Segunda vuelta en Perú: la polarización como condena latinoamericana

Por: Pablo Ortega Londoño, estudiante de segundo semestre de Derecho con opción en Economía. Miembro del Consejo Editorial, Sección Opinión.
La primera vuelta de las elecciones presidenciales peruanas tuvo un ganador absoluto: la polarización. Con este resultado se le expone a América Latina -y quizás al mundo- que el fruto de un sistema, en teoría democrático, en el que se instrumentaliza la división para obtener el poder no es más que tener que votar por un “mal menor”. Hay muchos temas que se pueden tratar sobre los impactantes resultados de las elecciones en Perú, pero en esta columna me concentraré en la situación poco envidiable que experimentan los peruanos al tener que escoger entre dos extremos y la manera en la que dicha circunstancia es una alerta para Latinoamérica y Colombia en particular.
Por un lado tenemos a la candidata de derecha Keiko Fujimori, hija y primera dama de un gobernante autoritario condenado a 25 años por delitos contra los derechos humanos. Quien no solo es la elegida para continuar con el legado familiar, sino que promete indultar a su padre. Es decir, su relación no es simplemente de sangre. En un debate dijo que “así como Alberto Fujimori derrotó al terrorismo, yo, Keiko Fujimori, derrotaré a los delincuentes”. Una preocupante cita que permite asociar su posible gobierno con el de Alberto. Por el otro lado tenemos a Pedro Castillo, candidato que le daría el indulto a Antauro Humala y que afirma que en Venezuela hay un gobierno democrático. Un candidato que, contrario a lo que propone Fujimori, quiere cambiar la economía por una que llama “popular de mercados”.
Hay dos posibilidades claras y sencillas: blanco o negro. ¿Qué pasó para que se llegara a tal nivel de polarización? Según Fernando Cillóniz Benavides, la corrupción es la razón de fondo de tal situación. Sin embargo, pienso que el motivo no se limita a la corrupción, creo que la manera de hacer política es un factor decisivo en cuán polarizados nos encontramos. Primordialmente esto es culpa de los políticos, pero también del contexto en el que estamos: pleno siglo XXI, donde los medios de comunicación masivos -en donde se hace política- solo permiten mensajes breves, concisos, polémicos y, por supuesto, que circulen. En un máximo de 280 caracteres no hay espacio para análisis detallados ni posturas de centro; no hay espacio para grises.
Así podríamos explicar, entonces, los resultados de la primera vuelta de las elecciones peruanas. Pero, ¿qué es lo tan preocupante de estos resultados? Tomemos como ejemplo al premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Hombre que, aunque de derecha, es claro opositor al gobierno autoritario de Alberto Fujimori. En una columna que escribió hace poco para El País, invita a los peruanos a votar por Keiko únicamente porque Castillo destruiría la democracia y Fujimori representa apenas un “mal menor”. Y este no es un caso aislado. Pierina Pighi, en un artículo en la BBC, dijo que “esta segunda vuelta de las elecciones obligará a muchos peruanos a decidir no necesariamente entre dos candidatos, sino más bien entre antifujimorismo o antiizquierdismo.”
Esto es sumamente problemático. No solo por las consecuencias directas de elegir a cualquiera de los dos extremos, sino por el hecho de que ese voto -que en teoría representa la voluntad del pueblo y que le da legitimidad al gobierno- no se da por una intención mayoritaria de que dicha persona gobierne, pero por que otra no lo haga. Una primera vuelta producto de la polarización resulta en una segunda vuelta en la que el voto en contra se impone sobre el voto a favor.
La situación en Perú no es aislada de lo que vivimos en el resto de la región. La realidad colombiana, por ejemplo, es muy similar a la de nuestros vecinos. Políticos como Claudia López, Maria Fernanda Cabal, Gustavo Petro o Álvaro Uribe se han encargado de perpetuar y expandir los dogmas que conducen a la polarización y, consecuentemente, al odio. Su manera de hacer política, el límite de palabras que se le impone a las publicaciones y la manera en la que el algoritmo de las redes nos encierra en una burbuja de información -reforzando cada vez más ese sentimiento apasionado de odio hacia el otro y de que solo nosotros tenemos la verdad- nos llevan a tener que expresar, a través de un voto, el tan complejo gusto o disgusto frente a diversas políticas públicas que no se ve representado en un extremo o el otro. Claro, hay algunos que se sienten identificados con algún extremo, pero, como vimos en Perú, una gran cantidad de personas no. Las opciones sobre la mesa los obligan a votar en contra de una ideología y no a favor de lo que quieren que los gobierne.
Ahora bien, no escribo esta columna simplemente para criticar lo que están viviendo millones de peruanos y colombianos. La escribo para que veamos la situación en Perú como una alerta para Colombia. Sí, es culpa de los políticos, pero también de nosotros los ciudadanos. No podemos esperar a que ellos cambien su manera de hacer política o a que las redes cambien sus normas de publicación. Sigamos a los políticos de los otros partidos. Escuchemos abiertamente las propuestas de los demás. Tratemos de entender por qué creen que lo que proponen es lo mejor. No estoy diciendo que nos volvamos “tibios”. Si alguien aún se identifica con un extremo, está en todo su derecho, pero estoy seguro de que gran parte de la polarización que sufrimos se puede reducir sustancialmente si nos “abrimos”, si entendemos que los políticos incentivan el odio a los demás partidos simple y puramente porque es lo que les da más circulación y visibilidad. Es lo que los lleva al poder. No les demos ese privilegio. El producto de la polarización hoy en día es que la democracia sufre un peligro severo.
Es una alerta que puede estar llegando a Colombia unas cuantas semanas tarde. Los últimos días hemos visto cómo el odio ha conducido a la civilización a unos enfrentamientos para nada civilizados. Hemos visto cómo políticos tradicionales han canalizado el descontento social de los colombianos para incrementar el odio hacia las otras partes. Hemos sido testigos de la manera en la que las redes sociales -atiborradas de información falsa- nos encierran en burbujas en las que nuestro conocimiento se limita a una sola postura. Mi llamado es a luchar contra esta bola de nieve que parece ser la condena de los países latinoamericanos. Reconocer el problema es el primer paso para enfrentarlo. Trabajemos en lo demás para evitar repetir esa historia en la que nuestro voto se reduce al rechazo a otro candidato. ¿Cómo esperamos que ese gobernante nos satisfaga si votamos en contra de otro y no a favor de él? Esforcémonos para que Colombia no sufra de esa falta de conexión entre los gobernantes y el pueblo que se deriva del voto por un “mal menor». Puedo estar unas semanas tarde, pero ya conocen el dicho.
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