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No merecemos más

Por: José María Silva Abusaid, estudiante de Derecho de la Universidad de los Andes y miembro del Consejo Editorial.

Existe un país, en América del Sur, un continente cuyo legado es el caos y la arbitrariedad de cientos de años de colonia, que se caracteriza por ser un territorio lleno de odio, desesperanza y violencia. Pero a sabiendas de que nada en este mundo es gratis me niego a pensar que esta desgracia es producto de la casualidad. La hostilidad, agitación, violencia y descontrol no son más que el precio a pagar de una población agazapada cuyo silencio en el pasado la ha hecho cómplice en el presente. Ahora bien, no es una cuestión de salvajismo, es de supervivencia, pues el hundimiento del contrincante es apenas la consecuencia lógica de aquel bien visto fenómeno de la victoria. La indiferencia nos ha hecho prisioneros, así, la coyuntura caótica de este país no puede entenderse como la exteriorización del perverso interior de sus pobladores sino como una inmensa cuenta de cobro que se le pasa el pueblo colombiano en esa época temida y desgastante: la época electoral. 

Decían —que en una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra— el problema es que tal vez, solo tal vez, no seamos dignos de aquella oportunidad. 

—Ocúpate de la política o la política se ocupará de tí— dirán los otros. Hoy es la política, aquel monstruo incubado por años el que determina sobre nuestra suerte. La indiferencia no quedará impune y sus nefastas consecuencias son la más fehaciente materialización de la justicia administrada por la mano fuerte del destino. 

Otros cuantos creerán que las elecciones son la prueba reina de una patria rota o afirmará con grave acento que nos merecemos más que nuestra realidad, sin embargo, se equivocan. Colombia está más viva que nunca, la patria ha despertado y empezó a ocuparse de aquella política que antes veía distante, pues ahora es imprescindible para su vivir. En las venas de cada colombiano la sangre está hirviendo, el corazón continúa latiendo con más fuerza que nunca y sus mentes solo son capaces de pensar que la esperanza todavía existe. En tal estado de agitación la confrontación es inevitable, la política ha trascendido al gobierno y en honor a nuestra más intrínseca naturaleza política cada individuo está dispuesto a luchar a capa y espada por aquel sentimiento ambivalente de discordia y euforia: la pasión. Entre manifestaciones, marchas y caravanas la gente ha salido a la calle; inmersos en discusiones que a veces se salen de casillas el gigante dormido del pueblo ha despertado, lo único reprochable, es que ya sea demasiado tarde. 

Fue hoy, el 19 de junio de 2022, que la historia está pasando la factura. Ver que quiénes se difaman e insultan no son los protagonistas de esta novela por su poderío, sino por el nuestro. Fue voto tras voto a lo largo y ancho del país que hizo que en el tarjetón se encontrarán los únicos dos rostros de la presidencia por los próximos cuatro años. No fue por su mérito, fue por nuestra complicidad. Pocos fueron quiénes le apostaron a algo diferente, ahora ya en el altar, ha llegado el momento de casarse con lo peor. 

Sin embargo, no hay marcha atrás y lo hecho ¡hecho está! Es hora de tomar partido, pues la indiferencia que hoy nos condena nos deja un ineludible deber con la patria que consiste en dejar la indiferencia y empezar a ser diferentes. Colombia no es ya una pata rota, es una pata rota. Con sangre caliente y sin cabeza fría, que aunque fórmula del desastre es la circunstancia perfecta para sentirnos vivos. 

Así, aunque más vivos que nunca, recuerdo que la mayor manifestación de la vida se da a pocos instantes antes de la muerte. La política, fenómeno de contradicciones caracterizado por el arte de hacer sentir al esclavo como libre, al miserable como importante y al ignorante como sabio, es también el más cruel de todos los acreedores. Ha llegado el momento de pagar la deuda. 

Se ha encargado la historia de cobrarnos la cobardía, irracionalidad, indiferencia y el silencio. Esconderse nunca será la respuesta correcta, las discusiones hay que darlas y las deudas que pagarlas. Cobarde quién se esconde tras las excusas y aún más deplorable quien, aunque cobarde pretende gobernar un pueblo que sueña con valentía. Es precisamente esta cobardía la que nos aqueja y ultraja, pero no olvidemos nunca que esta patria ama, que la soga atada a sus cuellos no fue por el dolido panorama, sino porque se vendieron ellos. 

Empezaremos a merecer un campo de amapolas y de rosas cuando las sembremos, cuando no sólo votemos por el cambio sino lo seamos. Por ahora, el porvenir es incierto, lo mínimo será pagar nuestras cuentas, porque por el momento, aunque más vivos que nunca, del incendio de la patria no merecemos más que el calor y sus cenizas. 

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