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Silvio Rodríguez: un canto para la revolución

Por: Sofía Prada, estudiante de primer semestre de derecho de la Universidad de los Andes. 

El periódico Al Derecho mediante esta columna de opinión, conmemora los 31 años (y dos semanas) de la noche en que Silvio Rodríguez cantó en Chile tras el fin de la dictadura Chilena.

La dictadura de Augusto Pinochet, momento oscuro de la historia chilena, no terminó el 11 de marzo de 1990. En realidad, podría decirse que acabó la noche del 31 de marzo del mismo año, cuando un cubano bajito y medio calvo, al son ronco de una guitarra, les recordó a los chilenos que la violencia había terminado. Chile era libre. 

Muerte, tortura, desaparición forzada y persecución de ciudadanos disidentes instauraron un clima de miedo y amenaza constante entre la población. Por años, Silvio Rodríguez se había convertido en el símbolo de la oposición latinoamericana a los regímenes dictatoriales. Su voz conmemoraba los primeros momentos del retorno de la democracia. Horas simbólicas en un país herido y maltrecho, resentido por años de represión, pero finalmente libre. El repertorio musical de Rodriguez fue bálsamo temporal para las muchas víctimas de la tiranía y para espectadoras que, como yo,  tuvieron una sonrisa de asombro al ver el concierto tantos años después. Su música toca las fibras sensibles incluso para los extranjeros, porque el efecto nostálgico de sus canciones siempre es feroz, como lo fue para mi El dulce abismo. 

Seguramente, fue el concierto más añorado tras la larga pausa cultural impuesta por la dictadura; 17 años de espera para ese mar de 75 mil chilenos que, con mucho entusiasmo, lo aguardaban. El espectador que mira ahora el sufrimiento de este país, puede ver el suplicio que los envolvía y como la cultura se transforma en una bandera de lucha para los oprimidos. Sus versos estaban impregnados del espíritu de protesta, el mismo que latía en los corazones que ansiaban libertad. La melodía trasciende la violencia para hacerle frente a la ley del embudo de Pinochet; sus composiciones, como diría Schopenhauer, fueron la mera representación de la realidad . 

Una de las canciones que el cantautor cubano interpretó esa noche fue El dulce abismo, mi favorita del repertorio. La primera vez que la escuché entendí  la literalidad de su mensaje:  una balada melancólica que promete un reencuentro a la amada después de la separación.  Pero, si se escucha en el concierto para celebrar el fin de la dictadura, se puede interpretar como una oda revolucionaria. Silvio Rodríguez intentaba comunicar que en medio de la guerra es necesario llenarse de coraje, tomar acción y tratar de cambiar la situación por algo mejor. Eso se entiende en líneas como «remedio, es todo lo que intento”. 

Adicionalmente, versos como “toma este pensamiento, colócalo en el centro” me hacen pensar que fue un llamado a toda la población, para que hagan inquebrantable su convicción por la libertad y la lucha por sus derechos, que su ardor no se consuma en el miedo ni su fuerza en el olvido. Para finalizar, pude percibir que los matices de esperanza en sus versos no faltaron. Como en su frase «habrá un lucero nuevo, que no estará vencido, de luz y de optimismo”, su público entiende que los mejores años están aún por venir y la esperanza es el motor del presente.

No me caben dudas de que Silvio Rodríguez es un observador excepcional de la condición humana, capaz de cantarle a la revolución desde la clandestinidad. El pensamiento político es una constante en sus composiciones, que camufladas como himnos de amor -como pocos le han cantado con la profundidad que él lo ha hecho- también son bandera de lucha del pueblo dolido. 

La música, al ser un constructo social, no es ajena a los juegos del poder, por lo tanto, su interacción con lo político es algo inherente a su esencia. Me atrevo a decir que su crítica a la dictadura y sus condolencias por el pueblo estuvieron en ocasiones ocultas en narrativas románticas impregnadas de fragante sensualidad y melancolía, lo cual hizo que sus canciones engendraran un mensaje político más implícito para evitar su censura.  La misma estrategia de trovadores y poetas desde la Edad Media, que se reían del rey en sus narices con un lenguaje elevado e incomprensible, que podía pasar desapercibido y les daba la oportunidad de sobrevivir. De la misma manera, Rodríguez ligo el amor a sus cantos por la revolución con el fin de demostrar que este sentimiento es esencialmente democrático, pues “el amor no es un privilegio de la inteligencia”.

En definitiva, no puedo pensar en otro cantor político más interesante que Silvio Rodríguez, con su manera de conectar el amor con su activismo y resistencia social.  Su música supone la expresión de lo inefable y la construcción de un refugio para muchos, que interpela a todo el que lo escucha con su capacidad melódica y sus seísmos líricos, como en el concierto de 1990, la conclusión simbólica de años sangrientos. Por ello, en la historia de Chile quedó el memorial de un cierre artístico al terror y una apertura a la democracia. Ciertamente, Silvio Rodríguez ha establecido un canon particular y perdurable con su legado musical,  testimonio de su inquebrantable compromiso social. 

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