LOS ZOMBIS TAMBIÉN SON SERES HUMANOS: Alegoría sobre varios males


*Las posturas y afirmaciones de los columnistas externos no comprometen ni reflejan posiciones editoriales de Al Derecho.
Durante el tiempo de aislamiento social, cuarentena o como se le quiera llamar, comencé a preguntarme si era correcto o no ver películas de zombis. Es comúnmente conocido que esta clase de cine capta sinnúmero de fanáticos a nivel mundial y, la verdad sea dicha, socialmente parece tener un atractivo insólito: supone la atracción predicable de una pesadilla. En cualquier caso, antes de llegar a una conclusión me pregunté por la naturaleza de los zombis y qué posición podrían ocupar ética y jurídicamente; para luego plantearme una serie de cuestionamientos sobre la sociedad.
Sobre lo primero, creo que coincidimos en que los zombis son seres humanos (generalmente) cuya inteligencia, razón y voluntad han sido dominadas por una peste pandémica (bien sea de origen viral, bacteriano-parasitario o, incluso, fungi), de modo que todo su ser sirve a los fines de dicha calamidad: encontrar nuevos huéspedes, convivir dentro de sus cuerpos y expandirse lo más posible. Es dable decir que existe una suerte de consenso en torno a la forma de tratar con seres humanos zombi: la eliminación violenta entre tanto que la simultánea búsqueda de una cura da resultados.
Ahora bien, en este punto es donde comienzo a tener problemas. Éticamente, si los zombis son seres humanos infectados por una pandemia, ¿no serían de todos modos iguales en dignidad y merecedores del mismo respeto que un ser humano no infectado? Lo que a nivel jurídico me hizo preguntar, ¿son los zombis sujetos de derecho? Y, en caso de ser la respuesta negativa, ¿se les estaría deshumanizando por el simple hecho de estar infectados?
Tal vez, de entrada, nos parezca repugnante negar la protección debida a seres humanos infectados de alguna peste, por lo que a los cuestionamientos planteados podría responderse que sí son sujetos de derecho iguales en dignidad. Mas, esa respuesta, curiosamente, tendría el potencial de contradecir el modelo que edifica la dignidad y las libertades fundamentales sobre la capacidad de autonomía, fundada a su vez en la presunción de una naturaleza racional y volitiva humana, manifestada, para algunos, en la capacidad verbal efectiva.
Desde otra arista, independiente a las consideraciones sobre dignidad y titularidad de derechos, alguien podría aducir que la aniquilación de los zombis está justificada (al menos, hasta antes de que sea eficaz y masivamente aplicable una cura), no por el simple hecho de estar infectados, sino porque representan una amenaza existencial para todo el género humano. Más allá del asomo utilitarista que es identificable, paralelamente, me pregunto cuál sería el límite de ese razonamiento, siendo que, en últimas, cualquier persona infectada con una pandemia altamente contagiosa y virtualmente letal podría constituir una amenaza existencial para el género humano (no solo por la pandemia en sí, sino por los efectos económicos, culturales y políticos que generaría).
Los párrafos anteriores me traen de vuelta al que ahora, espero, aparezca frente a los lectores como un consenso al menos mínimamente perturbador. Tal vez si preguntáramos a cualquier persona del mundo sobre su acuerdo o desacuerdo con eliminar individuos llamados occidentalmente “zombis” la respuesta sería estar “de acuerdo”, hasta tanto no se consiga una cura. Ello me inquieta, al mismo tiempo, para cuestionarme sobre el desconcertante atractivo del que las historias de zombis gozan en la contemporaneidad.
Una situación de crisis con la magnitud que presentan los relatos relacionados con pandemias zombi implicaría, en la práctica, la negación de la mayoría de las garantías democráticas. Por ejemplo, se condenaría a muerte a una porción significativa de la sociedad por el simple hecho de estar infectada, claro, sin un juicio previo. Así mismo, en algunas películas observamos cómo se capturaría al “enemigo”, y se le sometería a experimentación sin ningún tipo de prerrogativa jurídica que éste pueda hacer valer. Es más, resulta irónico que herramientas bélicas cuyo uso se reprocha actualmente, como las armas de destrucción masiva, funjan hasta cierto punto como panaceas en un mundo asediado por los zombis.
Consecuentemente, me pregunto acerca de la sociedad: ¿qué hay de atractivo en una pesadilla? Porque en definitiva una pandemia que convierta a los seres humanos en monstruos, carentes de juicio, sería mucho más que un mal sueño. ¿Por qué nos llama tanto la atención un contexto emancipado de instituciones y garantías democráticas? ¿Qué esconde el agrado por este tipo de sucesos narrados cinematográficamente? ¿Hay deseos reprimidos excitados por los héroes que toman la vida de seres humanos infectados por una peste? ¿Cuán utilitarista es, en el fondo, la sociedad? ¿Qué de lindo hay en la hipótesis de seres humanos cuyo intelecto, razón y voluntad han sido mayoritariamente subyugados por una maldad devastadora? ¿Acaso la sociedad disfruta de la violencia sin piedad contra los zombis pues, por fin, hay un humano que no alcanza a ser un “otro” igual en dignidad? Por ende, ¿Son los zombis el “enemigo” ideal, el deseado? ¿Qué rostro damos a nuestros zombis?
En fin, preguntas. Para concluir debo decir que no veré películas de zombis durante la pandemia, pues con las noticias en Twitter (no solo las recientes) he tenido suficiente. Hoy por hoy mi afán es que, ciertamente, la humanidad aprenda a tratar con los zombis, dado que también son seres humanos.
P.D. Me disculpo por cualquier uso impropio del lenguaje, la verdad, desconozco los tecnicismos empleables para asuntos relativos a la afección zombi.
Imagen: https://www.taringa.net
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