Agridulce

Por: Isabella Arrubla, estudiante de tercer semestre de Derecho y doble programa con Psicología, miembro del Concejo Editorial
Ese sabor agridulce de levantarnos juntos y saber que partes, que no podrás quedarte a tomar una taza de café o a recordarme que me encantas con tan solo una mirada. Ese sabor agridulce de sentir tu cuerpo junto al mío y saber que no me perteneces, que el olor que dejaste en mi cama se esfumará con el tiempo y que ese beso de buenos días que recibí en la frente solo se repetirá en mi memoria. (Al menos por un tiempo, ya encontraremos la manera)
Recuerdo esa madrugada con una sonrisa. Sonrío porque, aunque vaya siendo hora de lavar mi camisa gris donde dejaste impregnada tu colonia, sé que mis labios dejaron también una pequeña dosis de sustancia agridulce en tu organismo. ¿O me lo vas a negar? No querido, ambos sabemos que haberte conocido en ese preciso lugar y en esas precisas circunstancias era una forma en la que el destino nos hizo saber que estaríamos condenados al sabor agridulce. Que cada vez que nuestros ojos se cruzaran, nuestras miradas se devorarían y que tenernos cerca produciría tal magnetismo que incluso las leyes de la física podrían verse afectadas. Vaya rollo. A veces me pregunto por qué lo prohibido me genera tal adicción, por qué todo aquello que lleva la categoría de complicado libera en mi cerebro tantas endorfinas. Quizás es porque como te lo susurré aquella noche al oído, siempre que me propongo algo, lo cumplo.
“Quiero que nuestra primera vez sea especial” me dijiste en medio de la música y las luces multicolor emitidas por los reflectores de aquel lugar. “Pfff” pensé yo, como si no supiéramos que la vida es un abrir y cerrar de ojos, que cada respiro que damos es uno más sobre esta tierra, pero también uno menos que daremos. Como si no supiéramos que era cuestión de minutos para estar incumpliendo lo que acababas de proponerme. Y quizás incumplir no sea el verbo indicado, más bien, estaríamos cumpliendo con esa promesa que se hicieron nuestros cuerpos cuando nos conocimos. A veces son los cuerpos los que se prometen cosas y no las almas o los corazones como podría estar diciendo yo misma en otro tipo de escrito. Esta vez dejo a un lado la cursilería para poner de manifiesto que también es posible encontrar placer en lo incierto, en lo que quizás fue, en lo que quizás es, y en lo que quizás será.
Exquisito. Exquisita esa sensación de estarnos comunicando por telepatía, de estarnos recordando con unas ganas extraterrenales. Exquisita la complicidad que guardan nuestros cuerpos aun en la distancia y ¿cómo no? exquisito ese sabor agridulce recorriendo nuestras venas que solo puede ser saneado con otra dosis de lo mismo.
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