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Sueños de Tinta: La Historia de Séneka

Por Heiler Brian y Carlos Beltrán.

Dos peldaños, un saltito. El camino que lleva desde el Edificio Franco hasta La Piscina es una ruta empinada de piedra desnuda rodeada por cipreses. Entre estudiantes ajetreados que atraviesan el Bobo a toda prisa, dos figuras menudas se mueven con agilidad. Ambas son conocidas en el campus por sus andanzas y “fechorías” inocentes. Visitan oficinas, salones y canchas de fútbol por igual. Se les puede ver desde Administración hasta el Bosque de Villa Paulina. Aunque les mantienen un ojo encima, ambos son muy queridos por quienes trabajan en la Universidad. Uno es un niño, la otra una cabra. Ella es Séneca, como el filósofo. Él, Dani Séneka, cuya vida y sueños no se entienden sin Los Andes, porque hace parte de ella. 

Daniel llegó a Las Aguas cuando era un niño. Se recuerda, con apenas ocho años, dando volteretas y jugando alrededor del Iglú, un jardín de niños propiedad de la Universidad al servicio de los trabajadores, donde ahora queda el Edificio Q. Por inquieto y curioso, empezaron a llamarlo Séneca. Cada vez que iba a visitar a su mamá, que trabajaba como secretaria en la Facultad de Administración, los profesores decían con cariño: “Ahí viene Séneca”, como la cabra ícono uniandina de la que era tan amigo. Para diferenciarse, lo escribió distinto: Su compañera de juegos sería Séneca, y él, Dani Séneka

Dani nació en los ochenta, y su historia de vida empezó a correr en paralelo con la de la Universidad de Los Andes en 1990, cuando su mamá fue contratada como auxiliar administrativa del CIDER, pasando después al Programa de Alta Gerencia de la Facultad de Administración. Como Los Andes tenía un jardín infantil propio -que ellos mismos gestionaban para sus trabajadores- Daniel creció yendo al colegio en el mismo campus. Recorría  la universidad con sus amigos y la inseparable cabra, jugando fútbol en las canchas de los que hoy es el Bloque C, adentrándose cual Indiana Jones en el bosque desconocido del actual TX junto a Villa Paulina, conquistando las alturas de la estatua del Bobo o incursionando con valentía en la Casona Embrujada del hoy Bloque B.

De la infancia a la juventud, y con ella los sueños. Todo lo que había conocido en su vida, como el trabajo de su mamá, su propio lugar de aventuras infantiles y su colegio era la Universidad de Los Andes. Esta tenía un programa de becas para que los hijos de los administrativos pudieran financiar sus estudios e integrarse a la comunidad académica. Confiado en esta idea, soñaba ya con clases de Derecho. Pero la vida tenía otro planes.

Estando en noveno grado, su mamá se desvinculó de la Universidad para trabajar en la ESAP. Aunque tenían hasta dos años para aplicar al programa una vez que el trabajador cesaba sus funciones, Daniel perdió la oportunidad por estar en noveno grado. Los tiempos no se lo permitieron, pero se negaba a rendirse.

Con el sueño de crecer y formar una familia, quiso montar su propio negocio de papelería y copiado en el sitio que mejor conocía. Tenía 22 años y una hija recién nacida, las circunstancias apremiaban. Con su entonces pareja, Nelly Cobos, consiguieron un local en la Calle 18. Daniel pidió prestados cinco millones al Banco Caja Social y otros dos en ahorros a su mamá, para comprar las máquinas y la papelería que le permitieran iniciar con el negocio. Tenían todo listo y firmaron el contrato: el local sería entregado en julio de 2002, justo a tiempo para el inicio del segundo semestre. Pero el local nunca llegó.

A unas semanas del inicio oficial del calendario académico, Daniel tenía máquinas, clientes y materias por llevar, pero no un lugar donde prestar sus servicios. El local, que debía estar listo para julio, presentaba un retraso y no llegaría hasta septiembre, cuando ya sería muy tarde y habría perdido las oportunidades y fallado con los compromisos adquiridos. “Había ofrecido mis servicios a varias facultades y había obtenido varias materias para iniciar mi trabajo, no me podía quedar con las manos cruzadas esperando hasta a que me entregaran el local” recuerda con angustia. 

La ansiedad no lo dejaba vivir. Las cuotas estaban próximas a vencerse, faltaban sólo semanas para empezar el semestre y el lugar no aparecía. El insomnio lo mantenía despierto hasta las cinco de la mañana…hasta que tuvo la idea que salvó su negocio. Habló con el administrador del edificio contiguo al local, explicándole la situación y añadiendo su toque particular: a cambio de que le permitiera funcionar en la portería del edificio, él sería portero, conserje y mantendría limpias las instalaciones del edificio, además de pagarle una suma por permitirle funcionar en el pórtico. Al dueño “le sonó la idea” y el 15 de julio del año 2002 iniciaron labores, en una portería de cinco por tres metros. 

Su nombre legendario vino de su apodo. En la búsqueda de algo original y llamativo surgieron varios nombres: Notacopias, Copychevre (que los divertía mucho), Lilu Copias (por el nombre de su hija), Senecopias y finalmente Séneka Copias. Se decidieron, y así nació Séneka – Centro de Copiado, que registraron en la Cámara de Comercio.

Primer local de Séneka

En la portería se mantuvieron desde julio hasta el 01 de septiembre, cuando finalmente les entregaron su anhelado local. Eran sólo Nelly y él. Pronto la familia empezaría a crecer: la primera persona que contrataron fue Luis García (Lucho), que trabajó durante 4 años a su lado mientras Daniel alternaba sus responsabilidades con su carrera de Derecho en la Universidad La Gran Colombia. Posteriormente llegó Iván Villamil (Ivancho), que todavía trabaja con ellos. A mediados de 2014 llegó un viejo amigo de Daniel, Leviston Dueñas (Levi, o Don Ton) al que conocía desde hace muchos años pues trabajaba en papelerías cercanas. En la actualidad, Daniel, Levi e Ivancho son el equipo permanente de Séneka.

Por azares del destino, el trabajo de Séneka quedó estrechamente vinculado a la Facultad de Derecho. Comenzó con un sofá y un lugar para parchar: “La gente de Derecho venía a parchar aquí porque nos conocían, por las copias de las clases. Venían a hablar un rato, pasar el tiempo, reírse o comer mecato antes de seguir con sus cosas”. Al preguntarle lo que significa para él la Facultad de Derecho, Daniel lo tiene claro: “Derecho es especial. Fue una de las primeras facultades en creer en mí y apoyar mi trabajo. Fueron tantas profesoras y  profesores, todos tan importantes, que me tomaría gran tiempo nombrarlos a todos, les tengo profunda admiración, respeto y lealtad”.

Lo que comenzó en una portería terminó siendo uno de los centros de copiado de mayor actividad en la zona. Pese a todo, Séneka pasó momentos difíciles: “Me separé de mi esposa en 2012 y tuvimos que liquidar la mitad de la empresa por problemas con ella. Esto nos generó un problema tras otros hasta que en 2013 y con deudas hasta la coronilla, tuve que inyectarle un nuevo crédito por 20 millones, que nos sacó de la quiebra y salvó lo que ha sido mi sueño y proyecto de vida. He dejado trabajos buenos de Derecho que me salían, pues significaban que me apartara de la vida que construí y que me hace tanta ilusión”.

El proyecto -bajo el liderazgo directo de Daniel- logró recuperarse de esa crisis, y con la inversión se capitalizó para continuar con las operaciones. No obstante, la pandemia lo cambió todo. Desde marzo de 2020 la emergencia sanitaria los obligó a cerrar el local y adaptarse a unas condiciones de bioseguridad que ellos, como muchos microempresarios, no tenían, porque nadie estaba preparado para lo que sucedió. Las condiciones se tornaron críticas: cuatro meses de inactividad casi completa (pues el modelo de negocio era sobretodo presencial), aunado a una caída generalizada de las ventas y a una adaptación forzosa que implicaba costos operacionales los llevó al punto de quiebre. Pero la comunidad uniandina, con la que llevaban trabajando dieciocho años ininterrumpidos, decidió dar un paso al frente.

Séneka actualmente

Séneka S.O.S:  La comunidad uniandina responde 

Entendiendo la difícil situación que viven los negocios aledaños a la universidad que dependían de la actividad presencial en el campus, los miembros del Consejo Interno de Estudiantes de Derecho (CIED) resolvieron tomar acción directa para salvar el Centro de Copiado más icónico de su Facultad. Concentraron sus esfuerzos en una colecta pública de Vaki, que estuvo abierta desde el 7 hasta el 10 de julio. En este corto tiempo recaudaron la suma de $13,918,715 COP (más del doble de las proyecciones iniciales) a través de 207 aportes individuales de pequeños contribuyentes a título de donación, para Dani y su equipo de trabajo.

Ahora, el uso de vaki como plataforma de crowdfunding generó costos administrativos. Por operación de la plataforma (Vaki) y tasas que cobran las operadoras del pago (PSE, tarjeta de crédito, efectivo, etc.), se descontó de lo recaudado $556,749 COP y $593,266 COP respectivamente. Eso dejó un monto de retiro neto de $12,768,706 COP que fue transferido a las cuentas de Iván, Leviston y Daniel el 16 de julio.

La reinvención de Séneka

Desde el día que la universidad cerró sus puertas, el equipo ha luchado por su sueño y  se ha puesto en la  difícil tarea de reinventarse. Llegaron a la conclusión de que los estudiantes están cansados de pasar horas y horas detrás de las pantallas,  más si se trata de estudiantes de Derecho. Así que,  partir del 10 de agosto, están ofreciendo sus servicios a domicilio, para imprimir todo el material necesario para las clases sin perder la cercanía con la lectura. Para quienes no viven en Bogotá, habilitaron despachos a todo el país manteniendo la calidad que los caracteriza. Además de esto siguen ofreciendo los servicios de papelería tradicional como lo son cuadernos, esferos y demás materiales.

Saben que el desafío que lo espera es difícil, pero no se rinden. Dicen confiar en la comunidad uniandina que, desde hace tantos años, no ha dejado de apoyarlos en su empeño por realizar un trabajo ético y ameno. El reto de la adaptación será puesto a prueba en las primeras semanas de clases, momento decisivo en que se jugará el destino de una empresa que trascendió las barreras de lo netamente comercial para crear un ambiente de confianza. 

Esperan lograrlo y, con un poco de suerte, mantener encendida la luz del eterno local junto a La Pola, donde esperan recibirnos con una sonrisa y sus chistes de tío, con la esperanza puesta en la promesa de resiliencia de la humanidad ante en la adversidad: Cuando todo esto pase.

Fotos: Cortesía Dani Séneka

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