¿Dónde está Vytis K?

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Nota del editor: Este es un texto de contextualización, diseñado exclusivamente para acompañar la publicación del primer episodio del podcast “Hablando AL Derecho”. Su historia no se entiende sin el podcast y viceversa. Por lo cual, si les interesa el tema, invitamos a los lectores a escuchar la historia de la boca del propio Vytis en nuestro episodio recién publicado.
Hombres armados asaltan un autobús escolar en la vía Villavicencio-Restrepo. El Colegio Neil Armstrong reporta que su bus fue encontrado, y en él, una conductora amordazada y un grupo de estudiantes atemorizados e inmovilizados. Los cuentan, solo falta uno: un niño rubio de 3 años, tan colombiano como extranjero, ha desaparecido sin dejar rastro. La Policía no se explica cómo sucedió. Su familia tarda en enterarse. Las veinticuatro horas siguientes son claves para encontrarlo. Ante ellos, un enigma tan evidente como irresoluble: ¿Dónde está Vytis Karanauskas?
El viaje sin retorno
Pero la desgracia de Vytis no empezó en un autobús. Inició a raíz de la Segunda Guerra Mundial, cuando los soviéticos invadieron Lituania y sus antepasados huyeron de los horrores bélicos. Un grupo de europeos del este se embarcó hacia América Latina. El 03 de octubre de 1950 llegaba a Buenaventura el Américo Vespucci, un barco a vapor gestionado por la Organización Internacional para los Refugiados. En él, viajaban las familias de dos mujeres lituanas con el mismo nombre: Nijole Ciuoderis y Nijole Sivickas, quienes se hicieron amigas.
Los padres de Nijole, Albinas Ciuoderis y Sofia Miglinas se pusieron manos a la obra de inmediato. Consiguieron trabajo como cuidadores en la zona rural de Engativá, donde abrieron una tienda en la que vendían “cinzano y salchichón”. Su hija, Nijole, creció y conoció en un encuentro de la comunidad lituana a Edmundas Karanauskas, un arquitecto formado en Roma que llegó a Bogotá desde el inicio de la guerra.
En el hogar de Edmundas y Nijole nació Saule Sofia Karanauskas Ciuoderis, colombiana de nacimiento pero lituana de sangre, herencia y tradición. Saule, en una ironía de la vida, estudió en el colegio alemán de Bogotá, el Andino. De allí pasó a estudiar Medicina en la Universidad Militar y trabajar en la prestigiosa Clínica Shaio. Entonces descubrió que muchos de sus pacientes tenían que desplazarse del Llano hasta Bogotá para recibir atención de medicina nuclear, especialmente eficaz para tratar ciertos tipos de cánceres y desórdenes endocrinos.
Guiada por su espíritu inquebrantable, pidió un “préstamo inmenso” y armó maletas para irse a Villavicencio (Meta), donde fundó su propia clínica de Medicina Nuclear en 1997. Tres años después, en el 2000, pensó que sería “maravilloso” tener hijos en un lugar como aquel donde vivía. Como no podía tenerlos, decidió adoptar una niña: Nile. Cuando Nile tenía seis meses quedó embarazada de su único hijo biológico, Vytis Karanauskas Ciuoderis, que heredó de ella su cabellera color oro y sus dos apellidos, pues fue siempre una madre soltera.
Un fantasma viene a verme
En Villavicencio se encontraba la Dra. Karanauskas cuando, en 2003, las cosas empezaron a cambiar. Recibía en su teléfono llamadas extrañas, que le pedían dinero y le advertían de las consecuencias que podría tener que no cooperara. Amenazaban directamente a sus hijos, a quienes apuntaban como potenciales víctimas si ella no respondía a sus demandas.
Asustada, acudió al Gaula de la Policía. “Son delincuentes, señora. La llaman desde la cárcel”, afirmaron los funcionarios. Siguiendo los consejos de la institución, decidió ignorar las llamadas que, como fantasmas, la acechaban cada vez con mayor frecuencia. “Son solo delincuentes” se decía, tratando de ignorar el temor y la ansiedad que esto le generaba.
Los días pasaron y llegó el martes 01 de abril. Despachó a los niños temprano para el colegio. Estudiaban juntos en el Neil Armstrong de Villavicencio, un colegio bilingüe ubicado en la capital del Meta. Nile y Vytis, al ser de la misma edad, compartían curso y ruta escolar. A las 7:00 de la mañana salió un bus del colegio con niños del jardín infantil, de su grado más bajo, en una excursión.
Mientras tanto, la Dra. Karanauskas conducía su propio vehículo hacia un chequeo odontológico de rutina. En la ruta se cruzó con varios camiones militares, pero en la escalada de violencia que enfrentaba al Gobierno de Álvaro Uribe y las guerrillas este no era un hecho destacable. De repente, empezó a recibir llamadas. “¿Están bien tus hijos?” le preguntaban una y otra vez. Nadie le contaba qué estaba pasando ni ella lo entendía. “Sí, bien. En el colegio como siempre” respondía contrariada.
Finalmente, una amiga de su Club Rotario la llamó para contarle que “algo había pasado” con el bus escolar. Justo después, recibió la llamada que le heló la sangre: cinco hombres armados a bordo de una camioneta verde adelantaron al bus en la carretera Villavicencio-Restrepo, a la altura de la vereda El Cairo. Bloqueado el paso, se subieron al vehículo y amordazaron a la conductora y la profesora que los acompañaba. La pista que buscaban era simple: querían “al monito”. Sus propios compañeros lo señalaron. Vytis, que “no quería ir con los hombres malos”, se echó a llorar y se negaba a cooperar. Nile y sus amigos lloraban con él. A las 7:30 de la mañana lo llevaban ya rumbo a un escondite.
La carrera contra el reloj
Las llamadas que la Policía le había recomendado ignorar resultaron ser ciertas. Fue tal el impacto que Saule no pudo devolverse sola y su odontólogo condujo el camino de vuelta hasta el colegio. Allí le informaron que en efecto su hijo había sido el único secuestrado en un autobús lleno de niños como él, lo que significaba que era un secuestro selectivo y deliberado.
Intuían que esto se debía al hecho de que ella dirigiera y fuera dueña de la única clínica nuclear de la Orinoquía, además de tener un nombre extranjero impronunciable que sugería grandes sumas de dinero detrás de sus apellidos. Ella, madre soltera de dos hijos, no sabía que habían visto en su familia los secuestradores pero estaba segura que se equivocaban: no tenía dinero ni podía pagar el rescate de más de 600 millones de pesos que estaban pidiendo.
En los casos de secuestro, los días siguientes al siniestro se vuelven fundamentales para dar con el paradero de la víctima. Saule se trasladó a vivir, durante seis días y cinco noches, al Distrito Militar No. 5 que la Séptima Brigada del Ejército tiene en Villavicencio. Día y noche empezaron a revisar todo lo que tenían: datos, fechas, conexiones, llamadas, cualquier cosa que pudiera ayudarlos. Empezaba una carrera contrarreloj en el que la Policía comenzaba con desventaja y el desenlace era incierto.
Abatidos por las dudas, los agentes del Gaula conocieron que en Cúcuta habían liberado a un niño gracias a la presión de la gente, que se había volcado en su causa. Le propusieron a Saule que hiciera público este caso y le pidieron usar sus conexiones extranjeras para tratar de poner los focos de todos los medios en el secuestro de su hijo. Así, esperaban poder estrechar el cerco y multiplicar los informantes que los llevaran a dar con su paradero.
“Es momento de llamar a Antanas”
Desesperada, aceptó sin dudar la propuesta de los agentes. Recordó la historia de las dos “Nijoles” lituanas que habían llegado juntas a Buenaventura hace tantos años. Su papá, Edmundas Karanauskas, compartía la profesión de arquitecto con Alfonsas, esposo de “la otra Nijole”. Este había venido a Colombia a tratarse una tuberculosis y se había quedado en el país. No tenía opción: era el momento de llamar a Antanas Mockus Sivickas, su antiguo compañero de paseos y coros navideños, en ese momento Alcalde Mayor de Bogotá.
“No hay nada que pueda hacer por su hijo que no haría por cualquier otro colombianos” le respondió el Alcalde. Con su ayuda, involucraron en la búsqueda al Fundador de País Libre, el entonces Vicepresidente Francisco Santos. Juntos organizaron una manifestación con ríos de gente que se contaban por miles, una de las primeras marchas multitudinarias en contra del secuestro que en adelante marcarían la era Uribe. Los niños del colegio salían con camisetas estampadas con la cara del desaparecido: “Soy Vytis, estoy secuestrado. Si me vez, llama a mi mamá”.
Las marchas se sucedieron una tras otra en Villavicencio y Bogotá, lideradas en primera línea por el mismísimo Antanas. La gente rechazaba en masa la atrocidad del secuestro de un menor de la edad de Vytis, hecho raro incluso para un país tan violento como Colombia. Se decía que este era apenas el segundo secuestro de un niño menor de 5 años en la historia del país. El Mundo, la BBC y la Associated Press entrevistaron a la Dra. K y registraron en sus portadas sendos artículos sobre las manifestaciones.
Pasaban los días y la presión aumentaba. La Policía ofreció una jugosa recompensa al informante que colaborara a dar con el paradero del menor. Las llamadas empezaron a llegar. Dos falsos positivos condujeron a amargas decepciones. Reportaron un niño rubio que no era Vytis. Un segundo menor había sido visto en la ciudad, pero tampoco era quien buscaban. En medio de los operativos llegaron a descubrir, en una serendipia inadvertida, un campo de concentración para secuestrados que tenían las guerrillas del lugar. Ni rastro de Vytis.
El tiempo corría como agua entre los dedos, aunque a Saule le pareciera eterno. Por fin, una pista los condujo al primer golpe: rastreando una llamada realizada por los secuestradores a la madre del menor, lograron dar con el paradero de una mujer involucrada en el rapto. La capturaron de inmediato y procedieron a interrogarla, esperanzados de poder enrutar la investigación por el camino adecuado.
¿Dónde está Vytis Karanauskas?
Gracias a la captura anticipada de una de las mujeres involucradas en el secuestro, se enteraron que este había puesto en marcha todo un aparato criminal. Durante meses los secuestradores habían planeado este golpe. Lo acordaron en un estadero de Cáqueza (Cundinamarca), donde decidieron pedir inicialmente 200 millones de pesos por el rescate del niño. Contactaron a un campesino vecino de la Familia K, al que sobornaron y regalaron un celular para que fuera su informante y detallara la rutina y desplazamientos de sus potenciales víctimas.
Se enteraron también que el elemento distintivo de Vytis había sido cambiado: al niño lo habían llevado a al Barrio San Benito de Villavicencio, que Saule describe como “un barrio de bares y billares”, para tinturarle el pelo y hacerlo pasar por un “local”. Supieron también que ya no estaba en Villavicencio, sino que había sido trasladado en taxi a un sitio desconocido en Bogotá. A 115 kilómetros de distancia, el Coronel Humberto Guatibonza tomaba las riendas del caso desde la Dirección del Gaula en el Distrito Capital.
El Coronel Guatibonza era una estrella en ascenso de la golpeada policía colombiana. Su especialidad eran los secuestros, una división saturada de trabajo en un país que alcanzó una tasa de 3.500 secuestros por año, una cifra récord en el mundo. Su trabajo sería retomar la investigación que venía de Villavicencio y lograr rescatar al menor antes de que sus victimarios pudieran transar con él.
Al centro de control llegó una alerta urgente: el tiempo se agotaba. El lugar de Bogotá era solo un “hogar de paso”, mientras los criminales negociaban intentando venderlo al mejor postor. Ahora, ante la negativa de la familia que se había alineado completamente con el Gaula y no negociaba ya, los secuestradores habían alcanzado un trato con las FARC. Le venderían el niño, a quien sacarían del refugio en cuanto fuera posible para entregárselo.
El caso había adquirido un perfil nacional. El comandante de la Policía Nacional, General Teodoro Campo, exigía resultados. Si el niño era vendido a las FARC en las narices de las autoridades y en una transacción ejecutada en el corazón de la capital del país, sería un golpe irrecuperable para la agenda de la Seguridad Democrática y la nueva ola de confianza ciudadana en la “reconquista” armada de territorio que abanderaba el gobierno.
Como sabuesos, los hombres de Guatibonza se lanzaron sobre la única pista que tenían: la informante interna y una posible ubicación. Rastrearon todos los barrios en los que podría estar, buscando cualquier indicio que arrojara resultados. Siguiendo a la informante, ubicaron una casa sin nomenclatura en el barrio Castilla, al suroccidente de la ciudad. Los vecinos afirmaban que estaba vacía y que había sido remodelada durante la última semana, pese a que los dueños afirmaban que no estaba en venta.
Empezaron a seguirle la pista durante el fin de semana. Tres mujeres jóvenes entraban y salían habitualmente de la vivienda, lo que llamó aún más la atención de los agentes, que creían estar sobre la pista correcta. El lunes 07 de abril de 2003 lograron la certeza: la “niña” de pelo negro y zapatos rojos que vivía con ellas en la casa no era otro que Vytis, camuflado para no llamar la atención. Había que preparar el operativo.
A las 9:30 de la noche los efectivos del Gaula de la Policía acordonaron la casa, en una operación que lideraba personalmente Guatibonza. Este era consciente de lo que se jugaban: si el niño era rescatado, serían héroes. Si moría en el intento, destruirían una familia y su carrera podría terminar. El operativo logró el visto bueno de Saule, con lo que sus hombres se lanzaron al terreno. Guatibonza se encomendó a los cielos, esperando que esta vez, como muchas antes, sus subordinados no le fallaran.
El niño en el hueco
La operación comenzó mal. La puerta de siete cerrojos tuvo que ser derribada a porrazos por los uniformados. Sin embargo, cuando se vieron rodeadas y “encañonadas” , las mujeres se rindieron. Los llevaron a un hueco de un metro de ancho por dos de profundo, que habían construido para ocultarlo si “las cosas se ponían difíciles”. Lograron identificarlo por un moretón en el dedo gordo del pie izquierdo, producto de un “machucón” que se había hecho antes de ser secuestrado. El niño había sido rescatado.
Curiosamente, este lloraba más que de la impresión, por la tristeza. No entendía por qué estos hombres, que habían irrumpido de semejante forma en “la casa de su tía”, ahora se lo llevaban a él y lo separaban nuevamente de alguien a quien quería. Si se la llevaban a ella, no podrían viajar a Disneyworld, como “estaba planeado”. Los policías antisecuestros se vieron “a gatas” para convencer a un confundido Vytis de que la mujer ni era su tía ni lo llevaría a Disneyworld. Esta era una mujer “mala”, que sólo quería mantenerlo alejado de su mamá. Cuando finalmente entendió lo que pasaba, se volcó con la mayor naturalidad en su necesidad más acuciante: quería un perro caliente.
Los uniformados hicieron una vaca entre ellos para reunir 3.500 pesos con los que comprarle su perro y algo de tomar, para tranquilizarlo y distraerlo. Comunicaron los resultados del operativo a Guatibonza, que en tiempo real informó a Villavicencio, desde donde enviaron a Saule rumbo a la capital.
La pieza del rompecabezas
Saule se pudo reencontrar con Vytis a las 2:00 de la mañana del martes 08 de abril de 2003, en las instalaciones de la Clínica de la Policía. Encontró a su hijo tranquilo. Se ducharon juntos para estar listos para la visita del General Campo, que vendría a verlos a las 8:00 am. En el baño, Vytis se sorprendió al no reconocer el niño moreno que le devolvía la mirada al otro lado del espejo.
Asustado, le pidió a su mamá que hiciera algo. Juntos decidieron que se “raparía”, para que pudiera recuperar el color original de su cabello. A primera hora de la mañana ofrecieron ruedas de prensa y entrevistas para anunciar su rescate, que el Gobierno promocionó y celebró por todo lo alto. El eco de su liberación mereció una nota de primera plana en inglés redactada por la Associated Press, así como una crónica dominical firmada por Salud Hernández Mora para El Mundo, de España.
Capturadas las principales implicadas, al poco tiempo “cayeron” 11 sujetos relacionados con el evento. Se supo que Vytis había pasado de San Benito hacia La Esperanza, en Villavicencio, para finalmente ser trasladado en taxi el jueves 03 de abril a Bogotá. Rubiela Jaimes Useche, una de las capturadas, era la líder de una banda dedicada al secuestro extorsivo. Fue condenada a 31 años de cárcel junto a sus cómplices, por ser la “autora intelectual” del secuestro.
Las cicatrices de lo innombrable
Vytis no podía ir al baño solo porque recordaba la bañera sin agua donde estuvo cautivo. También detestaba los taxis, pues en uno lo trasladaron por horas a Bogotá. No soportaba los ruidos fuertes ni estar lejos de su mamá por mucho tiempo. Se despertaba en la mitad de la noche, preocupado de estar solo y con temor a la oscuridad. Le daba pánico orinarse en la cama, pues si se orinaba “le iban a pegar”.
El trauma de un niño de 3 años no es fácil de explicar. La opción por la que optó Saule con la psicóloga fue “reformatearlos”, para cambiarles la mentalidad traumática sobre lo que había pasado. Tampoco les da miedo hablar: hablaba con ellos siempre que quisieran, pero sin jamás presionarlos. El proceso fue evolucionando con el tiempo.
Pero la vida normal nunca pudo continuar. Saule, Vytis y Nile no pudieron viajar a Estados Unidos a casa de su verdadera tía, pues aunque la mamá tenía visa, por ser madre soltera esta no contaba para sus hijos y su caso no era considerado urgente. Meses después, las amenazas volvieron. A las semanas, llegó un punto de inflexión.
Un día de semana después del rescate, un hombre desconocido “encañonó” por la espalda a Saule en la calle, pidiéndole que no gritara. No quería asaltarla, sino advertirle: los cómplices de la banda la estaban buscando y uno de ellos había escapado de la cárcel, por lo que vendría a matarla. Le hacía este aviso, según él, pues ella “había curado a su papá en la clínica” de Medicina Nuclear. Así, la aparente razón que había llevado al secuestro de Vytis (la ilusión del dinero detrás de su familia con la clínica) era ahora el boleto de salvación a su familia. Un karma positivo regresaba.
El mismo día fueron trasladados con cinco escoltas a Bogotá. Abandonaron el país rumbo a Chile, donde se refugiaron con el respaldo y apoyo del Gobierno colombiano. Intentaron volver varias veces, pero no lo lograron debido a las amenazas. En Chile hicieron su vida hasta 2012, año en que finalmente pudieron retornar.
Volvieron justo a tiempo para que los niños pudieran terminar sus estudios en el país y graduarse. Saule volvió a dirigir su clínica y fundó un restaurante, Neruda, con el apoyo de un cocinero chileno del que había sido alumna. Vytis se graduó como capitán de su equipo de robótica en el colegio Neil Armstrong en 2018, el mismo en que estudiaba cuando fue secuestrado. En 2019, Vytis fue admitido al programa de Microbiología en la Universidad de Los Andes, del que espera graduarse en 2023.
En su paso por Los Andes, ha sido un monitor destacado de cursos de programación y participó en el equipo que armó Silvia Restrepo, la Vicerrectora de Investigación, para apoyarla en su papel como miembro de la Misión de Sabios. En la Universidad, ha echado de menos espacios “para hablar de Colombia y el conflicto”, pues siente que al menos en su carrera estos son temas tabú, que parecen no existir para ellos.
Con su historia, Al Derecho inaugura el podcast “Hablando Al Derecho”, con este episodio especial dedicado a los uniandinos y el conflicto armado, que en Colombia está siempre más cerca y de forma más íntima de lo que se podría pensar. Este episodio abre a su vez, una línea editorial que hemos llamado “Colombia Hoy”, dedicada a cubrir historias mucho más relacionadas con el acontecer cotidiano del país y sus regiones.
Diecisiete años después de su secuestro, Vytis Karanauskas no tiene miedo. Cree que su deber es contar su historia, pues Colombia es un país de memoria corta y olvida fácil, donde “las nuevas generaciones no recuerdan nada de lo que pasó”. Está convencido de que la Universidad es “la mezcla perfecta para nublar la vista”, un lugar donde no se habla de la historia y se confunde a través del privilegio y la ignorancia el camino que nos trajo aquí. En esta, el frío de la ciudad parece ser algo más que metafórico.
Créditos: Ejecución del podcast a cargo de Gustavo Páez, Luna Gonima y Vytis Karanauskas (invitado especial). Producción de audio: Gabriel Avendaño Olejua. Idea original y texto: Carlos F. Beltrán y María Luisa Villegas.
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