Una pizca de positivismo

Por: Isabella Arrubla Reyes
Aquella mañana soleada, quizás, pues la memoria no suele ser mi mejor virtud, estando en los vestieres de la Caneca y teniendo un secador automático sobre mi cabeza me di cuenta de que tal vez no estábamos valorando a la Universidad como deberíamos.
Siempre he sabido que los uniandinos estudiamos en una de las mejores universidades no solo a nivel nacional sino internacional. Siempre he tenido presente que es una institución diversa, flexible y que promueve no solo la excelencia académica sino la formación de seres humanos íntegros. Siempre he pensado que soy una afortunada y que no muchos cuentan con la oportunidad de estar en una universidad como Los Andes. Sin embargo, en los últimos meses me he dado cuenta de que estas no son opiniones generalizadas, que son muchos los que están insatisfechos con la Universidad y quienes parecen estar inmersos en una ola de negativismo contagioso y abrumador.
Muchos alegan que los cupos en los parqueaderos no son suficientes, que las filas para conseguir almuerzo son interminables y que la seguridad en la zona afecta el día a día de los uniandinos. Se quejan también de que los precios han subido, que ahorrar es imposible y desean con ansias que la educación retorne a la virtualidad. Alegan que las pruebas de Covid no salen con suficiente tiempo de antelación y que, en ocasiones, ni siquiera prestan debidamente dicho servicio. Y sí, tal vez a la Universidad le haga falta organización y planeación en ciertos aspectos, pero ¿no es todo lo anterior una de las muchas consecuencias de vivir en comunidad?
Fue aquella mañana en la Caneca, con el cerro de Monserrate a mi derecha y recibiendo un cálido rayo de sol sobre mi mejilla , cuando me di cuenta que, como uniandinos, habíamos empezado a normalizar la anormalidad. A ver lo extraordinario con ojos de cansancio, a pasar por alto los pequeños detalles del día a día, esos que logran despertar una leve sonrisa bajo los labios, esos que nos hacen olvidar de todas nuestras preocupaciones y nos recuerdan que la vida es bonita. Fue aquella mañana en la Caneca cuando sentí que la Universidad de los Andes era no solo una institución educativa sino un lugar que debería aprovecharse día tras día, sin excepción.
Criticar siempre será lo más fácil pero ya va siendo hora de que nos empecemos a habituar a esta realidad que tanto deseábamos cuando empezó la pandemia y dejamos de ver a nuestros amigos y profesores. Esa con la que soñábamos para poder entender más en las clases, probar la famosa arepa de Puerto Arepa y almorzar en el Bobo mientras pasaba el hueco. La realidad que estamos viviendo actualmente es esa que la gran mayoría de nosotros soñó en el año y medio que estuvimos en educación virtual. Criticábamos el sedentarismo, el exceso de convivencia con nuestra familia, la falta de experiencia en plataformas virtuales de los docentes, la frialdad con la que se hacían los trabajos en grupo con desconocidos, la falta de socialización y hasta echábamos de menos los saludos de buenos días de los Monis. ¿Por qué nos estamos quejando entonces? ¿No era esto lo que queríamos?
Mi invitación, más allá de tener el gusto de ir a la Caneca y conocer los mágicos secadores automáticos que se activan con solo situarse debajo de ellos, es cambiar esa mentalidad donde todo lo que nos rodea es negativo. Donde convivir se vuelve insoportable y la presencialidad agota. Y claro, no está mal tener días malos y sentir que una nube gris nos consume, a fin de cuentas, somos humanos y sentirse así es válido. No obstante, creo firmemente que el poder de la mente es asombroso y que con una pizca de positivismo podríamos hacer la vuelta a la presencialidad más agradable tanto para nosotros mismos como para todos aquellos que nos rodean.
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