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El alma por un título

Por: Sebastián Acevedo, estudiante de séptimo semestre de Derecho con opción en Gestión.

Termina la época de parciales y de ella solo quedan el agotamiento, las ojeras, el sueño producto de largas noches sin dormir y, en algunos casos, una profunda decepción por obtener resultados fatales a pesar del esfuerzo. Todo eso hace que muchas veces uno se pregunte si vale la pena seguir en la lucha. Porque sí, la universidad seguramente es una de las mejores etapas de la vida; es para disfrutar, hacer amigos, construir relaciones y estudiar aquello que nos apasiona. Pero hay un lado oscuro, y es que la universidad nos mata. La universidad es una bonita experiencia, sí, en parte, pero también te quita muchas cosas. Te quita tiempo, tu motivación, autoestima, tu salud mental e incluso tu salud física, al punto de sentir que la institución que debe formarte para ser un profesional del mañana te esclaviza y te drena para llevarse lo mejor de ti. No busco jugar el papel de víctima ni decir que los estudiantes sufrimos más que cualquier otra persona. Solo quiero dejar escritas mis frustraciones frente a un proceso educativo que puede ser emocionante pero que también se puede convertir en un verdadero dolor de cabeza.

Antes que nada, lo más básico: el tiempo. Claro que algo tan importante como una carrera profesional requiere de tiempo y dedicación. ¿Pero hasta qué punto es justificable que un estudiante tenga que entregar no solo el tiempo que dedica a sus clases, sino también el tiempo que debería dar al hogar, a la familia y al descanso? Porque incluso después de que se hayan completado los trabajos que se dejan para la casa y se haya terminado de estudiar para los parciales, el trabajo no ha terminado, pues hay que leer las innumerables páginas de lectura obligatoria para cada clase, so pena de que el profesor se moleste o de obtener una mala calificación en esos controles de lectura que a muchos les gusta hacer, por lo que muchos terminan leyendo incluso hasta horas de la madrugada.

Que eso es algo que se soluciona con un buen manejo del tiempo y que es culpa de los estudiantes por desperdiciarlo en distracciones, dirán algunos. Puede ser, pero ¿qué pasa con los profesores que dejan actividades y parciales para los fines de semana? ¿No se supone que esos son días de descanso? Pues parece que no. Es cierto que la vida laboral demanda mucho esfuerzo y trabajo, pero al menos en ella se tiene la división de las ocho horas de trabajo, descanso y ocio, cosa que no tienen los estudiantes. Lo problemático de todo eso es que uno empieza a dejar de hacer cosas que disfruta por dedicar más tiempo a la carrera, deja de compartir con la familia y empieza a sentir que toda su vida gira en torno a las calificaciones y al próximo parcial que se avecina, algo extremadamente agobiante y hasta triste.

Algunos pensarán que es un costo a pagar por el privilegio de obtener ese valiosísimo título profesional que todos perseguimos. Pero no solo estamos pagando con nuestro tiempo sino también con nuestros cuerpos. Probablemente todos conocemos un caso de alguien que ha tenido que empezar a usar lentes ya que su vista ha empeorado desde que empezó la carrera, probablemente producto de una alta carga de lectura. Pero es mucho más grave que eso. 

Según estudios, algunos de los efectos de un continuo estrés producido por situaciones como tener muchas cosas por hacer, no lograr entender a los profesores, el afán de entregar trabajos y tratar de salir bien en la universidad, entre otras, son:  dolores de cabeza, dispepsia, palpitaciones, pérdida de apetito, dolores musculares, úlceras, caída del pelo, pérdida o aumento de peso y alergias. Además, se ha comprobado que cuando se acerca la época de parciales los estudiantes adoptan hábitos insalubres como un excesivo consumo de cafeína, tabaco, sustancias psicoactivas o en algunos casos la ingestión de tranquilizantes, pudiendo derivar todo esto en la aparición de trastornos de salud. Parece que la universidad es algo más nociva de lo que imaginábamos.

¡Ojo! Porque si pensaron que no podía ser peor, resulta que sí. El estrés en el ámbito universitario también nos afecta a nivel psicológico. Algunas de las señales de un alto estrés son: la depresión, el sentimiento de fracaso, la pérdida de confianza, la tristeza, los sentimientos de culpa, la frustración, la indecisión, la intranquilidad y hasta la pérdida de interés en la vida, sin mencionar las posibles conductas suicidas. Parece que no es muy dramático decir que la universidad nos está matando. 

Qué frustrante, y lo digo desde el fondo de mi alma. Qué frustrante y qué triste es ver que la formación académica que brindan las universidades implica un montón de situaciones que son tan dañinas para quienes pasamos por ella. Entiendo que para lograr grandes objetivos se requiere de esfuerzo, de sudar la camiseta, pero someterse a todo tipo de daños físicos y psicológicos, con la posibilidad de desarrollar trastornos que nos acompañarán por el resto de nuestras vidas, a cambio de un título profesional me parece exagerado. Perdónenme ustedes, pero es que suena como venderle el alma al diablo.

Es aquí donde creo que toda la comunidad académica debe detenerse un momento y pensar sobre este tipo de situaciones. Debemos presionar a la universidad a reconsiderar la cantidad de trabajo que se deja para la casa. ¿Es verdaderamente indispensable? Al final de cuentas, no podemos olvidar que los estudiantes somos seres humanos con una vida más allá de las aulas y que ninguna institución educativa debería tener el derecho a limitarla. 

Mi mensaje para las universidades es que no se puede dejar de lado la importancia de generar un ambiente positivo y ameno para los estudiantes, o al menos contar con la ayuda psicológica para atravesar dichas situaciones. Frente a esto último, ya muchas universidades se encuentran realizando esfuerzos para lograrlo, lo cual es positivo. La asignación de profesores consejeros, por ejemplo, puede ser una buena estrategia para atacar este tipo de situaciones. El punto es que la universidad no debería ser un proceso traumático y dañino.

Finalmente, los estudiantes también debemos cuestionarnos y replantearnos la forma en que abordamos nuestras carreras profesionales. A veces, el afán por terminar pronto la carrera o el deseo de inscribir tantas opciones académicas como sea posible hacen que nos extracreditemos sin pensar antes si es realmente necesario, si somos verdaderamente conscientes del desgaste emocional y mental que eso implica. Creo que, en muchos casos, si nos detenemos un segundo a reconsiderar la carga académica que asumimos, nos daremos cuenta de que tal vez no es tan importante inscribir esos 25 créditos. 

Pero, aun así, para aquellos que consideren que sí pueden o deben hacerlo, solo les recomendaría que no abandonen aquellas cosas que son importantes para ustedes, como la familia, sus pasatiempos o dormir un buen número de horas. No está mal tomarse las cosas con calma, tal vez tomarse una tarde libre luego de las clases, darse un tiempo para descansar, lejos de los parciales, los grupos de trabajo, las lecturas, etc. Nunca cae mal tomarse un café con un amigo, salir a hacer deporte, leer algo que no tenga que ver con la universidad o simplemente ver una película. 

Ahora, no digo que debamos ser irresponsables con las obligaciones académicas, sino que no podemos permitir que estas nos consuman y nos quiten la tranquilidad. Los estudiantes y las universidades deben entender que la carrera es importante, pero nuestro bienestar como seres humanos lo es aún más. 

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