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Un país de papeles sin olvido

La memoria es un elemento fundamental en un país azotado por la violencia. En ese sentido, el uso político de la misma tiene un alto costo para la estabilidad social. En este artículo, la autora crítica la postura del nuevo director del Centro de Memoria Histórica, defendiendo con distintos argumentos que en Colombia existió un conflicto armado.

Por: Laura Vargas Zabaraín. Estudiante de cuarto semestre de Derecho y Ciencia Política y miembro del Consejo Editorial. l.vargas@uniandes.edu.co

En Cien años de soledad llegó a Macondo la peste del olvido. García Márquez dedicó un capítulo entero a narrar que cuando Rebeca, una niña guajira, arribó al pueblo, fue contagiando de insomnio a las personas que allí habitaban. La consecuencia de esa enfermedad, más que no dormir durante días, era traer consigo el olvido. Así, mientras más pasaba el tiempo, más se empezaban a olvidar las palabras, las cosas y sus significados. En las casas tuvieron que pegar papelitos con goma encima de cada objeto para acordarse de sus nombres y sus utilidades (mientras no se les había olvidado leer). Lo único que querían era poder recordar. Pensaron en construir una máquina de la memoria e, incluso, intentaron leer el pasado en las barajas —en vez del futuro —, pero nada funcionaba. Cuando las paredes estaban llenas y en cada rincón encontraban notas que decían “silla”, “puerta”, “pared” o “reloj”, Melquiades (el gitano sabio) volvió a Macondo y encontró cómo curar la peste con una pócima. Así, el pueblo volvió a la normalidad; el pueblo recordó.

Este tema lo traigo a colación a propósito de una situación que ha despertado preocupaciones en el país recientemente. Hace unos meses, el presidente Iván Duque firmó un decreto con el que nombró a Darío Acevedo director del Centro de Memoria Histórica. Este reconocido profesor, historiador y columnista ha expresado abiertamente en varias entrevistas que no reconoce la existencia del conflicto armado en Colombia. Sustenta, en cambio que lo que el país ha experimentado durante más de 60 años es una lucha contra el terrorismo y no una guerra civil, lo cual ha generado controversia. A decir verdad, a mí no me conflictúa, sino que me genera una infinita preocupación, porque aparentemente Acevedo tiene la peste del olvido, esa que desde hace tiempo no se había visto.

En general, al director se le olvidó que, desde el Bogotazo, en 1948, los liberales inconformes (por sentirse excluidos después del asesinato de su caudillo) se fueron a combatir al monte, impregnados por los ideales comunistas que estaban en auge a nivel internacional. Por alguna razón, se le está dificultando recordar que se alzaron en armas y crearon las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, defendiendo el socialismo y reclutando por todo el país a los militantes que quisieran confrontar al gobierno. Acevedo necesita hoy un papelito con goma que le haga saber que la guerrilla de las FARC alcanzó a tener 20.700 combatientes (Centro de Memoria Histórica, 2018). Que más adelante no sólo se enfrentaban con el Estado sino con los grupos paramilitares de derecha (que crearon los terratenientes afectados avalados por el Estado), lo cual hizo el panorama aún más complejo. Y como si fuera poco, se le olvidó que los enfrentamientos dejaron 262.197 muertos (215.005 civiles y 46.813 combatientes), 80.514 desaparecidos (de los cuales 70.587 aún siguen sin rastro), 37.094 víctimas de secuestro, 15.687 víctimas de violencia sexual y 17.804 menores de 18 años reclutados entre 1958 y 2018 (Centro de Memoria Histórica, 2018). Quizá se le olvidó porque son cifras demasiado absurdas como para retenerlas en la memoria. Hoy, después de 1.982 masacres y once intentos de negociación de paz en gobiernos diferentes (Centro de Memoria Histórica, 2018), no culpo al nuevo director por su negligencia, pues lo que le sucede es que está contagiado de la enfermedad que hace olvidar. De pronto es hora de traer a Aureliano Buendía a que construya la máquina de la memoria para él, pues a sus ojos todo el recuento anterior no es más que el resultado de las acciones de un grupo de terroristas. Resulta irónico que sea al director del Centro de Memoria al que se le borre la memoria.

Ahora bien, para mí lo preocupante del asunto recae en que Acevedo (y los que piensan como él) terminen contagiando a toda la nación, y que esto haga que los que tienen el poder de generar impacto al respecto, causen consecuencias políticas, sociales y legales que le hagan un gran daño en el país. El propósito de este artículo es, entonces, ser el papelito para hacernos recordar, o, en otras palabras, dar los argumentos suficientes para que la concepción del conflicto deje de parecer una cuestión de interpretación y se reconozca la guerra interna por y para Colombia.

Si la peste que tiene Darío Acevedo se pega, y pensamos que el conflicto armado no existe, las víctimas dejarían de ser consideradas víctimas. El Protocolo adicional II de los Tratados de Ginebra (1949) dejaría de regir y éste estipula que los artículos allí expuestos son “Relativos a la protección de las víctimas de los conf lictos armados sin carácter internacional” (Comité Internacional de la Cruz Roja, 2018). Es por ello que el Título II abarca el trato humano, el Título III los heridos, los enfermos y los náufragos y el Título IV la población civil. Si el convenio que busca proteger y asistir a la población en situación de guerra no aplica, la reparación y la restitución no tendrían sentido ni serían legítimas en un contexto en que no se consideren los civiles afectados. Así, por ejemplo, la Ley 1448 de 2011 que tiene como fin proteger a las víctimas, no tendría fuerza vinculante y desde el ámbito jurídico, político y social los casos quedarían en la impunidad. Este es el primer papelito: Víctimas.

Como segundo punto, se debe reconocer el conflicto porque, donde se pegue la peste, la violencia sería deshumanizada. Esta es una consecuencia que surge del mismo tratado que el argumento anterior, que contiene “las principales normas destinadas a limitar la barbarie de la guerra” (Cruz Roja Internacional, 2014). Esto, en otras palabras, quiere decir que la humaniza. Por un lado, lo hace, como ya fue expuesto, protegiendo a las personas que no participan en las hostilidades y, por el otro, protegiendo a aquellos que ya no pueden seguir participando en los combates. Así, estos acuerdos hacen menos cruda la violencia armada y la condiciona a ciertos parámetros. Según lo expresado por Christoph Harnish, el jefe de la delegación del CICR en Colombia, no habría obligación de respetar, por ejemplo, las misiones médicas, la vida de los civiles o la vida del enemigo cuando se rinde (El Espectador, 2019). Teniendo en cuenta lo anterior, si se sigue sosteniendo que lo vivido no es un conflicto, lo que ha sucedido en Colombia deja de entrar en el marco de lo legal, deja de estar protegido por el Sistema Internacional y deja de considerarse una “guerra justa” (Walzer, 1977). Por eso, el segundo papelito es: Guerra legítima y humana.

Finalmente, si el conflicto armado en Colombia se reconoce, la negociación como vía jurídica y política para terminarlo es una opción, pero si se considera terrorismo, no. ¡A recordar, señor Acevedo! Según el teórico político Bard O´Neill (1990), sólo con usar el calificativo de terrorista se cierran las vías de negociación, pues este medio se puede utilizar únicamente si es un grupo armado al margen de la ley que reconoce buscar poder político y tiene intenciones de cambiar el régimen estatal y sus instituciones. Esto es así, porque los terroristas tienen un estigma negativo inherente, pues no se entienden sus objetivos ni su modo de actuar y la justificación de sus actos no es válida (O´Neill, 1990). A diferencia de lo anterior, las guerrillas tienen un estigma positivo al tener un componente teórico e ideológico que genera apoyo en partes de la sociedad y aunque no siempre se comparten los medios con los que buscan alcanzar sus objetivos, su fin es parcialmente válido (O´Neill, 1990). Además, los hechos han demostrado que los terroristas no llegan a consensos y el conflicto acaba cuando los capturan o los matan en casos como el de Osama Bin Ladden o Pablo Escobar, que fueron asesinados al ser encontrados escondiéndose. Así, si los hechos se consideran terrorismo, es evidente que la única posibilidad jurídica sería acabar con el enemigo, optar por la coerción y por la fuerza y llevar a un derramamiento de sangre aún mayor. En otras palabras, de no reconocerse el conflicto armado, la violencia acabaría con más violencia. Por eso, el tercer papelito es: Negociaciones de paz. Y una ñapa que algunos borran de su memoria: El fin no justifica los medios.

Puedo, entonces, decir que es oficial: la peste del olvido llegó a Colombia, tal como lo predijo el gran García Márquez. Aparentemente, necesitamos papelitos pegados por las paredes que en vez de “silla” digan “víctima”, en vez de “puerta” digan “victimario”, en vez de “reloj” digan “excombatiente” y en vez de “mesa” digan “militar”. Papelitos que, así como en Macondo, recuerden el significado de lo que no se puede olvidar. Papelitos que digan: “Mina antipersona: explosivo escondido en el suelo para efectos de la guerra que ha volado piernas de inocentes”; “Muerte: situación experimentada a causa de combates, equivocaciones y búsqueda de cambio institucional”; “Paz: el anhelo de todo colombiano”; “Perdón: el paso más difícil después de que han desaparecido, secuestrado, matado o torturado a alguien cercano”; “Verdad: lo que alivia”; “Esperanza: intentar que haya un cambio”; o “Dolor: lo que sentimos todos los colombianos por haber vivido en guerra y ni siquiera poder reconocerla”.

A decir verdad, creo que lo que necesitamos es un gran papel pegado con goma encima de toda Colombia que diga claramente: “Conflicto armado: lo vivido por nosotros por muchos años”, para no olvidar que lo que ha ocurrido en el país ha sido una guerra. Ahora puedo decir que tenemos que parar la peste, no sólo porque las víctimas dejarían de ser víctimas, la violencia sería inhumana y la negociación dejaría de ser una salida, sino porque no reconocer y pensar que nada de lo que pasó, pasó, haría de Colombia una Macondo: una sociedad de olvido que llegue a “hundirse en una especie de idiotez sin pasado” (García, 1968). Aunque no espero, no sé si hoy haya un Melquiades que venga a curar la enfermedad de la que se contagiaron algunos, y no sé si exista la máquina de la memoria, las cartas del pasado o la pócima que ayude a recordar. Lo que sí sé es que mientras eso pase, estoy dispuesta a vivir mi vida llenando de papelitos mi país, para que a los que no se nos ha olvidado, nunca se nos olvide lo vivido, y para que a los que, como a Acevedo, se les olvidó, puedan leer y recordar el significado perdido de una Colombia que puede estar llena de goma y papel pero nunca llena de olvido.

Bibliografía

Centro de Memoria Histórica. (2016). “¡Basta Ya! Colombia Memorias de Guerra y Dignidad, Informe General del Grupo de Memoria Histórica” Recuperado el 19,03,19 de http://www.centrodememoriahistorica. gov.co/descargas/informes2013/ bastaYa/basta-ya-colombiamemorias- de-guerra-y-dignidad-2016. Pdf

Centro de Memoria Histórica. (2018). 262.197 muertos dejó el conflicto armado. Recuperado el 19,03,19 de http://www. centrodememoriahistorica.gov.co/ micrositios/informeGeneral/estadisticas. Html

Comité Internacional de la Cruz Roja. (2014). Los Convenios de Ginebra de 1949 y sus Protocolos Adicionales. Recuperado el 18,03,19 de https://www.icrc.org/es/ document/los-convenios-de-ginebrade- 1949-y-sus-protocolos-adicionales

 Comité Internacional de la Cruz Roja. (2018). Protocolo II adicional a los Convenios de Ginebra de 1949 relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional, 1977. Recuperado el 18,03,19 de https://www. icrc.org/es/doc/resources/documents/ misc/protocolo-ii.htm

El Espectador. (2019). “En Colombia sí hay un conflicto armado no internacional”: CICR. Recuperado el 19,03,19 de https:// colombia2020.elespectador.com/pais/ en-colombia-si-hay-un-conflicto-armado- no-internacional-cicr

García, M. G. (1968). Cien años de soledad. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. Pp 48-71.

Ley 1448 de 2011. Ley de Victimas. Junio 10 de 2011. DO 48096.

Revista semana. (2019). Pese a la polémica gobierno norma a Darío Acevedo en dirección del Centro de Memoria Histórica. Recuperado el 25,03,19 de https:// http://www.semana.com/nacion/articulo/ gobierno-nombro-a-dario-acevedo-enla- direccion-del-centro-de-memoriahistorica/601972

O´Neill, B (1990). Insurgencia y terrorismo. Nueva York: Brasseys. Pp 13-52. Walzer, M. (1977). Just and Unjust wars: A moral argument with historical ilustrations. Nueva York: Basic Books. Pp. 176-206

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