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Reflexiones de un ocaso guajiro

Escrito por Rodrigo Beltrán Grueso, miembro del Consejo Editorial de Al Derecho y estudiante de quinto semestre de Derecho y cuarto de Literatura.

Hoy, 19 de marzo del 2021 se cumple un año del que hasta ahora ha sido el mejor viaje de mi vida, o al menos el mejor que he hecho en mi país. Como conmemoración de mi nostalgia decidí abrir el álbum de las fotos que tomé por esos días. Pasando por los disparos, y viendo detalladamente cada una de las imágenes, llegué a dos conclusiones: la primera se centra en entender lo feliz que fui en ese viaje, una travesía fantástica que casi no se realiza. Tuve que esperar 8 años para poder volver a ese espectacular lugar que es el Cabo de la Vela. No solo fue larga la espera, también pasé por el infortunio de haber tenido que posponer el viaje en dos ocasiones, la primera cuando íbamos a ir con Esteban, David y Juan Camilo (mis amigos del colegio), pero no lo logramos por temas de seguridad. La segunda cuando, de camino a la Guajira, estando en Aguachica con mi papá, en un taller de mala muerte reparando nuestras motos, mi mamá llamó a avisarnos que mi abuela se estaba muriendo. En principio parecía que el mundo conspiraba en contra de la aventura, por eso, el poder volver, trajo una satisfacción que no soy capaz de describir en palabras.

De este repaso entre los hilos rotos de la memoria se queda guardada una imagen que tomé desde el Faro, apuntando hacia un sol enorme y naranja que proyectaba sus rayos contra las olas del mar, y reflejaba ese color del ocaso guajiro en la inmensidad de los cielos. Grabo esta imagen inapelable, congelada en el ámbar del corazón, porque viendo el atardecer ese día -sabiendo que nos teníamos que devolver antes a casa- sentí esa angustia que se experimenta al comprender lo efímera que es la vida. Digo esto porque en ese momento nos dimos cuenta que el viaje había acabado. Pero también lo digo, porque mientras estaba sentando, en las piedras, viendo como el sol se sumergía en los confines del mar, solo podía pensar en mi abuela. En esos quince minutos -o más- que se demoró el sol en esconderse, vi reflejada la vida que viví a su lado, y ahora que escribo esto se me arma un nudo en la garganta. 

Imagen original del autor.

Quizás fue gracias a ella que este viaje fue tan especial. A lo mejor mi abuela sabía que no tenía que volver esa segunda vez que aplazamos el viaje, sino que debía esperar a este 19 de marzo, hace un año, para el encuentro de mi destino herido. De no ser así no hubiera tenido que hacer los grandes esfuerzos que hice para llegar hasta el Cabo, y no hubiera tenido que librar una batalla enorme contra el tiempo para alcanzar a aprovechar el viaje al máximo y emprender el retorno con ese inmenso sentimiento de satisfacción. Fue la improvisación y la toma de difíciles decisiones las que hicieron de este un paseo tan especial, porque nos demostró, sobre todo a Felipe y a mí, el valor del trabajo en equipo, y el valor de querer cumplir un sueño. Por eso mi abuela no dejó que volviera antes a la Guajira.

Sé que volveré cuando todo esto pase, pero en esa ocasión será en compañía de Antonia, y podré volver a mirar ese inmenso cielo estrellado junto a la persona que más me hace feliz en esta vida. Esta es una promesa que queda plasmada en estas letras, y que quedó jurada a las almas que descienden del Pilón de Azúcar para proteger a los clanes y tribus Wayús.

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Cultura

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