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“Una vida que valía la pena vivir”: Margarita Martínez, la abogada documentalista

Fue en 1996 cuando el periódico El Tiempo le cerró las puertas a Margarita Martínez Escallón, alegando que su conocimiento sobre el periodismo era poco o nulo; no conseguiría nunca un trabajo allí. Lo que no esperaban era que tiempo después encontraría, por fin, el camino que estaba buscando, eso que Margarita define como: “lo que le permitió tener una vida que valía la pena vivir”.

En 1988 Margarita se graduó del Colegio Marymount de Bogotá, poco convencida del camino que debía tomar, a qué se quería dedicar por el resto de su vida; no eran preguntas fáciles de responder y menos cuando se tienen gustos tan variados. Siempre había sido consumidora de noticias”: le encantaban las entrevistas, a las que concebía como un oficio interesantísimo, que la llevaban a plantearse estudiar Comunicación Social. Sin embargo, terminó cediendo ante la presión familiar por estudiar algo que le garantizara estabilidad laboral, una carrera para “una gran estudiante”, como ella. Derecho era la opción perfecta para “saber un poco de todo e ir viendo que era lo que más le gustaba”. Fue así como en 1988-2 Margarita Martínez entró como primípara a la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes. 

 “Era una Facultad joven, recuerdo que teníamos esa biblioteca pequeña alejada de todo. No era muy grande, tenía un aire un poco familiar, algo personalizado”  

Una estudiante que se enfrentaba a un mundo nuevo, entró en la Decanatura de Carlos Gustavo Arrieta, llena de eminencias: “el Decano nos daba Introducción al Derecho, el profesor Eduardo Álvarez Correa nos daba Romano y Ciro Angarita Barón daba Bienes y Personas”. Se rodeó de gente con ambición de cambiar el país: Catalina Botero, ahora Decana de Derecho, era una de sus monitoras; Julieta Lemaitre, hoy profesora uniandina y Magistrada de la JEP, era su compañera de clase y amiga; al igual que Juanita León, quien años más tarde sería la fundadora y directora de La Silla Vacía. 

Para Margarita, la Universidad marchaba bien. A ella, afirma, le habían gustado sus dos primeros semestres en la universidad, sentía mucha fascinación por la filosofía del derecho y por algunas de las clases que había podido cursar . “La Facultad era joven, recuerdo que teníamos esa biblioteca pequeña alejada de todo (…) tenía un aire un poco familiar, algo personalizado”, dice. La Universidad se había convertido en un lugar de sueños y oportunidades, perfecto para una estudiante dispuesta a dar lo mejor de ella, a llegar tan lejos como se lo propusiera. 

Sin embargo, después de haber estudiado su primer año de Derecho, le surgió un viaje a Estados Unidos en el que se desconectó por un año de su cotidianidad en la Universidad de los Andes. Al volver, retomar las clases fue todo un reto, su  encanto y amor por la Facultad se reducían cada vez más. Las clases de Derecho se empezaban a convertir en una experiencia ya no tan fascinante, dejaban la insatisfacción de estudiar algo que no le gustaba, algo que no la iba a enamorar de su futuro. Margarita recuerda con nostalgia que se encontraba en un momento sin sentido en su vida, sabía que ella no iba a ser una abogada practicante, no era su sueño. 

La Universidad había dejado de ser un lugar de sueños, convirtiéndose en un camino largo e incierto. Margarita no quería cambiar de programa, le parecía que había avanzado lo suficiente como para empezar nuevamente, de cero. Aprovechó la oportunidad -tan uniandina- de ver clases de otros departamentos para redirigir su camino: tomó clases de Literatura e Historia. 

Tiempo después, en 1994, finalmente Margarita se graduó como abogada de la Universidad de Los Andes. Había llegado el momento de enfrentarse a la vida real, entró a trabajar en la Cancillería, y aunque no era su trabajo soñado, era una ocasión para obtener experiencia. Dos años después, cansada de redactar informes sobre política de drogas y otros temas que ni ella misma recuerda, decidió lanzarse al vacío, arriesgarse a pedir trabajo en un lugar en donde seguramente no la iban a recibir, el periódico El Tiempo. 

“Una profesora mía solía decir, “No means hello”,  -un No significa Hola– y esa fue la mentalidad que yo tuve, no estaba dispuesta a dejar de continuar en la búsqueda de mi verdadero camino por un rechazo, eso es solo un paso más que se debe de superar”. 

“Usted no sabe de periodismo”, fue la respuesta.  Le habían cerrado una puerta pero regalado una anécdota para contar en sus entrevistas. El periódico El Tiempo se había convertido en la oportunidad perfecta para empezar un nuevo rumbo en su vida y dedicarse a aquello que le había llamado la atención desde niña: el periodismo. Margarita no estaba dispuesta a dejar pasar más el tiempo, por lo cual, decidió aplicar a una beca en la Universidad de Columbia, para iniciar su maestría en Relaciones Internacionales y Periodismo. Por fin  le apostaría a estudiar algo que le apasionara y le brindara un futuro esperanzador. 

Después de un largo tiempo la espera había culminado, Margarita se había ganado la beca en la Universidad de Columbia; había conseguido la oportunidad de empezar de cero en Nueva York, su lugar mágico, una experiencia enriquecedora que aún recuerda: “Una profesora mía solía decir, “No means hello”,  -un “No” significa Hola– y esa fue la mentalidad que yo tuve, no estaba dispuesta a dejar de continuar en la búsqueda de mi verdadero camino por un rechazo, eso es solo un paso más que se debe de superar”, cuenta.

Margarita recapitula sus recuerdos: sus primeras labores como periodista fueron en el periódico de la Universidad de Columbia en el 98’. Allí le pedían que cubriera noticias en barrios cercanos a Jackson Queen, poblado de paquistaníes, israelitas e hindúes. La experiencia no era fácil, ella creía que nadie iba a querer responder a sus preguntas, la falta de experiencia la hacía dudar de ella misma. Terminada la Maestría, entró a trabajar en NBC News en Nueva York por alrededor de un año, lugar donde tuvo sus primeros acercamientos con el documentalismo. 

Su gusto por el periodismo era cada vez más grande. Entró a un programa de Entry Level en NBC News, donde dividía su tiempo: la mitad en el noticiero de la agencia y la otra en la revista televisiva de la cadena, «Dateline». Recuerda que en esta última se empapaba del conocimiento de los mejores productores, directores y camarógrafos del momento en la televisión estadounidense. 

Margarita no sólo había descubierto que el periodismo era lo suyo, sino que quería hacer documentales, y esa sería la forma de hacer justicia a su modo: visibilizar hechos y contar historias como una forma en que su ‘abogada interna’ clamaría por justicia e igualdad. Llegó a la conclusión de que: con un artículo periodístico o con un documental se logra que la gente entienda muchísimo más lo que pasa y aquellos que tienen el poder logren tomar decisiones más sensatas”.

“el deseo ardiente de que la gente viera desde sus casas, de manera segura, lo que yo estaba viendo. Además, que vieran que no era un problema irresoluble, todo tiene solución pero se requiere estar cerca para poder encontrarla”

Un año después de terminada la Maestría, volvió a Colombia y entró a la agencia de noticias más grande del mundo: la Associated Press. Inició como escritora de noticias, elaborando piezas diarias que no la hacían sentir satisfecha de su trabajo. En medio de la guerra que atravesaba el país a inicios de siglo, le parecía que una hoja de papel periódico no era suficiente para reflejar la realidad de Colombia. Descontenta con tener que limitarse a un espacio tan chico para contar un fenómeno tan grande e importante, emprendió junto a su compañero Scott Dalton un camino nuevo en la historia de los documentales nacionales: un formato periodístico que permitía informar y contar la inmensidad, gravedad y dolor de las comunidades marginales y rurales en medio de la guerra.  

Margarita tuvo diferentes retos en su -entonces- nueva labor, entre ellos “el deseo ardiente de que la gente viera desde sus casas, de manera segura, lo que yo estaba viendo. Además, que vieran que no era un problema irresoluble, todo tiene solución pero se requiere estar cerca para poder encontrarla”. Decidió que quería estar en la primera línea, en “la trinchera”, para retratar la verdad mejor. Así nació su primer documental, La Sierra, un documental sobre la vida de tres jóvenes definida por la violencia en un barrio de las comunas de Medellín bajo control de grupos paramilitares. Este crudo retrato fue premiado como mejor documental en la IFP de Nueva York, mejor documental Premio del Jurado en el Miami Film Festival del año 2005, nominado en 2006 al Independent Spirit Award en los Ángeles, entre muchas otras conmemoraciones especiales. 

Después de varias grabaciones más sobre el conflicto armado, como el de “La Negociación”, acerca de las tortuosas y finalmente exitosas negociaciones entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC-EP en La Habana, su difícil ingreso a la vida política y los inicios de la implementación, Margarita se ha convertido en una retratista del conflicto armado. Para ella, cada una de sus grabaciones y películas muestran la formación de su vida, sus creaciones recrean lo que es ella: “sin los profesores o los compañeros que yo he tenido, nunca hubiera hecho este tipo de historias; si yo no fuera abogada, no habrían segmentos o detalles que hay en cada una de mis piezas… Francamente, ser abogada hizo la diferencia entre el cielo y la tierra”. 

No olvida cuando Álvarez-Correa les dijo: “Aquel que no esté feliz acá, es mejor que se vaya”. Ella, identificada con lo que había dicho el profesor, entendió que para tener pasión y sobresalir en el camino que se escoja se debe hacer algo que realmente tenga un encanto. Había que gozarse la búsqueda y hacerlo sin parar. 

La historia de Margarita es la de una abogada cuya trayectoria rompe los esquemas tradicionales de lo que debe ser un profesional del derecho; más allá de la tradicionalidad del quehacer profesional jurídico, encontró su pasión en otros ‘aires’. Con Margarita, el periodismo no fue un episodio aislado o un escape a la carrera que eligió: fue la forma en que una idealista justiciera ejercería su profesión y defendería a los más débiles, como cree todo estudiante de Derecho en primer semestre. La niña que buscaba el rumbo perfecto se topó con él de forma inesperada. 

Conozca más de Margarita Martínez en: http://laretratistaproductora.com/es/

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