideal no es sino un ideal romántico (en efecto lo es) por eso no me detendré y forjaré mi destino para que llegue a ser un ideal estoico.

Evocando aquel concierto de Residente que tuvo lugar y momento no hace mucho, terminaré diciendo: “Soy América Latina, un pueblo sin piernas pero que camina”(Calle 13, 2011). Seamos todos nosotros los nuevos abanderados del cambio. Seamos nosotros quienes nos demos esas piernas que tanto necesitamos.


Referencias

Calle 13 (2011). Latinoamérica. Sencillo.Puerto Rico.: Sony Music

Fernando Savater (2016). Las preguntas de la vida. Editorial Ariel. Barcelona.

José Ingenieros (2015). El hombre mediocre. Editorial Panamericana. Bogotá D.C.

Martin Heidegger (1994). Conferencias y artículos. Ediciones del Serbal. Barcelona.

Imagen: https://www.vanguardia.com/santander/comunera/marcha-de-la-uis-atraveso-las-provincias-comunera-y-velez-en-santander-OCVL451395

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