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¿Qué tan racionales somos?

Resulta fantástico y arrullador suponer que nuestras decisiones, o al menos la mayoría de ellas, son el resultado de un previo y cuidadoso ejercicio racional. Sin embargo, este artículo expone un conciso análisis económico y estadístico que podría sugerir que nuestra conducta no se ve dirigida de esa manera, y que nuestras decisiones son, tanto en los escenarios más complejos como en los más cotidianos, potencialmente irracionales.

Por: Felipe Orjuela-Ruiz. Estudiante de la Maestría en Economía- PEG en la Universidad de los Andes. f.orjuela10@uniandes.edu.co

¿Se considera racional? ¿Piensa que ha tomado la mejor decisión, siempre teniendo en cuenta su contexto y sus limitaciones? Si respondió afirmativamente a las anteriores preguntas, lo felicito: usted es perteneciente al selecto club del Homo Economicus. A este club pertenecen todos los agentes que modelamos a diario los economistas. En los modelos, los agentes son frías máquinas maximizadoras de utilidad que son capaces de utilizar toda información a nuestro alrededor para tomar la mejor decisión posible. ¿Qué opina usted de este agente racional? ¿Sigue considerándose racional? ¿Cuando va al mercado a comprar aguardiente, tiene en cuenta su función de utilidad sujeta a su restricción presupuestal? Aunque le parezca bastante irreal, todavía usamos este supuesto para modelar las interacciones entre personas y firmas.

Bien lo dijo Friedman: no importa si el jugador de billar calcula meticulosamente su disparo al acertar o si acierta de pura suerte, lo importante es que acertó y que se comportó como si hubiera calculado meticulosamente. El jugador de billar parece racional en los datos. La economía decidió que su objeto de interés no era entender si los agentes eran o no racionales y, bajo la batuta de Milton Friedman, cerró cualquier oportunidad de dar un debate en la disciplina. Los agentes se comportan como si fueran racionales por lo que suponerlo en un modelo económico no será un problema mayor. Ahora bien, en las interacciones que tenemos a diario parecemos no seguir al pie de la letra lo que enunciaba Friedman. ¿Será que sí nos comportamos como si fuéramos racionales?

Les voy a dar un ejemplo de por qué este supuesto me parece complicado: imagínense que todos los estudiantes de la Facultad de Derecho (y yo) vamos a jugar un juego. Debemos escoger un número del 1 al 10 y ganará la persona que escoja el número que se acerque más a la mitad del promedio del numero escogido por todos. Lea bien las instrucciones antes de elegir su número. Si su respuesta fue un número entre el 6 y el 10 le cuento que el bouncer del club del Homo Economicus le acaba de negar la entrada en la cara. Aunque en las rifas el número que siempre gana es el 7 (eso dicen los mañosos de las rifas) no es posible que gane el 7 o alguno de los demás números ya que ningún número de los posibles números a escoger dividido por dos da un número entre 6 y 10. Usted en mis clases de teoría de juegos tendría un “grado de racionalidad nulo o cero”. Ahora bien, si escogió 5 no va a ganar tampoco el juego. Si todos escogieran 10, la mitad del promedio sería 5 y usted, claramente, ganaría por haber pensado racionalmente, pero lo que no está considerando es que los demás también piensan racionalmente. Si usted es racional y sabe que los demás son racionales, estos también están pensando en el 5 por lo que el número ganador será 2,5. Si seguimos iterando podemos escribir este trabalenguas: si usted es racional y usted sabe que los demás son racionales, y usted sabe que los demás saben que usted es racional, y usted sabe que los demás saben que usted sabe que los demás son racionales, y así hasta el infinito, podríamos llegar a que el número ganador es el número 1. Aunque no sea una respuesta intuitiva, si iteramos hasta el infinito este algoritmo de racionalidad vamos a llegar a que, todos escogiendo racionalmente, van a elegir el 1 y todos van a ganar. ¿Si hubiéramos jugado este juego en la vida real, habríamos ganado?

Yo creo que los economistas, con buenas intenciones, tendemos a complejizar nuestros modelos para poder explicar el mundo con mejor precisión sin darnos cuenta que la misma complejización puede llevarnos a asumir cosas ridículas, como que todas las personas van a ganar el juego anteriormente planteado. Pareciera que estuviéramos haciendo el mapa del imperio del tamaño del imperio, como escribió Borges en Del rigor en la ciencia, y termináramos construyendo un modelo complejo y sofisticado que a la vez es inservible y engorroso. ¿Si jugáramos este juego en la Facultad de Economía, el resultado sería 1? Tampoco creo: cuando lo jugamos por primera vez en mi clase introductoria de teoría de juegos de pregrado, sólo lo escogí yo, y lo escogí de chiste. Cuando nos enseñaron que con el trabalenguas de la racionalidad se podía llegar al 1, no hicimos otra cosa que reírnos. “Nadie en la vida piensa así”, pensé ese día, pero igual seguí modelando toda mi carrera como si lo hicieran.

Imagen: https://www.uade.edu.ar/investigacion/instituto-de-economia-ineco

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