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Y nos quedamos de brazos cruzados

En este artículo, el autor nos presenta una situación de la vida real extraída de un típico PBL de la clase de Introducción al Derecho o Sociología Jurídica y nos enseña cómo las soluciones que se le dan al problema se distorsionan de un espacio a otro.

Por: Leonardo Fernández-Jiménez. Estudiante de cuarto semestre de Derecho. l.fernandezj@ uniandes.edu.co.

Ser estudiante de Derecho significa una gran responsabilidad con nosotros mismos y, desde luego, con nuestro país. Significa una responsabilidad que no se adquiere solo desde el momento en el que nos dan el cartón, sino desde mucho antes, inclusive, desde el mismo momento en el que entramos, por primera vez, al aula de Introducción al Derecho. Sin embargo, debo admitir que —poco a poco— las luchas por los derechos propios de la época en la que vivimos se quedan cada vez más en el papel, como si ya hubieran sido lo suficientemente luchados y ya no hubiera necesidad de seguir reivindicándolos cada día.

Lo que motiva a algunos de nosotros a estudiar Derecho es la indignación que nos produce la situación de un país que discrimina y que —paradójicamente— se encuentra en un escenario de posconflicto y reconciliación; indignación que suele quedarse en la clase de Sociología Jurídica y no va más allá. No se extiende a nuestro día a día, no sé si por pena, o por el mismo conformismo en el que estamos empezando a vivir, un conformismo de acuerdo al cual, de nuevo, creemos que los derechos son, y no necesitan más lucha y permanente reivindicación.

Acá, un caso clásico de un PBL de Introducción al Derecho o de Sociología Jurídica: Un grupo de amigos, en su mayoría estudiantes de Derecho de esta universidad, salen un viernes por la noche a celebrar el cumpleaños de una de sus amigas. El grupo se compone, a grandes rasgos, de 10 personas, que —para efectos del caso— no sobra precisar, son de diversos orígenes étnicos. Todos están vestidos igual, hablan igual, se expresan igual, frecuentan los mismos lugares y tratan con la misma gente. En un deplorable lenguaje clasista, cualquiera los podría definir como “niños bien”, es decir, privilegiados. Respecto al origen étnico al que he hecho alusión, 9 de ellos no se identifican, en los términos del DANE, como miembros de ningún grupo étnico, lo que, por exclusión lógica, significa que no son afrodescendientes, indígenas, Rom o gitanos. Son personas que responden al fenotipo típico de la mayoría de nosotros. Personas de estatura mediana, tez pálida y pelo oscuro. Uno de ellos, sin embargo, no es fenotípicamente igual a todos ellos, pues, aunque no se reconoce como “indígena”, es una persona cuyos rasgos responden a los de un miembro de ese grupo étnico.

Es innegable, desde luego, que todos nosotros somos producto de complejos procesos de mestizaje en el que nuestros parientes anteriores son todos de un sinnúmero de etnias posibles. Si no lo creen, miren los sorprendentes resultados del examen de ADN 24 Genetics que, mediante una prueba de saliva, genera un informe en que rastrea el origen genético de las personas. Ahora bien, el especial énfasis que hago sobre el origen étnico de uno de los miembros del grupo, no busca justificarse en el racista y arcaico argumento de quién es más “blanco”, más “negro”, o más “indígena”. Ya verán a lo que me refiero.

Volvamos a la celebración de cumpleaños en este popular bar en Bogotá. Una vez llegados a la fila, en donde se deben pagar “20k” de cover, aparece el bouncer, es decir, la persona encargada de poner las manillas y, en últimas, quien funge como el primer “filtro” de quién puede o no entrar al bar. En la entrada, el bouncer dice al primero del grupo en pasar: “me muero de la pena, pero hay uno de tus amigos que no pasa el filtro”. A la vez que pronuncia estas palabras, mira con desagrado al miembro del grupo que, como afirmé antes, tiene la piel más oscura que el resto. Como era evidente, la negativa del bouncer no respondía a la manera de vestir o el estado de sobriedad del muchacho, pues, todos en la fila estaban vestidos de la misma manera y todos estaban sobrios.

Y aquí la pregunta: ¿por qué lo estaba discriminando entonces?

Desafortunadamente, este no fue un caso hipotético, como me gustaría pensar, sino que, por desgracia, fue una escena que me tocó vivir en el bar Rocket, en la Carrera 13 con Calle 82 en Bogotá, el pasado viernes 22 de febrero.

Cuando el bouncer nos dijo que nuestro amigo no pasaba el filtro le preguntamos por la razón de su decisión. Es claro que nadie es tan ingenuo de decir que están discriminando por la raza, el género o la orientación sexual. De manera cobarde, se refugian en decir que “no pasa el filtro” sin agregar mayor cosa.

Es claro que nuestro amigo había sido discriminado por su fenotipo y los rasgos nativos a los que he hecho alusión antes. Es acá donde la discriminación es tan fácil de notar, pero tan difícil de demostrar, ya que en ninguna parte decía: “[s]e prohíbe el ingreso de indígenas”, pues es una medida claramente ilegal. Es claro que la autonomía privada de las personas jurídicas los faculta para “reservarse el derecho de admisión y permanencia”. Sin embargo, dicha autonomía tiene límites, pues no puede vulnerar derechos fundamentales como la igualdad.

Respecto a lo difícil que resulta demostrar que se ha sido discriminado cuando no se dice explícitamente por qué, pues es claro que hay criterios de discriminación válidos generalmente, como aquellos que se refieren a un código de vestimenta o inclusive de sexo, en el caso de los vestieres de una piscina, la Corte Constitucional ha desarrollado una completa línea jurisprudencial sobre los “criterios sospechosos” de discriminación. Mi afirmación se sustenta en la sentencia T-314 de 2011, en la que la Corte dijo que: “[e] n [el] ejercicio de la iniciativa privada o en el ejercicio de potestades públicas se puede negar el ingreso a establecimientos o eventos abiertos al público, bajo el uso razonable y fundamentado del derecho de “admisión y permanencia”. Lo anterior, siempre y cuando la limitación no se efectué bajo el uso, [y por causa exclusiva], de criterios sospechosos o en personas pertenecientes a grupos históricamente discriminados”, como es el caso de los afrodescendientes, los indígenas y las personas de sexualidad diversa.

En la clase de Introducción al Derecho o Sociología, hubiera, sin duda, respondido al problema diciendo que era claro cómo nuestro amigo había sido discriminado por su origen étnico. En la práctica, y tras haber convencido al bouncer para que le dejara entrar, todos guardamos silencio y dejamos el discurso de los derechos apuntado en el cuaderno.

Esta situación me aterrizó y me hizo dar cuenta de cómo la discriminación contra la que tanto luchamos en el aula se cuela de las maneras menos esperadas en nuestra realidad. Así retomo: ser estudiante de Derecho significa una gran responsabilidad con nuestro país, y es por eso por lo que no debemos guardar silencio ni quedarnos de brazos cruzados ante situaciones de discriminación en los bares en que rumbeamos. A la larga, no es la primera vez que ha pasado.

Fuente de la imagen: https://www.redbull.com/es-es/6-tipos-de-relaciones-publicas-que-te-encontraras-de-fiesta

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