Tal vez a Bruto también le tembló la mano

Por: Alea
Ah, este es interesante. Recuerdo haberlo leído de principio a fin unas vacaciones, acá, en esta misma sala. Debía haber estado en décimo, quizás once. Sigue igual, pesa igual. Mira eso, el separador sigue ahí entre la portada y la primera página, cubriendo mi firma. Se me había olvidado esa firma, no es la de ahora, pero cuando paso el dedo por ese garabato se me aprieta la garganta. Adentro están todas las vidas de los Romanov, lo hojeo y vuelan los rostros de la familia imperial. Se ve un hombre firme, barbado, de ojos verdes que me miran en silencio. Es como si Miguel I hubiese sabido en el momento en que le hicieron ese retrato que fundaría una dinastía de 300 años, y al final Nicolás II con una cara como si supiera que la perdería. Y por ahí en la mitad, la princesa Sofía, con el pelo desgreñado sobre la espalda, atrapada en el monasterio por tratar de usurpar a sus hermanos. Cuántos se habrían salvado si Sofía no hubiera nacido mujer.
Otra vez me llama, como si supiera. Si lo sospechara me sentiría un poco mejor, pero sé que no y tampoco lo va a creer después de que pase, pero debería. ¿Quién más sabe sino yo? Es muy cuidadoso, por eso le va a doler tanto.
Huele a viejo, pero no es un libro viejo, debe de tener unos once, doce, años. Acá estará bien, al lado de la fotografía del abuelo. Si el viejo nos viera se volvería a morir, pero de vergüenza esta vez. Me enteré de que trató de vender esta finca apenas se enteró del tumor, para que mis tíos no se la pelearan, o, mejor dicho, para que mi papá no se las quitara. Esta finca estuvo en la familia por unas cinco generaciones y casi basta con mi papá para perderla. Casi.
Por allá en ese árbol, no el de barbas, sino el otro, el torcido, me sentaba a leer. Pero fue viendo a mi papá en uno de los debates que me di cuenta de que quería eso. Mi papá sonrió de oreja a oreja porque Daniel quería ser ingeniero y Mónica ya había empezado sociología, así que yo era su última esperanza.
La chimenea está sucia. Hay cenizas por todo lado, alguien la prendió y no la apagó bien. Aquí fue la fiesta después del grado, para entonces era edil, ¿o candidata a? No, ya habían pasado las elecciones.
Papá me hizo quien soy hoy, y ese fue su error.
Si volteo el cojín del sofá, seguro me encuentro la mancha que quedó después de que Mónica se cayera trepando el árbol barbudo. La apoyamos en nuestros brazos y la recostamos sobre el sofá. Ella solo se quejaba de un pito agudo que no la dejaba en paz. Daniel y yo nos miramos porque la casa estaba en completo silencio. Le cogieron solo tres puntos, pero no volvió a treparse en los árboles.
Traté de razonar con él y me dijo que sí, que entendía, que la próxima vuelta c’est fini.
Yo le creí, y ese fue mi error.
Isabel I, Aristóteles, Foucault, Genghis Khan, Maquiavelo, Weber…pero, ¿dónde está ese libro? Tiene que estar por acá.
No me van a volver a hablar, ni siquiera Daniel, pero puedo vivir con eso. ¿Y los votantes? Eso ya es marketing. Se vende como deber, con Kant escondemos a Judas. Sí, los medios se van a dar cuenta de la maniobra, pero qué le vamos a hacer, al menos la gente olvida rápido. Pero suena bien, el deber de ciudadana sobre el de hija, le funcionó a los Horacios, y funciona mejor que el contrario, basta ver Antígona.
Tal vez está en el estudio, nunca recuerdo cuál libro va en dónde.
Nicolás llama, pero ahora no quiero hablar. ¿Qué pensará él? A él todavía le gusta creer que soy una buena persona, así que quizás…Y pensar que fue mi papá el que me dijo que me casara y que me casara con Nicolás porque era todo bonachón. ¿Bonachón? Le dije, con una ceja levantada. Sí, un tipo bonachón, alguien que está por fuera del juego, que no tiene nada que ver con la política, que no intimida. Es doctor ¿no? Es perfecto. ¿Pero ya? ¿Tan jóvenes? Sí, eso da confianza, soltera no se llega a ningún cargo. Le dije que sería la primera en lograrlo, pero terminé haciéndole caso.
Este cuarto siempre será suyo. Frente al escritorio está el ventanal que da al bosque: con razón se la pasaba acá trabajando. Me pregunto si todas sus reuniones fueron en este mismo cuarto, si se sentaron en ese mismo escritorio a negociar, si acá se untó por primera vez. ¿Cuánto le habrán ofrecido al principio? Fuere lo que fuere estoy segura que papá lo terminó duplicando. No habría corrido el riesgo si no valiera la pena. No era la primera vez que se saltaba las reglas, pero fue la más importante.
Por acá tiene que estar, en algún lado, quizás de polizón entre la historia colombiana o escondido al lado de las enciclopedias.
Lo justo sería advertirle y darle la oportunidad de renunciar antes de ser drástica, pero no puedo, si lo supiera, algo se ingeniaría y me la devolvería, y peor. Sólo hay una oportunidad. Me puedo ofrecer para pagarle el abogado, pero no lo va a aceptar, obvio. Yo tampoco lo haría.
Sí, creo que es ese de arriba, no se alcanza a leer el título, pero si no me falla la memoria es ese. Necesito una silla para alcanzarlo.
¿Pero por qué tiene que ser tan terco? Me lo prometió. Me dijo que terminaba su período y se retiraba. Dijo que me iba a apoyar con la campaña. Pero, pero, pero…ay, si tan solo el Congreso fuera lo suficientemente grande para los dos…
Sí, este es. Historia desde la república hasta el imperio. En estas páginas viven tantos viejos amigos: Nerón, al que uno teme, Cincinato, al que uno admira en voz alta, y Sulla, al que uno admira de verdad.
Ojalá sacarlo no implicara… no quiero que termine así, pero no hay opción. Igual, con un buen abogado… él sabía lo que estaba haciendo. Se metió con los que se metió, es grande, ya sabe el riesgo.
Y el César, el Dictador. Y Bruto. Bruto, Bruto, Bruto… una vida reducida a un solo momento. Incluso así nunca sabremos qué pensaste la noche anterior, qué pensaste los minutos antes, durante. Solo tenemos a Shakespeare, pero, ¿él qué sabe? No estuvo ahí.
Si algo me enseñó papá es que no hay gente mala ni buena. Hay marketing, del bueno y del malo. Seré la abanderada de la anticorrupción, y me amarán, y me odiarán, y me odiarás, porque de verdad me amaste, me amas.
Et tu, Brute? ¿Y yo, Bruto?
Dos llamadas: una a la policía, otra a los medios. Y ya está.
Sí, y yo también, Bruto, yo también.
Imagen: La muerte de Julio César. Vincenzo Camuccini, 1798.
Categorías