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El hombre detrás del mito: Eduardo Álvarez-Correa

Por: Heiler Brian y Juan Pablo Buitrago

Dicen que cuando pasaba por la antigua biblioteca de derecho, el silencio reinaba en los pasillos. Su personalidad, circunspecta y misteriosa, atraía a los estudiantes uniandinos quienes —asombrados—  asistían a las atípicas clases del mítico profesor. Hoy, 23 años después de su fallecimiento, recordamos al maestro icónico cuyo legado sigue vigente a través de las voces de quienes fueron sus estudiantes y, ahora, se encargan de formar a las nuevas generaciones de abogados uniandinos. 

El romanista, el políglota, el espía, el docente: Eduardo Álvarez-Correa. 

La relación del Dr. Álvarez-Correa con la Facultad de Derecho va mucho más allá del nombre de la biblioteca y del libro que escribió para el curso de Derecho Romano. El egresado de Georgetown y Doctorado en Derecho de la Universidad de Laussane, Suiza, fue Decano de la Facultad desde 1977 hasta 1982. Además, fue profesor desde 1974 hasta su muerte en 1997. Entre los estudiantes lo reconocían por su cargo como profesor de Romano: todos los “primíparos” debían ver, como mínimo, Romano I con él. Sin embargo, el mito que lo precede y la amplia sombra que proyecta sobre la historia de la Facultad superan con creces los cargos que ocupó.

El hombre detrás del mito

“Un genio esotérico”. Así lo define Eleonora Lozano, ex-alumna de Álvarez-Correa y actual directora del programa de doctorado en Los Andes. Su conocimiento era amplio, pero no sólo en derecho. Álvarez-Correa hablaba  con dominancia inglés, español, francés, alemán, latín, griego y sánscrito. Así, su amor por el estudio y la cultura lo llevarían a vivir más de diez años en África, donde participaría en el proceso de descolonización del Congo Belga y, según el mito, en la construcción original —basada en la costumbre local— del primer código civil de la (para ese entonces) recientemente independizada República de Zaire. Paralelamente, se dedicaría a estudiar los rituales de las tribus autóctonas de la región.

Alvarez Correa era, sin duda, una persona misteriosa, seria e ilustrada, que compaginaba su vocación docente con su conocimiento y pasión por la filosofía oriental —especialmente por el Tao— en uno de sus cursos más emblemáticos: “Hombre y Derecho”. 

Cuentan Alberto Zuleta, María Isabel Borrero, Juanita León, Julieta Lemaitre y Alejandro Builes, en un bonito perfil del Dr. Álvarez-Correa, que alguna vez, después de terminada esa clase, miraron por la ventana y dentro del salón quedaban cinco estudiantes congelados en sus asientos —por lo menos un cuarto de hora después de terminada la sesión— con la mirada perdida en el horizonte, tratando de asimilar lo que acababan de oír. La experiencia en este curso, según sus ex-alumnos, “reunía, hasta donde era posible, al hombre, al profesor, al maestro y al amigo” que se encarnaban en el memorable Álvarez-Correa.

Sus intereses eran, en definitiva, tan diversos como peculiares. Su atracción por los temas exóticos marcaría la forma en que, desde entonces, se caracterizaría a este personaje. A su alrededor existía todo un mito: era, verdaderamente, una persona  enigmática. Según Camilo Mendoza (ex-estudiante y monitor de Álvarez- Correa) —ahora también profesor del curso de Derecho Romano—,se murmuraba, incluso que él era un espía. En el mismo tono, evoca Lozano que Álvarez-Correa “podía saber el estado de ánimo” de sus estudiantes con solo mirarlos. 

Otros que lo conocieron lo recuerdan, simplemente, como un hombre serio, de pocas palabras. Exigente, ingenioso y crítico, eso sí, pero justo. Para Catalina Botero, ex-alumna y actual Decana, Álvarez-Correa era un hombre consistente: “los valores que predicaba eran los mismos que guiaban su vida: creía en la justicia y era justo; creía en el rigor y en el esfuerzo y era riguroso y esforzado; creía en la bondad y en la generosidad y era bueno y generoso”. 

Eduardo Álvarez-Correa formaba humanos y los acompañaba al florecimiento de su intelecto.

Casuística y rigor

Eleonora Lozano, recuerda las clases del Dr. Álvarez-Correa como “enfocadas hacia el casuismo”. Para ella, su aporte metodológico fue fundamental en la educación jurídica que recibió y, en general, en el canon metodológico que distingue los cursos ofrecidos por la Universidad de Los Andes. 

Para Camilo Mendoza, el enfoque metodológico que sugería era, siempre, “tener la estructura en la cabeza” y aplicarla al caso concreto para “no perderse en la maraña de temas” de la clase. En su experiencia, los quices —que eran semanales— y hasta las reposiciones de los mismos estaban basadas en la lógica de casos a los que había que aplicar las instituciones de Derecho aprendidas.

Álvarez-Correa era, a su vez, meticuloso. “Rigor”, “precisión” y “solidez” son las palabras que, para la profesora Lozano, describen más acertadamente las clases del legendario profesor. Así lo confirma la Decana Botero. Para ella, las clases eran, sobretodo, desafiantes. “Había siempre que empinarse para alcanzar el nivel que cada clase exigía”. Recuerda que sus clases eran especiales y minuciosas: “sin paternalismo ni complacencia, con dureza pero con un enorme respeto por cada uno de nosotros”.

Todos ellos llegan a una misma conclusión: fue un profesor que marcó y marcará por siempre a una generación. Un maestro en el verdadero sentido de la palabra.

Un día como hoy, 23 de septiembre, pero de 1997 la Universidad de Los Andes estaba de luto. Lamentaba el repentino fallecimiento de Eduardo Alvarez-Correa, quien había muerto minutos antes de comenzar la que sería su última clase. Su cuerpo sin vida salía del antiguo edificio I, llevándose consigo el aplauso unánime de las personas a las que había dedicado su vida: sus alumnos.

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