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¡Cumbia!

Por: Matilde Rosa Rincón Lorduy. Estudiante de cuarto semestre de derecho y miembro del Consejo Editorial. mr.rinconl@uniandes.edu.co

El etnomusicólogo Thomas Turino describe dos categorías posibles en las que se puede encajar la música en vivo. Por un lado, está la música “de presentación” (por no encontrar una mejor traducción para la palabra presentational). Esta se distingue porque existe una división clara entre los músicos —quienes producen un sonido organizado y ensayado— y los espectadores —que son simples receptores de la información—. Un ejemplo de este tipo de práctica musical es un concierto de una orquesta sinfónica, en el que no sólo existe una barrera física que separa a la orquesta de las demás personas, sino que estas últimas sólo escuchan sentados a quienes las están entreteniendo. En el extremo contrario está la música participativa, la cual, como su nombre lo indica, implica necesariamente la interacción directa entre el público y los músicos.

Diferentes tipos de música tradicional colombiana, en especial aquella que ha surgido de nuestras raíces africanas, son muestra perfecta de ello. Esto se debe a que se la invitación a aplaudir, a bailar y a cantar los coros repetitivos da la sensación de que no se está presenciando un concierto o una presentación en estrictos términos, sino que se es parte integral de una práctica musical en movimiento. Claro que hace dos meses, cuando vi a personas de todos los rincones de la Tierra moviendo las caderas al son de las maracas en uno de los teatros más conocidos del mundo no conocía los términos que aquí he mencionado, y sólo pude observar con sorpresa e incertidumbre. Aunque creo que, si ustedes hubiesen estado en mi posición, su reacción sería la misma.

Les describo el panorama un poco: mi mejor amiga y yo estábamos en el Kennedy Center of Performing Arts en la capital de Estados Unidos, esperando para entra a ver un musical que habíamos esperado por meses. Más que un teatro, el Kennedy Center es una especie de centro de convenciones que tiene dentro varios teatros. En ellos, con frecuencia se presentan los tours nacionales de reconocidas obras de Broadway, espectáculos de ballet y conciertos de ópera. Lo que no sabía era que, como parte de la celebración por el inicio del verano, el Kennedy Center organiza conciertos gratis en vivo, abiertos para todo público. Uno de esos conciertos —me enteraría después de ver las polleras y de escuchar los tambores— fue dado por La Marvela, un grupo musical compuesto por mujeres colombianas residentes en Washington, que se ha dedicado a mantener vivas las tradiciones musicales afrolatinas a pesar de la distancia con su tierra natal.

Pero, a pesar de la honorable maestría con la que las mujeres de La Marvela tocaban sus instrumentos y cantaban a su ritmo, lo más remarcable para mí fue el comportamiento del público. En primer lugar, había varias decenas de personas, quizás. Estas provenían de Latinoamérica, pero también estadounidenses y de distintos países de Asia. Todas estaban aplaudiendo y bailando sin parar, aunque, evidentemente, muchas de ellas no tenían idea de lo que significan las palabras “el aguardiente se me ha trepao’”. Así, no pude evitar preguntarme por qué en medio de un ambiente político mundial tan tenso y, sobre todo, tan resistente a la diferencia esta gente estaba —con gusto— siendo parte de una manifestación cultural colombiana. Al leer el texto de Turino, encontré la razón.

La música participativa —como la de La Marvela— va mucho más allá de ser un espectáculo calculado y planificado, en el que tanto los músicos como los oyentes se sientan quietos y ejercen sus roles designados. Es, en cambio, una experiencia en la que no importa de dónde vienes o a dónde vas, si tienes entrenamiento musical profesional o simplemente no puedes resistir tararear cuando escuchas una letra pegajosa. Lo único que importa es que estás ahí en ese momento, y que —consciente o inconscientemente— te deshaces de todas tus inhibiciones y te rindes a los estímulos de alegría pura que recibes de tu ambiente exterior. Es por eso por lo que los espectadores de La Marvela ese día de verano no pudieron resistirse a aplaudir y a bailar con las cantantes cuando gritaron “¡Cumbia!”. Y es por eso, también que —aunque disfruté cada minuto del musical que vi ese día— la memoria de todos los cuerpos que se unieron en una sola alma por el ruido de las maracas y los tambores me recordará, por siempre, del poder de la música como punto de inflexión en medio de la diaria turbulencia que vivimos.

Referencias

Turino, T. (2009). Music as social life. Recuperado de https://books.google.com.co/books?hl=es&lr=&id=Iy5bQL58m08C&oi=fnd&pg=PR7&dq=Thomas+Turino,+Music+as+Social+Life:+The+Politics+of+Participation&ots=afoPMyOq4e&sig=BSA05qbhGLageFQkV23Q85SPh_M&redir_esc=y#v=onepage&q=Thomas%20Turino%2C%20Music%20as%20Social%20Life%3A%20The%20Politics%20of%20Participation&f=false

La Marvela; Pura Verbena-Millennium Stage at Kennedy Center (June 21, 2019). Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=8aLOo-GkblM (A partir del minuto 40:00 es mi parte favorita).

Página de Facebook de La Marvela. Recuperado de https://www.facebook.com/LaMarvelaMusic/?pageid=1725557640789280&ftentidentifier=2740202249324809&padding=0

Fuente de la imagen: https://scontent.fbog11-1.fna.fbcdn.net/v/t1.0-9/65385413_2688977331113968_7034511159256416256_o.jpg?_nc_cat=104&_nc_oc=AQkWZiK5lsy2PEV5PLhSnvt7rBcAx03tw0zJVuJETuwG8326F1MIV_C3jFoSrEvbQtA&_nc_ht=scontent.fbog11-1.fna&oh=391737d58f9bdfb90d79a59d0dfba063&oe=5DD79AEE

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