La neblina celeste del futuro salvadoreño

Por: Samuel.
Aunque soy colombiano, hace casi una década mis padres viven en El Salvador y yo he vivido allá de manera intermitente. Sin embargo, basta con pasar apenas unos cuantos días en dicho país para notar el gran impacto que causa Nayib Bukele. Resalta porque no es un político ordinario, como los que acostumbramos a ver en Colombia. Se ha jugado las cartas del pueblo y creo que ha logrado conectar muy bien con muchos de ellos. Es evidente que esta figura tiene en sus manos un poder enorme, pero llegó a él de manera democrática.
El Salvador ha sufrido de unos pésimos gobiernos en los últimos términos, la gente estaba cansada y Bukele apareció como esa figura revolucionaria. Es cercano a la gente, usa un lenguaje llamativo para el pueblo, incluso considero que su forma de vestir influye en la manera en la que se percibe. Se me parece un poco a Trump en el sentido de que es una persona adinerada por su propia cuenta, no necesita dinero de la Presidencia, y eso puede llegar a generar confianza con respecto de sus políticas de lucha contra la corrupción. Ha sabido jugar bien a eso de la política y, como consecuencia, se ha ganado el poder que hoy en día resulta tan controversial, y con toda la razón.
El hecho de que la democracia haya sido el mismo medio que permitió a Bukele hoy tener una mayoría en las tres ramas y, por ende, ejercer un poder casi que absoluto, resulta bastante paradójico. Y es que el hecho de que una mayoría lo haya escogido no significa que este puede hacer con el país lo que arbitrariamente desee. Es importante que nos cuestionemos los problemas de este tipo de democracia y sus posibles vicios: ¿esas maneras en las que Bukele supo llegarle al pueblo los inhibe de entender la magnitud de lo que votan? ¿Puede el Presidente, respaldado por la mayoría, apropiarse de las tres ramas del poder y aplastar a las minorías? Claro que habrá diferentes opiniones al respecto, pero antes quisiera que usted, querido lector, pensara en lo que vivió Colombia en el siglo XX. Que considere por un momento el pavor que debía sentir ese liberal que no podía ni votar en tiempos de la hegemonía conservadora, o viceversa.
Acá, creo que es importante traer a colación la función que cumple la Corte Constitucional en Colombia. Más allá de los problemas democráticos que esta misma trae consigo, es ese contrapeso que tanta falta le hace hoy a El Salvador. La forma en la que la Corte de nuestro país ha protegido los derechos de los menos favorecidos, de aquellos que no comparten los ideales del gobierno de turno, es lo que nos puede dar luces del peligro que representa que el Presidente se apropie de las tres ramas del poder.
Quiero resaltar que con esta columna no pretendo opinar sobre las políticas puntuales que ha llevado a cabo Bukele, o sobre si me ha parecido un buen presidente -dictador, si se quiere- o no. Lo que trato de mostrar en este artículo es que, independientemente de qué tan bueno sea para uno un gobernante, es muy peligroso que este tenga en sus manos todas las ramas del poder. Sí, llegó a la presidencia de manera democrática, pero es que la democracia no es meramente procesal. ¿Acaso somos una democracia tan solo una vez cada cuatro años? No creo. La oposición, el diálogo, los frenos y contrapesos; todo eso es indispensable para que en un Estado haya una democracia real y no solo formal. Creo que eso es precisamente lo que está pasando en El Salvador, y es urgente que nos demos cuenta de esto. Si nos quedamos con la idea de que la democracia se materializa apenas en las elecciones, corremos un grave peligro de vivir bajo una dictadura. Una dictadura que en el papel no existe, pero que en la práctica se siente. Una dictadura que hoy vive El Salvador.
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