UN RECUERDO ISLANDÉS

Por: Mateo Melo Lozano, estudiante de quinto semestre de Derecho con opción en Psicología Social. Miembro del Consejo Editorial, Sección Cultura.
Dicen por ahí que recordar es vivir y al estar batallando cada día contra una pandemia que nos desafía como sociedad, creería que la mejor manera de recomponer nuestro camino al futuro es recordar… recordar los momentos más significativos que en su instante nos llenaron de una felicidad inexplicable y los cuales renovaron nuestras fuerzas para avanzar.
Pues bien, en ese rincón de mi cerebro donde se almacenan esos momentos intranquilos, amargos, alegres y triunfantes a lo largo de mi vida, se encuentra un recuerdo en particular que podría decirse es el recuerdo más feliz que tengo y la prueba fidedigna de que los sueños efectivamente sí se cumplen. Ese recuerdo del que hablo sucedió cuando, por distintas cuestiones mágicas e impensadas de la vida pude conocer un país que desde el instante en que vi sus paisajes como escenografía de una película quedé profundamente atrapado, ese país fue Islandia. Sin lugar a dudas, a mis 20 años de vida jamás imaginé que ese sueño que tenía desde los 13 años haya podido ser cumplido cuando ni siquiera he iniciado mi vida laboral y es por esa misma razón que el mayor enigma del ser humano es su vida misma porque un sueño que tenía más pinta de imaginación se convirtió en el recuerdo más profundo y feliz.
Era diciembre de 2017 y para ese entonces Europa fue mi hogar. El invierno empezó a hacer mella y añorar las festividades decembrinas fueron calando en mi existir. Fue entonces cuando la idea de conocer, disfrutar y realmente vivir la experiencia al máximo de estar en otro país gobernó mi cabeza. Y en una de esas frías noches durante una lucha interminable de pensamientos a la hora de dormir, surgió como un destello de luz la idea de convertir un sueño impensado en una realidad mágica. Desde ese momento tuve una meta y como diera lugar me prometí cumplirla: conocer Islandia. Sinceramente pareciera que el destino alineó todos los elementos necesarios para que ni un “pero” se inmiscuyera en la posibilidad de cumplir ese sueño. Precisamente, en un abrir y cerrar de ojos estaba en un avión con destino a Reikiavik, la capital de Islandia.
Llegué con un poco de temor al no saber a lo que me iba a enfrentar, pero desde el momento en que me bajé del avión pude sentir una satisfacción indescriptible y algo dentro de mí me decía que esa semana iba a ser la más feliz de mi vida, como en definitiva lo fue. Tendría que decir que la aventura tenía los elementos perfectos para ser el viaje soñado y el toque maestro fue ir solo, a la deriva sin un plan claro. Por un momento el desasosiego se adentró en mí porque al estar completamente solo las trampas de la vida pudieron en un momento haber intervenido en el juego. Sin embargo, creo que al pasar de los días me di cuenta de que tomé la mejor decisión de ir solo, sin rumbo y simplemente con mi tiquete de vuelta porque esos desafíos impredecibles y enigmáticos convirtieron la soledad en la oportunidad de dejarme llevar como el viento por los caminos del destino. Tal vez para muchos el ir sin un plan es atrevido, desafiante e ineficaz, pero si hay algo que me enseñó este viaje es que los mejores recuerdos se construyen a partir de la espontaneidad.
Son muchas las historias, momentos y pensamientos que enmarcan este viaje, por ejemplo, compartir una noche de risas e historias con unos extrovertidos italianos o la posibilidad de conocer ese maravilloso país, en el cual se encuentran paisajes de los cuales no existe un adjetivo capaz de describirlos. La estupefacción que sentí en cada sitio que conocí alrededor de Islandia era tan inmenso que hasta las lágrimas muchas veces fueron protagonistas.
No podría dejar de decir algo que normalmente retumba en nuestras mentes, pero a la hora del té no siempre lo ponemos en práctica: debemos disfrutar hasta el más mínimo momento de nuestras vidas porque nunca sabremos cuándo será la última oportunidad de hacerlo. Me costó un buen tiempo entender y aplicar esa consigna, aunque valió la pena comprenderlo justo en el momento que cumplía mi sueño de conocer Islandia.

En suma, la vida se compone de una complejidad de desafíos que día tras día afrontamos. Sin embargo, en esta vida caótica que vivimos muchas veces nos olvidamos de algo tan esencial como es el recordar, haciéndonos ajenos de tan preciado privilegio. Nunca olvidemos la importancia de hacerlo, porque al igual que yo todos tenemos esos momentos que de una u otra forma son ese escape de la realidad, pero también son la recarga de energía necesaria para recobrar las fuerzas que vamos perdiendo en el trazado de nuestras vidas.
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