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La escritura legal: el abismo entre el derecho y la sociedad

«La predisposición a emplear un lenguaje jurídico inaccesible para el mundo no legal se ostenta desde la educación legal y se perpetua hasta el ejercicio de la profesión. No hay que ir muy lejos para descubrir algunas de las razones por las que los abogados —de forma inconsciente y sin oposición alguna— siguen reproduciendo este modo anticuado y excluyente de escribir».

Por: Sofía Ossa. Estudiante de quinto semestre de Derecho. s.ossaz@uniandes.edu.co

Los abogados somos escritores profesionales, no escritores de profesión. En otras palabras, somos los peores retóricos mejor pagados del mundo (Bryan A. Garners). Nos especializamos en describir situaciones jurídicas concretas en un lenguaje excesivamente técnico, pero olvidamos que el propósito de escribir —y, en general, de la comunicación— es transmitir de manera efectiva una idea o mensaje. En vez de esto, nos aseguramos de reproducir un idioma diferente que se aprende y se practica en espacios cerrados y determinados, como las facultades de Derecho o los despachos judiciales: lugares a los que la mayoría de la población no tiene acceso.

Los abogados padecemos del síndrome de Dunning-Kruger, un sentimiento de superioridad que entorpece la escritura, que tiene origen en la falsa creencia de infalibilidad de los abogados que nos imposibilita aceptar nuestra propia debilidad (Bryan A. Garners). Este síndrome nos ha llevado a usar un lenguaje arcaico y ceremonial creando una nociva asimetría de información que convierte a los abogados en los únicos conocedores de un idioma indescifrable: el jurídico. Tal lenguaje alza una cortina impenetrable entre nosotros y la sociedad en general, mediante la tendencia de reservar la escritura legal a los privilegiados, en este caso, a los abogados o a quienes pueden pagar uno.

La predisposición a emplear un lenguaje jurídico inaccesible para el mundo no legal se ostenta desde la educación legal y se perpetua hasta el ejercicio de la profesión. No hay que ir muy lejos para descubrir algunas de las razones por las que los abogados —de forma inconsciente y sin oposición alguna— siguen reproduciendo este modo anticuado y excluyente de escribir: basta con observar cómo las facultades de Derecho siguen dirigiendo sus esfuerzos a enseñarnos “a pensar como abogados”. Con este propósito, se han asegurado de darle un rol secundario a la escritura a lo largo de la carrera, al exponernos a un material de lectura mal redactado (que funciona como mal ejemplo) e ignorar la relación entre la forma en la que nos enfrentamos a las discusiones jurídicas y nuestra forma de escribir.

El rol secundario que ocupa la escritura en la carrera se puede presentar desde que ingresamos a la universidad. Este se convierte en el primer desafío intelectual de los estudiantes, en el que se hacen evidentes las deficiencias y disparidad de habilidades, entre las que se encuentra la redacción. La Facultad trata de solucionar esta desigualdad con un curso de Español y otro de Lógica y Retórica, para luego ignorarla en semestres posteriores. No obstante, la despreocupación sobre la forma en la que escribimos resulta desfavorable al abogado que, desde el momento de su graduación, va a estar constantemente produciendo contenido textual, pero que tal vez no sea el más adecuado ni el más claro.

En la educación jurídica recae gran parte de la responsabilidad de lo mencionado anteriormente, pues ha aislado al estudiante del mundo real: hablamos, escuchamos, leemos y aprendemos de abogados, para inevitablemente terminar imitándolos y cometiendo el error de escribir —ya sea un contrato, un concepto e incluso un correo— como si estuviera dirigido a nuestros profesores y colegas, lo cual ignora que nuestro verdadero interlocutor es el ciudadano promedio. Terminamos olvidando que al otro lado de nuestros tecnicismos y complicados argumentos se encuentran individuos ajenos a la terminología y a la lógica jurídica, a quienes no les debemos una demostración de gran conocimiento e “ilustración” —como solemos pretender con nuestros maestros— sino una respuesta adecuada a sus preocupaciones.

La constante exposición a sentencias y a doctrina de abogados para abogados ha contribuido sustancialmente a este tipo de exclusión. La lectura nos ha llevado a dirigir esfuerzos —conscientes e inconscientes— en tratar de reproducir los atributos y las deficiencias que estas presentan. Así, se ha ocasionado que los problemas de redacción que se trataron de corregir en primer semestre vuelvan gradualmente a nosotros por medio de la lectura. Esto, mientras ignoramos lo poco fiables que pueden llegar a ser, si lo que estamos buscando es lograr la mejor forma de escribir desde mundo legal para el no legal. Redactar con el estilo de un magistrado de la Corte Suprema de Justicia de 1930 no debe ser motivo de orgullo hoy en día, sino como un síntoma más del efecto Dunning-Kruger, una reafirmación anacrónica de poder y de superioridad.

Dejar en un segundo plano la comunicación escrita también descarta la posibilidad de usarla como un indicio para diagnosticar problemas del pensamiento. En los cursos introductorios se tratan temas sencillos que no requieren mayor esfuerzo para entenderlos a su perfección, por lo que su comunicación clara y sencilla no debería significar mayor impedimento. No obstante, cuando trasladamos la lectura y las discusiones a un ámbito mucho más especializado y conflictivo, la redacción empieza a titubear. Incluso, muchas de las deficiencias o vacíos en los estudiantes sólo salen a la luz cuando deben comunicar el análisis y el razonamiento que apoya sus conclusiones. El pensamiento claro promueve la escritura clara, pero también la escritura clara promueve el pensamiento claro (McCrehan, 1997).

Si un estudiante no puede argumentar sin caer en enredos, falacias y excesivos tecnicismos, probablemente su maestro tendrá que preguntarse si en verdad entendió. De esto resulta necesario introducir más actividades a las clases que impliquen escribir y que sean retroalimentadas adecuadamente (no sólo a nivel de fondo sino también de forma) por los profesores. Lo anterior ayudará a que los estudiantes, al enfocarse en la estructura del análisis jurídico, adquieran diversas técnicas para aclarar sus pensamientos y argumentos a lo largo de sus carreras profesionales. De esta manera, podrán empezar a preferir lo conciso ante lo abstracto, mientras se hacen conscientes de sus debilidades al momento de escribir.

En conclusión, la escritura legal se ha convertido en un instrumento excesivamente excluyente, por medio del cual el abogado reafirma su posición de poder y supremacía en la sociedad. Por lo tanto, resulta necesario cambiar el paradigma de que el Derecho es un mundo incomprensible y de difícil acceso, mediante el uso de un lenguaje claro y una argumentación concisa. Lo anterior implica reconocer que el texto legal de un estudiante provee información valiosa. A partir de esto, se puede observar la necesidad de que los profesores sean conscientes de la forma de escribir de los estudiantes, para poder identificar problemas del pensamiento y ser capaces de corregirlos a tiempo. Y finalmente empezar a reconocer, poco a poco, a la escritura legal como una herramienta que hace posible transformar al Derecho en una actividad más democrática, de la que no se requiera una tarjeta profesional para participar.

Referencias

Carol McCrehan Parker, Writing throughout the Curriculum: Why Law Schools Need It and How to Achieve It, 76 Neb. L. Rev. 561 (1997)

Imagen: Ámbito Jurídico

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Universidad

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