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El fantasma de los Andes

Por: José María Silva Abusaid, estudiante de primer semestre de Derecho en la Universidad de Los Andes y miembro del Consejo Editorial.  

Hay un fantasma que levita por Los Andes, que recorre con desasosiego el campus y las mentes de los estudiantes. Como a un muerto, extrañamos a la antigua universidad. Pero no a su versión recién fundada, que se remonta a más de medio siglo, sino a la reciente, la apoteósica Universidad de los Andes del siglo XXI.  

Como con los recuerdos, lo único que nos queda de los muertos son sus fantasmas. Con esto no quiero decir que los Andes ha muerto, pero sí que nos encontramos en las premonitorias exequias de un vivo que no morirá, pero que de todas maneras camina renco.  

Algunos me tildarán de loco, pero no han de culparme. Cualquiera que haya sido sorprendido en sus primeros años con una versión lánguida de su heroica universidad, tiene el derecho a perder levemente la cordura. Nadie habla de algo diferente a la pandemia que la humanidad sufre, y quienes lo hacen ahondan en vagas conversaciones con tal de hacer más soportable lo insoportable, pero ¿cómo culparlos? Son en realidadestos acontecimientos los que de una manera u otra cambiaron el rumbo de las vidas humanas, y a unas cuantas, las acabó.   

Esta es una de esas historias que la vida susurra al oído, cuyas bases son meras impresiones personales. En algunas ocasiones son compartidas y en otras negadas, pero a pesar de todo, son verídicas para quien tenga el valor de creer en ellas. Me corresponde entonces convertir los susurros en vocablos, articular oraciones y frases para que, quien lo desee, pueda ver estos fantasmas. Y como toda verdad puede ser dolorosa, pero: ¿acaso que verdad no lo es? Si es un arma de doble filo, ha de cortar los hilos que nos unen al pasado y las cuerdas que nos obstaculizan el acceso al futuro 

Hoy los Andes son dos tipos de personas. Por un lado, las que interrumpieron sus estudios universitarios en estas apocadas circunstancias, y por otro, las que los iniciaron en medio de un mundo descolorido. Qué raro es extrañar algo por lo que era y no por lo que es, pero por más complejo que sea, nos ata como mortales, nos ata como estudiantes extrañar nuestra universidad, bueno… lo que queda de ella.  

Flota como una imagen espectral, la idea reposada y a la misma vez inquieta de lo que era los Andes antes de la pandemia. Al pensar en aquel tiempo añorado, se posará como ave de rapiña el ávido recuerdo de la tensión previa de los parciales, las reuniones de amigos en el Z, las conversaciones en las escaleras o fuera de la biblioteca, el correr tarde a clase o encontrarse con los profesores en momentos inesperados. Sobre todo, recordaremos que la vida de la universidad reposa en su comunidad.  

Los nuevos hemos de alegar que nos es imposible recordar dichas experiencias, pues ¿cómo es posible recordar aquello que nunca se vivió? A lo que los mismos nuevos se responderán: hemos conocido la universidad del antes a través de sus testigos más asiduos, los estudiantes, y al igual que ellos, la extrañamos. Hemos conocido el fantasma de los Andes. Y como en toda comunidad hay un par de locos, son ellos quienes no solo recordarán sucesos sino pensarán en sus sueños, motivaciones, amores desvariados y proyectos inconclusos, y como todos los demás uniandinos se perderán divagando en aquella vida que nunca fue. 

Somos todos el punto de encuentro de una memoria colectiva que no nos deja olvidar la vida del antes hasta tal punto que, sin haberlo vivido, la sentimos cercana, la sentimos real, y a su vez, la extrañamos. A más de uno lo ha perseguido ese fantasma de los Andes, a los nuevos les ha susurrado nuevas inquietudes que despiertan su curiosidad sobre el antes, y a los viejos los ha hecho desvivirse por volver a vivir lo que siempre fue. Pero nuestro error, con gravedad y claridad, ha sido dejarnos asustar de esa figura espectral. Nos ha envuelto en una broma ensordecedora que nos induce a pensar que lo actual es para siempre, que el error es irremediable y la situación inmejorable.  

Pero, como lo he dicho, es tan solo un fantasma que levita por los Andes, que como todo fantasma asusta y a la vez, desaparece para quien no lo quiere ver.  A pesar del tono, esta no es una perdularia metáfora paranormal, es una invitación formal a que los uniandinos reconozcamos que la Universidad de los Andes no son sus edificios, sino que es su gente. Deshagámonos entonces del funesto hábito de comparar el presente con el pasado para que estas ya no sean las exequias de los Andes, sino de los fantasmas que los acechan.  

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