Un Hueco sabor olvido

Sobre la autora: Isabella Arrubla Reyes, estudiante de segundo semestre de Derecho.
Este Hueco que siento en el estómago engaña mi memoria, juega con el olvido. Es como si alguien muy experimentado en anatomía y tristezas humanas se hubiera levantado una buena mañana con tijeras en mano para poner en práctica sus habilidades sobre mi cuerpo.
Es un Hueco grande y hondo por el que siento que pasa el aire de un lado al otro, sin rumbo fijo. Es un Hueco que si no fuera porque hay una persona que lo está causando indirectamente, seguiría con mi teoría de que un prodigioso carnicero me abrió el estómago, extrajo una buena parte de los “michelines” que guardo desde pequeña por atragantarme de arepuelas y plátanos, y posteriormente cerró mi panza. Lastimosamente esta teoría puede ser desmentida fácilmente, pues si este pequeño escrito fuera leído por un curioso lector, sería cuestión de segundos para que descubriera, gracias a un fugaz movimiento de sus manos, que debajo de mi blusa se encuentra un vientre color chocolate habitado únicamente por mi ombligo.
En fin, lo que interesa es que el Hueco está, nadie me lo puede negar. El Hueco es frío, sombrío y perfectamente circular. El Hueco despide veneno en mis venas y torna mi sangre de un color más oscuro, de una naturaleza mal labrada por la insatisfacción del presente.
Es un Hueco que nunca había sentido y que, ahora que lo pienso, fue a inicios de este año, el 13 de enero de 2021, cuando se empezó a formar. Ese día tuve miedo. Un tipo de miedo que, como su efecto posterior, nunca había sentido. Miedo a su ausencia, a su partida, pero sobre todo, a su indiferencia. Miedo a perderlo, a nunca volver a ver esos ojos color almendra adornados con esas largas pestañas que siempre me encantaron. La ansiedad me carcome, las noches me desvelan y esas ganas desmedidas de recordarlo con la vaga ilusión de que él también lo haga hacen que mis pensamientos generen una explosión sensorial de la cual tampoco tengo control.
Sí, no hay duda de que fue aquel día, día en que perdí un amor, que recibí como único consuelo, al igual que un niño recibe un dulce después de que es vacunado, un Hueco en mi estómago. Siendo sincera, suena fatal. Pero esto no es un vaticinio de mi condena; no voy a convertirme en una víctima más de las hazañas del amor. Por eso escribo, para soltar. Para darme un espacio y conversar conmigo un rato. Para dar sentido a la marea de pensamientos que no dejan de divagar inútilmente por mi cabeza. Hoy me reencuentro con la escritura para asustar a esa nube que amenaza con sumergirme en las tinieblas del desamor y demostrarle que el Hueco y yo, pronto seremos uno solo. Que esto es algo pasajero, no hay por qué preocuparse.
Tal vez necesitamos que el tiempo se estire y que la gravedad nos atraiga juntos en ese espiral de olvido y consuelo, pues el Hueco y yo sufrimos de fronteras irrisorias. Tal vez la vida me lo está presentando como un nuevo amigo, uno que deberé consentir y escuchar. Aquel que tal vez tenga lecciones y consejos para darme, pues aquella sensación de estar incompleto y vacío se refleja en mí desde la negrura del cilindro negro a la cual no logro acostumbrarme. Tal vez también es cuestión de tiempo para que el resto de mis órganos se adapten a la presencia de este nuevo ser que habita dentro de mi cuerpo. Tal vez el tiempo siempre ha sido la solución a todos nuestros problemas, solo que quizás hemos menospreciado sus señales. Es solo cuestión de escuchar(nos).
A veces me pregunto: ¿tengo yo voluntad sobre mi cuerpo y mente? En situaciones como estas, empiezo a dudar. No recuerdo que alguien o algo (como una de esas señales del universo que nos convencemos intentan decirnos algo implícitamente) se hubiera acercado a mí con el fin de preguntarme si le permitía al Hueco adentrarse dentro de mi estómago, o peor aún, dentro de mi alma. Tal vez por eso duele tanto, tal vez por eso siento que cerrar los ojos y respirar profundo no siempre curan esta agonía. Tal vez por eso deberíamos, como seres humanos, acostumbrarnos a que de buenas a primeras tengamos que adaptarnos a la llegada de los efectos del olvido. No conozco la primera persona que se alegre con la presencia de un intruso y creo firmemente que esta no es la excepción. Sorpresas de la vida que nadie espera, pero que se impregnan como humo de cigarrillo; como gasolina que quema, como aerosol que asfixia.
Este hueco que siento es como una pastilla postday. Esa que nunca queremos aceptar, que nos saca de nuestro estado emocional natural, que nos lleva a cuestionarnos si las decisiones que tomamos en el pasado realmente cumplen una misión en nuestro destino o si, por el contrario, son simplemente una desgracia. Te resignas a tomarte la pastilla porque es un atentado contra tu propio cuerpo, pero a la vez te das cuenta de que no tienes otra opción y que, quizás, es una compañía de sabor agridulce a la que tienes que acostumbrarte por un buen tiempo, o tal vez, por el resto de la vida.
Así es, por el resto de la vida. Ya me voy dando cuenta que la presencia del Hueco y la mía estarán unidas para siempre. No por esto afirmo que perdurarán por siempre la tristeza y el dolor constante en el estómago, al paso incesante del aire sin rumbo fijo y a esas ganas locas de querer comerme una sandía entera para tapar el Hueco. Me refiero a lo que todos me dicen cuando se habla de amor: que nunca deja de doler. Como dice mi mamá: “El amor te puede hacer sentir las cosas más lindas y también las más dolorosas de este mundo”.
Escucharé los consejos de aquellos que afortunadamente han vivido todas esas experiencias antes que yo y buscaré darle un espacio importante al Hueco, pues si todo lo que me han dicho mis sabios consejeros es verdad, el Hueco volverá a reactivarse en otras etapas de mi vida. Esto tomará tiempo, dado a que como todo ser sintiente es necesario que el sol salga y se oculte unas cuantas veces para adaptarse a los cambios del ambiente y del corazón. ¿Cómo más esperar que una semilla crezca si la estamos desenterrando cada minuto a ver si ya creció? Todo empieza por algo y hoy es el comienzo de cosas nuevas. ¿Buenas? ¿Malas? No lo sé. Quizás mis dos futuros mejores amigos, el Hueco y el tiempo, me lo aclararán.
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Mi querida Isa, que buen artículo, muy interesante como describes lo que sientes y nos llevas a recordar cómo salimos de muchos huecos que hemos tenido, lo más interesante es que podemos llevar la cuenta de los logros y desaciertos y se volvera un juego para no dejar abierto ninguno. De eso se trata la vida .
Un abrazo muy cariñoso que te ayudara a cerrar ese inmenso vacío, que más adelante sentiras que en realidad no era tan grande!!!!
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