Guayabas amargas

Por: Ofelia
Lo más importante es saber escoger bien las guayabas. Cuando las tenga, es necesario pelarlas y picarlas. Aliste una taza de agua y tres cucharadas rasas de azúcar. Eso, exacto. Bueno, un poquito más de azúcar, no me vaya a quedar amargo e incomible. Verbo: yo amargo, tu amargas, el amarga. ¿Un postre puede ser amargado? La niña amargada tratando de desamargar unas guayabas. Revolver a fuego lento todos los ingredientes por 10 minutos.
10 eternos minutos. ¿Será grave si dejo de revolver? A lo mejor está listo más rápido si le subo un poco al fuego. Calma que lo bueno se hace esperar, la paciencia es una virtud de la buena educación. Pero no creo ser una persona bien educada. Prueba de eso que no puedo evitar reirme cuando me comentan con preocupación que hoy en día no se le puede decir nada bonito a una mujer porque todo es acoso. Se le pone la cara del mismo color de mi mezcla de guayaba. Licuar hasta lograr un puré uniforme. Esos son los mismos caballeros que vienen al rescate de mi grosera ignorancia con su gran entendimiento del mundo: los que me devuelven al lugar subsidiario que me corresponde. Colar el puré para que no se vayan las semillas en la compota. ¿Se supone que se botan las semillas? Entre las cosas que me informaron sobre el mundo está que odio a los hombres. Pero, ¿qué sería de un caballero que trae problemas pero no soluciones? Para resolver este grave asunto de resentimiento, el cara de guayaba me prometió presentarme a un amigo suyo, pues aseguró que mi problema es que no tengo quien me ayude con la otra guayaba. Tan formal y tan cortés. Esta vaina huele muy bien, Dios bendiga los árboles de guayaba.
Precalentar el horno a 180 grados centígrados. Pâte sucrée: harina, mantequilla, azúcar, huevos, esencia de vainilla y una pizca de sal. Hacer una crema con la mantequilla y el azúcar. Ay, no puede ser tan difícil. Eso sí, ellos son los primeros interesados en mencionar que tienen amigas maleducadas de esas que se quejan todo el tiempo y van a las famosas marchas feministas. Porque es la mejor forma de demostrar que están comprometidos con el tema ese. Incorporar el huevo y la esencia de vainilla. No sé si esta cosa está muy líquida, échese la bendición porque no hay más mantequilla en la casa. Y así es como pasamos de ser las esposas trofeo a las amigas trofeo. Perfecto, ahora tengo que limpiarme la boca sucia de palabras. Tamizar la harina con la pizca de sal y mezclar hasta obtener una masa blanca consistente. Blanca como querían a Alfonsina. ¿Consistente a lo masa de galletas o a lo masa de pan? Consistente a lo caballero cara de guayaba.
Extender la masa en un mesón cubierto de harina. La lección termina con la explicación de la discriminación que padecen los caballeros. Por culpa de maleducadas como yo se les dañó la vida, ahora les toca sentir el miedo constante de no saber cuándo los van a denunciar. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Es evidente que no logro imaginar el temor de no poder salir a tomar porque el peligro está en todas partes.
Cuando logre una capa fina, ubíquela en el molde de pie del tamaño que desee. Ellos me miran con cara de “tú que el esqueleto conservas intacto”. Lo mío son puras lágrimas de cocodrilo. Definitivamente tengo que revisar mi comportamiento porque me estoy cagando en la vida de los demás. Rellenar con el puré de guayaba. Cortar tiras de 2 centímetros de ancho y ponerlas en la parte superior del postre. Además, estoy siendo irresponsable, ni ellos ni yo sabemos suficiente de psicología o de género. El asunto es muy complejo como para resolverlo a punta de guayaba.
Hornear durante 20 minutos o hasta que el borde esté dorado. Menos mal que estudio derecho porque mi lección de cocina de Rosario Castellanos me deja morir de hambre. Dicen que es una buena carrera para mí, porque me sirve para entender la importancia de la presunción de inocencia de los pobres hombrecitos sin nadita que comer. Les daría de mi postre, pero ya huele a quemado. ¡Carajo! Se me olvidó poner la alarma. Ya pasó de dorado a chamuscado. Otra vez por mi culpa, por ponerme a revolver gramos de harina con palabras y guayabas con recuerdos. Dejar enfriar y servir. ¡Buen provecho! ¿Será que me enfermo por comer dulce quemado? Ni modo. Comamos en paz y Dios permita que logremos disfrutar las pobrezas de esos pobres y no morir del mismo mal.
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