Tamales, polas y la política de los likes

Por: Gabriel Morales Duque, estudiante de Derecho y Filosofía de segundo semestre en la Universidad de Los Andes.
La elección de los próximos congresistas es más importante de lo que ellos mismos creen. El nuevo Congreso de la República no solamente será el freno de mano al populismo, sino que deberá, entre muchas otras cosas, elegir a 5 magistrados de la Corte Constitucional y tramitar una reforma pensional que definirá el futuro de mi generación. Es por eso, precisamente, que debemos elegir bien y no dejarnos seducir por los cantos de sirena de algunos personajes que se presentan como la única opción viable para rescatar este país. Los jóvenes debemos tener especial cuidado en esta ocasión, porque somos los más involucrados con las redes sociales y ese es el escenario en el que se están incubando las candidaturas de influencers, de Twitter o de Tiktok, que creen que pueden jugar a cambiar sus likes por votos. Tucídides tenía razón: es imposible concebir la democracia sin pensar en la demagogia.
Y los hay de todas las orillas, de todos los partidos y de todas las ideologías. Desde la más recalcitrante y cavernícola derecha, con Miguel Polo Polo, que escribe una barbaridad por minuto, hasta la más revoltosa izquierda, con Susana Boreal, la directora de una orquesta del Paro Nacional en Medellín que creyó que mover una batuta era suficiente mérito para ser Representante a la Cámara. Pero de los extremos ya nada me sorprende. Lo interesante y curioso es el impoluto, el incorruptible y el esperanzador centro, que tiene en su lista a la Cámara por Bogotá a Catherine Juvinao, quien se autodenomina activista política y se hizo conocida por su iniciativa de veeduría ciudadana al Congreso ‘¡Trabajen, vagos!’. El centro no se salva de la nueva política, la política de los likes: esa que confunde el rigor y la compostura con ser viral en redes, la que cree que redactar y presentar un Proyecto de Ley es igual de fácil a publicar un trino criticando porque sí y porque no y la que, de verdad, se ha creído el cuento de que los vacuos retweets o los insignificantes corazones son sinónimos de votos.
Juvinao ha insistido en que es imperativo sacar del mundo político a los vagos que no sesionan, a los que compran votos con tamales, a los que venden su conciencia por una cuota burocrática en el Gobierno de turno. Pero no deja de resultar paradójico que, en campaña, se esté convirtiendo en lo que ella tanto critica. Me explico: durante la primera semana del mes pasado, empezó a circular en redes sociales un volante de su campaña, en el que invitaba a los jóvenes universitarios a tomarse “una pola con Cathy Juvinao” el pasado viernes 4 de febrero en el Centro de Bogotá. El evento se llevó a cabo a las 4 de la tarde, justo a esa hora tranquila que da el cambio entre la jornada académica y la noche de rumba y alcohol. Pero en la letra menuda, la candidata daba una información que, cuando menos, es cuestionable: “Recuerda: ¡La primera pola va por mi cuenta!”. Mientras tanto, Íngrid Betancourt al menos es coherente con su discurso anticorrupción e invita a reuniones, pero enfatiza en que cada asistente paga su propia cerveza, o su propio café.
Lo que me parece aterrador e increíble es que aquellos que sin ningún pudor se presentan como la renovación y la salvación de la política nacional, hagan campaña con las estrategias tradicionales que dicen despreciar. O mejor, que todos despreciamos, porque a mí también me parece que al Congreso hay que renovarlo, que hay que llevar gente seria que ejerza un verdadero control político sobre los gobiernos y que legisle sobre temas importantes como la eutanasia o el aborto… El propio Tucídides, de quien sus contemporáneos criticaban la pedantería y la arrogancia, dijo en alguna ocasión que su obra no perdería vigencia mientras hubiera seres humanos sobre la faz de la tierra. No erró en su predicción, pues en este país al que aún no le hemos encontrado ningún remedio, a 10,207 kilómetros de la Grecia en la que escribió, estamos a punto de cambiar payasos de la vieja escuela, la de los tamales, por payasos de la nueva escuela, la de las polas. Porque, viéndolo bien, ¿hay alguna diferencia entre regalar comida y regalar alcohol?
Remate: una semana después del evento, en una breve entrevista en Noticias RCN, a la señora Juvinao le preguntaron cuántos debates necesitaba en el Congreso un Proyecto de Ley. Con una voz tímida, como reconociendo que la habían corchado, dijo que ocho. No sé a ustedes, pero a mí me parece curioso que ella, que supuestamente se ha dedicado a estudiar el funcionamiento del Legislativo, quiera ser congresista sin entender las diferencias entre un Proyecto de Ley, que necesita cuatro debates, y un Proyecto de Acto Legislativo, que necesita ocho. Me gustaría pensar que la candidata tuvo un lapsus, pero honestamente tengo mis dudas.
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Felicito a Gabriel sus palabras confirman que los jóvenes, piensan y en consecuencia, deciden! Adelante Gabriel seguramente ese Congreso del futuro se honrará con tus presencia
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