Retorno sí, pero no así

Por: Sebastián Gaitán Borja, estudiante de segundo semestre de derecho y filosofía; y Martín Simón Castro estudiante de segundo semestre de derecho con opción en filosofía.
Por primera vez en cuatro semestres la Universidad de los Andes le abrió la puerta a la presencialidad completa. A comienzos de este semestre 2022-1 la decisión fue objeto de mucha discusión y de notable controversia en torno a todo lo que implica un regreso de esa magnitud. Desde enero, sin embargo, los estudiantes fueron conscientes y vivieron en carne propia las dificultades que trajo la presencialidad: el brutal flujo de personas en Transmilenio, la abrumadora escasez de parqueaderos, el colapso del centro de salud de la universidad, la frustración con que las clases ya no se transmitieran en vivo ni se grabaran, por no hablar de las filas para almorzar equivalentes a las de un parque de Disney o cualquier otro de Florida.
A raíz de los comentarios que recorrieron los pasillos y escaleras de la universidad, de la cantidad de publicaciones hechas en las cuentas de confesiones, y de la propia experiencia de los estudiantes, Al Derecho se dió a la tarea de investigar a profundidad las situaciones que han ocurrido con la presencialidad y que han generado incomodidad e inconformismo en muchos de los miembros de la comunidad uniandina. Se realizaron entrevistas tanto a estudiantes como a personas que trabajan en la Universidad o cerca a la misma, y a través de ellas se exploraron asuntos como: si la conexión a internet está más congestionada que antes, si la universidad está más peligrosa, o si la actual presencialidad se ha perjudicado por la falta de aprovechamiento de las herramientas de la virtualidad. Más allá de las inconformidades, se explora lo que realmente está pasando en la universidad con respecto a estos temas.
¿Adiós a Zoom?
Tanto profesores como estudiantes se habían ya acostumbrado a la facilidad y flexibilidad derivada de la transmisión virtual de las clases y de la grabación de las mismas. Inclusive en el semestre pasado, 2021-2, todos conservaban la posibilidad de asistir presencialmente a las sesiones que desearan, de tomarlas virtualmente si así lo querían, o de revisar sus grabaciones si lo necesitaban. Era un modelo flexible, acorde al momento.
Pero para sorpresa de muchos, el regreso a la presencialidad en el 2022 cortó con el estilo de enseñanza acostumbrado en los semestres anteriores. Por aparente decisión de la universidad, la comunidad se vió enfrentada a que ya no se transmitieran ni se grabaran las clases presenciales. Con esa medida, podría afirmarse que todo uniandino se ha encontrado con profesores que se rehúsan rotundamente a hacer cualquiera de estas dos cosas, así tengan estudiantes con la imposibilidad de asistir a alguna sesión presencial o así tengan a la mitad de su salón contagiado con covid.
Parece anacrónico que, después de 2 años de pandemia, de que se haya comprendido que la flexibilidad es necesaria en la educación, y de que la universidad tenga ya todas herramientas —como cámaras, micrófonos, cuentas de zoom, y demás—, institucionalmente no se promueva (o hasta se prohíba) que los profesores transmitan y graben las clases cuando sea necesario.
Para abordar este caso, el Al Derecho se reunió con Alejandro Franco Plata, profesor de la Facultad de Derecho, quien nos explicó que en este tema se habían presentado dos posiciones. Por un lado, están quienes creen que retomar un modelo netamente presencial plantea un incentivo para que las personas se comprometan con la educación en físico. Por otro lado, están quienes consideran que la virtualidad tiene ventajas que tienen que aprovecharse.
Así, por ejemplo, lo cree Alejandro Franco, quien ha estado abierto a transmitir y grabar las clases cuando ha tenido estudiantes con síntomas o con situaciones personales que les imposibilita asistir a las sesiones. Según él, hacer lo contrario es “poco sensible a todas las eventualidades que se pueden presentar en el día a día”. De igual forma, invita a reconocer que “estamos en un entorno tan impredecible que tomar decisiones tan absolutistas a priori es inadecuado”.
En contraste, profesores como Felipe Castañeda Salamanca, del programa de Filosofía, consideran que ahora es imperativo volver a las medidas que existían antes del covid. Es decir, no grabar ni transmitir las sesiones, como se hacía antes. Más bien propone que los profesores tengan que generar programas que los estudiantes puedan seguir haciendo autónomamente en caso de que no puedan asistir a alguna clase. Aunque reconoce que estos son algunos de los grandes retos de la presencialidad, Castañeda afirma que “debemos jugárnoslo por eso”. En este sentido, es bastante claro en afirmar que lo que le molesta es “que eventualmente nuestra actitud sea «quedémonos en la casa»”, a su juicio un verdadero retroceso para la educación presencial.
Pero algo en lo que concuerdan tanto Franco como Castañeda —que pertenecen a facultades distintas— es que institucionalmente la información no ha sido clara. Según ha dicho Castañeda: “lo que entiendo es que institucionalmente no va a haber grabaciones de las clases”; no obstante, nos afirma que no sabe si “uno pudiera en todo caso hacer grabar las clases”. Por su parte, Franco comenta que desde la Facultad de Derecho los lineamientos “han obligado a los profesores a concentrarse en la presencialidad”. Claro que, en tono dudoso complementa que “hay también libertad para los profesores”. Concluye, sin embargo, con que “sería deseable que la universidad fuera más explícita en la libertad que le concede a los profesores para tomar sus decisiones”.
La falta de claridad sobre la libertad de los profesores —sobre lo que tienen permitido y prohibido— ha causado que cada facultad y cada profesor entienda de manera diferente lo que puede hacer, como demuestran los casos de Castañeda y Franco. Es frecuente, incluso, que los mismos profesores sientan que al grabar sus sesiones están haciendo algo indebido y sientan que están incurriendo en una falta, como lo confesó un profesor de Filosofía que prefirió mantenerse en el anonimato.
¿Si es segura la Universidad?
Este regreso masivo de estudiantes, también significó cambios grandes en temas de seguridad, ya que en la medida que asistan más estudiantes a la universidad, hay más objetivos de hurto y mayor dificultad para controlar las zonas aledañas al campus. Para explorar el manejo de la seguridad, Al Derecho se reunió con varios ‘monitos’ que vigilan los alrededores de la Universidad. Los ‘monitos’ cuestionados aseguraron tener rutas de patrullaje, y haber creado “corredores de seguridad” para maximizar la seguridad de los estudiantes. Sin embargo, ellos mismos le contaron al periódico que es imposible garantizar la seguridad de los estudiantes debido a la cantidad tan grande de ellos en la zona. De hecho, los robos se han multiplicado en zonas cercanas a la universidad, incluso en zonas muy bien vigiladas como la plazoleta de CityU.
Por ejemplo, una “confesión” hecha a través de la página de instagram “Confesandes”, relata un caso de un grupo de amigos que fueron víctimas de un robo en el Eje Ambiental. Estos cuentan como fueron abordados por personas “bien vestidas” y que no parecían cumplir con el perfil de un ladrón; los ladrones los amenazaron con armas de fuego y los obligaron a entregarles sus celulares y hasta los hicieron caminar por la zona de la universidad amenazados. Este tipo de historias dejan un mal sabor en la boca, y algo de preocupación sobre si la Universidad está tomando todas las medidas necesarias para mejorar la seguridad de los estudiantes; ¿serán los monitos con perros, haciendo “corredores de seguridad”, suficientes para crear un ambiente seguro en la Universidad? A lo anterior se suma que muchos de los monitos son nuevos este semestre (de hecho, todos los monitos entrevistados eran nuevos), por lo que no tienen memoria de cómo era la seguridad en la universidad en semestres pasados. Además, esto significa que apenas se están aprendiendo los sitios de mayor peligro en las zonas de la universidad, las rutas que toman los estudiantes, en donde se sientan usualmente, etc.
Los monitos entrevistados aseguraron que, afortunadamente, los robos con arma blanca o de fuego han sido muy poco comunes, ya que en un lugar tan público suele ser más difícil que ocurra este tipo de robos. Realmente, el tipo de robo más frecuente es el de artículos desatendidos. Ahora bien, los ‘monitos’ le contaron al periódico que estos robos usualmente pasan por el descuido de los estudiantes, que dejan sus maletas solas en las mesas o en el parque, andan con los bolsillos de la maleta abiertos, con el celular en la mano o en algún bolsillo de atrás, etc. Básicamente, por “dar papaya”. Ellos nos han sugerido que, también, es deber de los estudiantes formar hábitos que minimicen la posibilidad de que este tipo de robo ocurra: por ejemplo, no dejar la maleta desatendida, llevar la billetera en el bolsillo de adelante o en la maleta, o no sacar el celular por fuera de la universidad.
¿Y el internet?
Es usual que la gente se queje de la conexión a internet, pero comenzando el semestre, a oídos de Al Derecho llegaron comentarios sobre la notable inestabilidad de las redes institucionales en puntos particulares. Por eso, en entrevistas realizadas a uniandinos de diversas carreras por el parque Germania y las zonas aledañas a campus, se pudo conocer que los estudiantes reconocían que el internet de la universidad servía bien en general al interior de los salones de clase, pero que era deficiente en ciertos puntos, como el quinto piso del ML, el 00 del cívico, y el último del SD.
A raíz de estos testimonios, Al Derecho se contactó con la Dirección de Servicios de Información y Tecnología (DSIT) para comprender el porqué de tales quejas. En comunicación con ellos, se pudo confirmar lo evidente: que el retorno a la presencialidad ha generado un aumento drástico en el uso de canales de internet. Según la DSIT, esto representa un aumento de “cerca de 18 veces en relación con el del año pasado”. Adicionalmente, comentan que en lo corrido de 2022 el tráfico sobre la red inalámbrica ha crecido en 25 mil usuarios. Un cambio que, ciertamente, hace parte de los motivos que se vinculan directamente con las posibles fallas que el servicio de internet pueda presentar.
Claro que, el DSIT también ha recalcado que existen otros dos factores importantes que pueden estar teniendo un impacto en la experiencia durante la conexión. El primero se le atribuye a los sitios de mayor concentración de usuarios: menciona la DSIT que “el retorno a la presencialidad ha generado dinámicas nuevas de demanda del servicio”, como la presencia más densa de estudiantes en ciertos lugares. Mientras que el segundo tiene que ver íntimamente con los dispositivos de cada persona, ya que en el campus también se da que, como hay distintos puntos de acceso a internet, pueda existir interferencia entre los mismos y se genere inestabilidad en la conexión. Para prevenir esto, la universidad cuenta con la tecnología suficiente para “minimizar la interferencia que se da entre los puntos de acceso”, pero lo que puede suceder es que los usuarios no tengan equipos (como sus computadores o celulares) con “un método de conexión que reduzca el efecto de esa interferencia”.
Ahora bien, la DSIT también enunció las soluciones que ha planteado para resolver estos conflictos. Entre ellas, la dirección señala la existencia de un plan de inversiones para la renovación de la infraestructura (que ya se encuentra en ejecución y que tiene como propósito mejorar la red inalámbrica). Concretamente, se realizó un estudio que permitió identificar los lugares de mayor congestión, para así poder darles prioridad. Finalmente, la DSIT adujo estar trabajando en un canal dedicado a “mejorar la conectividad hacia aplicaciones de alta utilización”, y resaltó la ampliación de la red actual a 5Gbps.
Con esto, gracias a la diligente voluntad de la DSIT para proveer información, la cuestión ya no redunda en torno a si la universidad es consciente los problemas de conectividad en las instalaciones, o si es que se están tomando medidas institucionales para mejorar dichas condiciones. La situación se remite, ahora, a esperar si las medidas actuales podrán ejecutarse con mayor velocidad para poder suplir esta necesidad de la comunidad a tiempo.
Con lo visto, parece que los iniciales sentimientos de inconformidad que protagonizaron el comienzo de este semestre se encuentran, en parte, fundados en verdaderas situaciones que se están viviendo en la universidad. Lo que queda, es la incógnita de ver cuál es el rol que tienen los estudiantes para enfrentar las situaciones aquí descritas. Parece que éstas se irán abordando de forma paulatina por la institución, pero los estudiantes necesitan respuestas en el presente para poder tener margen de reacción ante esas realidades.
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