Nada más que la justicia

Por: Tomás Uprimny Añez. Estudiante de Derecho. t.uprimny@uniandes.edu.co
En 1655, con su técnica totalmente domesticada, pintó Rembrandt uno de sus cuadros más famosos y, paradójicamente, menos rembrandtiano. Dibujó El buey desollado: colgado patas arriba de una vara de madera pende, como el título bien lo enuncia, un buey desollado y abierto, con las tripas al aire; en el fondo se entrevé una mujer que asoma su cabeza y que sensatamente podríamos pensar que es la señora del carnicero. La absoluta maestría en el manejo de la luz, como en todos los cuadros de Rembrandt, le brinda el toque de no sé qué que tienen todas, absolutamente todas, las obras del pintor neerlandés. ¿Es acaso una suerte de memento mori como tantas veces se ha dicho? Creo que no. Por el contrario: la pintura representa, entre otras cosas, nuestra fascinación por los espectáculos descarnados, por el dolor ajeno y por la miseria de los otros. El de Rembrant es quizás un temprano anuncio de lo que nos esperaba a la vuelta de la esquina: la humanidad misma desollada ante los curiosos ojos de los espectadores.
Otro ejemplo es el hermoso y al mismo tiempo temerario Paisaje con la caída de Ícaro (1555) del también maestro neerlandés Bruegel el viejo. Sus alegres campesinos, impasibles, pétreos, incluso indiferentes, ante Ícaro ahogándose con sus alas chamuscadas. La vida sigue. Los campesinos siguen laborando y trabajando el campo, los barcos siguen su rumbo sin siquiera escorarse y los pescadores esperan tranquilamente que su malla atrape un buen botín. Por eso se me antoja que es el mismo mensaje -o sospecha, porque el arte parte siempre de sospechas- de Rembrandt, aunque en este ya la humanidad no tiene una mirada desinteresada, sino que encuentra placer en el voyeurismo del sufrimiento escueto y sin maquillaje. La cuestión no murió con Rembrandt, ni mucho menos: el Guernica (1937) de Picasso, o El tres de mayo de 1808 (1814) de Goya, o Violencia (1962) de Obregón, o cualquier cuadro de Francis Bacon insisten en la reflexión en torno al mismo tema añadiendo cada uno, claro está, sus gracias personales.
Todo lo que he planteado hasta ahora es una interpretación subjetiva -como todas-, porque creo que para hablar de arte basta con querer ver, y con tener un buen sillón, obvio, porque como escribió el gran pintor suizo Paul Klee: “¿No dice Feuerbach que para la comprensión de un cuadro es menester una silla? ¿Para qué la silla? Para que las piernas, al cansarse, no perturben el espíritu.” Pues bien, para discutir sobre justicia y arte, pero también sobre injusticia y arte – ¿Qué ha hecho el arte ante el dolor y el sufrimiento?, ¿qué nos propone?, ¿cómo nos sacude?, ¿cómo nos tranquiliza o nos intranquiliza? -, es que la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes lanza este martes 8 de octubre el programa Estéticas de la Justicia, que nos mantendrá ocupados hasta bien entrado noviembre con charlas cada martes y jueves, y sillas en abundancia. Un espacio dedicado a pensar el arte y la justicia. O mejor, cómo aquel ha concebido a esta. Y desde diferentes ángulos repartidos en cuatro módulos: Al ritmo de la justicia: música y justicia; Un país difícil para ser negro: Cine y racismo; La Justicia es una isla el en el mundo: literatura y justicia; y Obrar en derecho: arte y justicia.
Música, cine, literatura y pintura. En la literatura los ejemplos abundan y para todos los gustos: Sentdhal escribió Le Rouge et le Noir a partir de la corazonada de que un asesinato cometido por amor era el más sublime de los crímenes, y entonces él, como escritor, debía desentrañar los recovecos que llevan a una persona a matar al ser amado. Y hay ahí, entonces, una cierta visión de la justicia. Qué decir de Victor Hugo, que toda su vida clamó en contra de la pena de muerte y escribió un libro entero al respecto. O del Quijote. O de Homero. O de Dante. En todos los grandes autores hay, a mi juicio, alguna reflexión acerca de lo justo y de lo injusto, aunque a simple vista no la logremos captar.
El viejo Faulkner, por ejemplo, es quizás quien mejor ha retratado y golpeado al racismo, mejor que cualquier tribunal judicial, pues Faulkner lo hace desde el campo artístico, que es más democrático. Pero esto viene desde hace tiempo: los personajes de Faulkner son una encarnación, un eco, -excelente, por lo demás- del destino trágico de los átridas de Homero, pues toda literatura lleva dentro de sí a sus grandes abuelos. La literatura -que más que inventar descubre la realidad-, la literatura, digo, la buena literatura no se ancla en una época ni en un sitio: el regreso de Ulises es siempre, siempre lo ha sido y siempre lo será, el regreso del viajero a su tierra, a su isla. Con la justicia es semejante: mientras haya injusticias en el mundo, mientras haya agravios que desfacer y entuertos que enderezar, mientras algunos mueran de hambre y otros mueran de sobrepeso, mientras unos asesinen y otros sean asesinados, mientras todo eso siga sucediendo El Quijote seguirá vigente. Y quizás Estéticas de la Justicia nos revele a los Quijotes de la pintura y del cine y de la música. Basta con querer ver y con querer escuchar, y disfrutar haciéndolo.
Todo arte -dijo, siempre lúcido, Graham Greene- contiene una pretensión de justicia. Y sí. Parece que sí. O eso veremos.
_________________________________________________________________________
El lanzamiento del programa Estéticas de la Justicia es el martes 8 de octubre del 2019 en la Universidad de los Andes a las 17:00h (Edificio SD salón 1001). La entrada es libre con previa inscripción. Para mayor información e inscripciones: https://derecho.uniandes.edu.co/es/esteticas-de-la-justicia
Categorías