Una promesa estancada: la larga espera de los músicos uniandinos

Por: Stephanie Vargas, estudiante de 5 semestre de literatura y 3 en Narrativas Digitales
Construidas originalmente para albergar un convento, un hospital y un manicomio, las edificaciones que conforman el Campito de San José no son las ideales de un músico para ensayar. Los estudiantes y profesores del programa de Música de la Universidad de los Andes pueden dar cuenta de ello y de lo importante que es el espacio donde se aprende y trabaja. La falta de instrumentos y de salones, así como de espacios que cuenten con el nivel acústico o aislante que requiere un músico, son lo que han llevado a que en los últimos años el programa busque mejorar y ampliar su planta física. Pero no ha sido sencillo.
El pregrado en Música se creó en 1990 gracias al trabajo que el Coro de los Andes venía realizando desde su fundación en el año 1961. El Coro impulsó una gran actividad musical dentro y fuera de la Universidad, y muchos de sus integrantes se dedicaron profesionalmente a este ámbito una vez finalizaron sus estudios. Por esta razón, en 1981 se creó el Programa de Estudios Musicales, que estuvo vigente hasta 1989 y del cual nació el actual pregrado en Música. En un principio, el nuevo Departamento acudió a los espacios ya existentes de la Universidad para conformarse. Durante mucho tiempo, el Coro de los Andes ensayó en la Sala de Música del Campito, por lo que el programa continuó realizando su actividad académica allí. Sin embargo, el hecho de que estas edificaciones no hubieran sido nunca construidas para músicos, sino acondicionadas para ellos, comenzó a saltar a la vista a medida que el tiempo avanzaba y el programa se reestructuraba. Actualmente, este se encuentra atravesando por una reforma académica de su pensum, lo que implica que muchas más personas van a interesarse por la carrera. Pero el problema de cómo suplirán la demanda si no cuentan con la suficiente planta física (instrumentos, equipos, salones, oficinas, etc.) supone una urgencia ahora más que nunca.

El Departamento cuenta con espacios en los Bloques V, R, W y T, pero deben compartirlos con otras facultades y su diseño no cumple con los estándares necesarios, pues se requiere de lugares que cuenten con aislamiento y acondicionamiento acústico, entre otras cosas. Laura Bacca, estudiante y representante de Música, afirma que esta situación dificulta la experiencia de aprendizaje: “La falta de espacios sí afecta, sobre todo para los estudiantes que tienen que ensayar piano y ese tipo de cosas, sí afecta que no haya suficientes pianos, suficientes salones (…) También a veces no están bien aislados, uno escucha lo que están estudiando todas las otras personas y repercute bastante en la experiencia como estudiante”. Esta insuficiencia puede incluso influir en la decisión de aspirantes a cursar o no el programa en Los Andes. “Yo siempre le trato de explicar a los aspirantes y a los estudiantes que no solo es la planta física del departamento, sino que el cuerpo profesoral y la estructura del programa son también muy importantes”, afirma Carolina Gamboa, la directora del programa de Música. Aun así, ella no desestima la importancia que desempeñan las instalaciones en la calidad de la carrera, que a pesar de que ya es excelente, necesita de este factor para mejorar aún más y crecer.
Cuando Gamboa regresó a la Universidad en 2009 para ser profesora, el plan de ampliar los espacios del programa ya estaba en curso en cabeza del director de esa época, Armando Fuentes. “Me acuerdo que en uno de los primeros Consejos que me tocó a mí nos dijo: ‘hemos estado trabajando en tener nueva planta física para el Departamento, parece que va a haber un nuevo edificio en 2014’. Todos nos emocionamos mucho”. Es decir, desde hace ya más de 12 años se ha venido trabajando en la creación de un edificio que responda a las necesidades particulares de la carrera. Al respecto, Sergio Cruz, representante estudiantil de la Facultad de Artes y Humanidades, opina lo siguiente: “Es muy triste ver esa apatía que nos ha pegado a los uniandinos y realmente no hacemos nada para mejorar nuestra propia situación como estudiantes. Y, aunque no hay que agarrar a pedradas a la universidad, sí hay que ser conscientes que tenemos el derecho de exigir algunas mejoras y, por lo menos, velocidad en cosas que ya deberían estar en marcha”. Pero ¿qué es lo que ha hecho que este proceso se extendiera de esta manera?
Al asumir la dirección en 2016, Gamboa se dio cuenta que hacía dos años no se hablaba sobre el tema de los edificios; el proyecto estaba estancado, por lo que decidió retomarlo. “Este es un tema presupuestal difícil. El presupuesto para los edificios es muy alto, la planta física de Música cuesta un montón porque no es lo mismo construir un salón de estudios generales a un salón que sea un estudio de grabación”, explica Gamboa. Además de un reporte detallado que debió presentar ante la Gerencia del Campus, en el que refería lo que el programa necesita y por qué, todo el diseño especializado que requiere un salón de Música hace que la financiación detrás del proyecto de ampliación sea bastante considerable. Y lo único que podía recrudecer el panorama y extender aún más el proceso era una pandemia.
La Universidad depende económicamente en un 90% de las actividades relacionadas con educación y estas, a su vez, en casi un 90% de las matrículas de pregrado, según lo dicho por el vicerrector de Servicios y Sostenibilidad, Eduardo Behrentz, en entrevista con El Uniandino. Este modelo económico implica que si las matrículas se estancan o disminuyen, el estado financiero de la Universidad también. En los Estados Financieros de 2018 y 2019 se evidencia que hubo una disminución en utilidad operacional (las ganancias que la Universidad recibe por operaciones relacionadas directamente con su objeto social) de $5.819.375, equivalentes a un 31.94 %. Esto quiere decir que por cada 100 pesos de ingresos operacionales, se dejaron de recibir 31.94 pesos. En el 2020 la situación se agravó debido a la coyuntura sanitaria, por lo que la Universidad debió adoptar medidas para evitar una crisis financiera. Una de ellas es el aplazamiento de los planes de infraestructura y esto, evidentemente, le afecta al departamento de Música.

El P1 y el P son los dos edificios que se tienen pensados construir y destinar exclusivamente a la carrera. Ambos ya están adjudicados y cuentan con el proceso arquitectónico necesario, y se estimaba que estuvieran en funcionamiento para enero del 2023, pero el COVID frenó cualquier avance. Aun así, a finales del 2020, Gamboa y la decana de la Facultad de Artes y Humanidades, Patricia Zalamea, decidieron retomar una vez más la conversación. Gamboa afirma que el rector “fue muy receptivo” y comprendió que la Universidad debía priorizar el proyecto. “Hemos estado trabajando con la Gerencia del Campus en no dejar los proyectos quietos, en seguir con el diseño de esos edificios para que en el momento que se pueda reactivar el presupuesto de la Universidad, eso esté listo”, dice la directora. Pero esto no ocurrirá hasta dentro de dos años, fecha en la que se espera pueda darse la reactivación presupuestal.

Aun así, la Universidad ha estado trabajando para mejorar la planta física ya existente. En enero de 2020, por ejemplo, se habilitó todo el 5º piso del edificio W para los estudiantes de música. Al respecto, la representante Bacca señala: “Ahorita sí se hicieron ciertas mejoras en las cabinas, han cambiado los estudios, no han hecho un edificio, pero están reformando ciertas cosas para que los equipos sean mucho mejores (…) Son unas vainas súper locas, son súper caras y son muy buenos”. Sin embargo, los más afectados por la decisión administrativa de la Universidad siguen siendo los alumnos. Como lo comenta la representante: “Los estudiantes en general están incómodos y molestos, porque sí fue algo que se nos prometió a la gente de Música”. Por su parte la directora del programa entiende esta inconformidad, pues para los estudiantes es difícil ser pacientes porque probablemente no podrán ver ni gozar de todo lo que los nuevos edificios tienen para ofrecer.
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