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Desprivilegiado nuestro pensamiento

Por: Mateo Melo Lozano, estudiante de sexto semestre de Derecho con opción en Psicología Social. Miembro del Consejo Editorial, Sección Cultura.

En Colombia intentar comprender los sentimientos, las emociones, los recuerdos y pensamientos de las personas que llevan consigo una catástrofe psicológica a causa de los males que atentan  este país es una tarea en la que pretendemos imponer un discurso preestablecido y un método de afrontamiento ajeno a la subjetividad. En consecuencia, estos planteamiento hechos por un sector de la sociedad que no se ve perturbado por los escenarios deshumanizantes que vive parte de la población colombiana, yuxtapone una realidad silenciada por los discursos de poder y oprimida por verdades institucionalizadas que generan ante la sociedad un paisajismo que impide vislumbrar un escenario más allá del orden social permitido. Frente a lo anterior, a partir del análisis del fenómeno del desaparecimiento forzado se pretende generar una reflexión a las personas que aún conciben que su realidad no se ve afectada por los infortunios catastróficos que adolecen otras personas. Igualmente, el propósito de este artículo es invitar a la sociedad a dejar de pensar desde los privilegios sobre la manera en que se comprenden y acompañan los fatídicos episodios que se viven en el país, con el fin de buscar una reconciliación en una sociedad colombiana golpeada por la desigualdad, desinterés, polarización, egoísmo y por los vestigios de una violencia que a lo largo del tiempo se ha transformado para no ver su final.

Una mirada a la desaparición forzada

La desaparición forzada es una catástrofe que descompone individuos, destroza familias y rompe sociedades. Ha sido hasta ahora un mecanismo devastador que ha constituido episodios de horror para la humanidad, los cuales no se traerán a colación. 

Precisamente, al momento de consolidarse las desapariciones forzadas como mecanismo represivo se quebró nuestra naturaleza humana y con ello, el status quo de la sociedad. Además, empezamos a vivir con incertidumbre, azar y contingencia, los cuales mientras se prolongan en el tiempo conllevan a enfrentar una nueva cotidianeidad que día a día tratamos de sobrellevar. Es claro que al estar en una sociedad tan desigual la afectación por estas atrocidades se evidencia más en determinadas personas que otras, como por ejemplo, los familiares de un desaparecido.

La identidad y el lenguaje vulnerado

La desaparición forzada tiene una connotación importante para el ser humano, pues se debe entender como una catástrofe para el curso de la vida de la víctima y de quienes lo rodean.  Por consiguiente, ante una catástrofe social como esta, se rompen los lazos sociales que una persona puede tener con la sociedad y se pierde cualquier confianza por los valores y principios de un Estado. Además, en los casos en que una persona directa o indirectamente se ve afectada por la desaparición forzada su catástrofe va más allá de los social y traspasa al escenario emocional y sentimental donde su vida entra en un estado de incertidumbre, ambivalencia y azar. Esta clase de situaciones evidencian la ruptura entre hechos y sentidos, produciendo una narrativa de ausencia del sentido, donde se reconoce la situación catastrófica pero su incapacidad de afrontamiento crea un escenario vacío en el cual se vive sin identidad y sin un panorama positivo para salir adelante.

Por otro lado, la desaparición forzada al igual que otros mecanismos denigrantes para el ser humano tienden a imposibilitar la narración de las experiencias traumáticas. Frente a esto, cuando se pierde la identidad del ser humano generan que el lenguaje para relatar los hechos quede en el olvido para la sociedad. También, el testimonio de la víctima queda desdibujado al no diferenciar entre la memoria y la realidad, eso ocurre porque el acompañamiento que reciben está estructurado para que el sujeto simplemente sea un portavoz de hechos sociales y no pueda expresar sus sentimientos y emociones.

La desaparición forzada al producir una catástrofe deja a la víctima en un escenario desolador y en una posición en que los recursos de afrontamiento no son suficientes para salir de esa inestabilidad perpetua al punto de caer en la resignación. Cuando el individuo se resigna pierde toda capacidad de afrontamiento y es sepultado al olvido por parte de la sociedad. Por lo cual, en el acompañamiento de víctimas de la desaparición forzada debe primar la revitalización de la persona, ya que esa es la base para que el afrontamiento resulte en una reintegración a la sociedad. 

Una nueva manera de escuchar

A lo largo de este artículo se ha invitado a pensar que la víctima del desaparecimiento forzado no recibe un acompañamiento propicio para afrontar su catástrofe. Lamentablemente, en la desaparición forzada a pesar de que la gestación emocional de las víctimas es un repertorio que incluye intentos del sujeto por objetar, impugnar, resistir al contexto y generar acciones que deriven en el intento de volver a significar en la sociedad, estos son desautorizados por un cierto Deber-Ser de un duelo preestablecido, por lo que han sido presentadas como problemáticas e impertinencias.

En este orden de ideas, los procesos de acompañamiento psicosocial a los individuos afectados por la desaparición forzada no pueden desligar emociones, sentimientos, sucesos y sesgos al momento de modelar una conducta de afrontamiento. El acompañamiento hasta ahora ha imposibilitado la reintegración a la sociedad. Por ende, es el momento para que se replantee la manera en que a la víctima se le escucha, pero también se le comprenda para guiarlo en una narrativa que le permita expresar sus emociones y sentimientos y se le dé la posibilidad de la reconstrucción y reparación.

En búsqueda del afrontamiento

La desaparición forzada como situación límite de los familiares ha estado enmarcado por una incertidumbre prolongada, la ausencia de información, intentos diarios de búsqueda y esperas angustiosas y perennes. Lo anterior se agudiza cuando la sociedad en general presenta un desinterés y rechazo en los métodos de afrontamiento que estas víctimas intentan realizar.  

La sociedad para reconocer las problemáticas de los afectados por las acciones atroces de la violencia debe aceptar las reacciones y planteamientos que este sector social marginado realiza ante eventos traumáticos y catástrofes sociales. Frente a lo anterior, se deja en claro que las catástrofes que adolecen las víctimas de las desapariciones forzadas no son ajenas a la afectación de la sociedad, por lo tanto, no se tiene que categorizar como hechos sociales individuales sino como problemas generales de la sociedad que deben enfrentarse en conjunto y no relegando la afectación a solo sus directamente afectados.

En ese sentido, se debe respetar y reconocer que, en la experiencia de los familiares de un desaparecido, la persona no desaparece completamente porque su existencia termina viviendo en la memoria de sus familiares mediante recuerdos, sentidos, olores, etc. Por consiguiente, dicha ausencia-presencia del desaparecido dentro del familiar es la manera en que se sostiene el individuo en esta sociedad para no caer en una vida sin rumbo. La sociedad tiene distintos recursos para comprender que, en la incertidumbre y ambivalencia de la nueva realidad de los familiares de desaparecidos, el hecho de representar a través de cualquier medio la presencia de su ser querido simboliza el esfuerzo que está haciendo el individuo por sanar sus heridas y seguir perteneciendo a la sociedad que en determinado momento lo pudo haber defraudado. 

Una idea, una conducta, un futuro

Si bien Colombia a lo largo de su historia ha cargado con la indiferencia de su sociedad, se espera que ante lo planteado en este texto se pueda reflexionar que sin ir más allá de la desaparición forzada cada persona tiene una responsabilidad consigo mismo, pero también con la sociedad. No se busca en ningún instante promover la rebelión y la oposición agreste hacia los mandatos sociales, pero sí intentar persuadir a la sociedad sobre la influencia que hay en las conductas donde se intenta promover el rechazo, la indiferencia y la polarización. Muy bien remarcaba Noam Chomsky la importancia de la unión, pues como él planteaba, la humanidad va en camino a una vía sin retorno y la manera para ralentizar ese proceso es una conciliación de toda la sociedad. No se pretende generar un modelo de conducta en donde no haya diferencias y seamos esclavos de lo políticamente correcto, se busca por el contrario incentivar al respeto de los diferente, a la compasión por el prójimo y al reconocimiento de la afectación del otro.

La desaparición forzada como mecanismo de represión aún está vigente. No obstante, para que haya un compromiso y responsabilidad por parte del Estado de cara a estos actos deshumanizantes debe darse un cambio en la sociedad. Este cambio debe darse desde diversos ámbitos, pero trabajando mancomunadamente porque la sociedad tome un rumbo distinto al que hoy en día existe. Además, frente a las adversidades actuales es momento para que disciplinas como psicología y otras humanidades tomen el protagonismo y se conviertan en el garante de un mejor porvenir para la humanidad.

Finalmente, se invita a la sociedad a soñar en una reconciliación, para disminuir esa brecha que se ha impuesto para marcar una desigualdad que hoy está pagando factura. No se necesita tener un título de psicólogo, antropólogo, abogado, entre otros, para acompañar al que lo necesita, simplemente se debe realizar una introspección para revaluar la conducta que cada uno tiene y pretende en la sociedad. Por consiguiente, a largo plazo se sueña por una  Colombia unida en donde las barreras de la polarización se rompan y reconozcamos el grado de importancia de cada persona en la construcción de un mejor país. Tal vez es utópico y nada centrado en la realidad los distintos argumentos que se plantearon en el artículo, pero las mejores ideas tuvieron que ser declaradas como imposibles para que se cumplieran y en este caso, Colombia necesita más soñadores para despertar en otra realidad.

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Cultura

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