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La investigadora testigo

Por: Juan Felipe Rodríguez Velásquez, estudiante de Ingeniería en la Universidad de Los Andes

Como todas las tardes a eso de las 6:00 pm, me siento despreocupadamente en el sofá de la sala a darle la bienvenida a mi mamá. Llega de trabajar como acostumbra, justo a la misma hora: en sus ojos se pueden percibir las largas horas que le dedicó a la revisión de informes y en sus manos la casi imperceptible sensación de que el teclado del computador les hace falta. Entra en la casa con su aire de trabajadora incansable y su maletín al hombro. Dejo divagar mis pensamientos un momento, estos me hacen sentir una sensación cotidiana, como si esta secuencia de sucesos hubiera ocurrido en incontables ocasiones. Pero no estoy equivocado, la he visto entrar de esta manera desde que tengo memoria, pero antes ocurría frecuentemente una espera que parecía interminable y cuando parecía que no regresaría, ella atravesaba la puerta como si fuera algo que se había prometido lograr, aunque fuera con su último aliento.

Años después entendería, que en efecto era una promesa y no sólo consigo misma, sino con el hecho de regresar de aquellos pueblos lejanos para verme, aunque fuera solo por un fin de semana. Por aquellos días sentía un odio inmenso pero imperceptible hacia aquellos hombres de traje o camuflado, que enviaban a mi mamá lejos de mí, a lugares que ella luego relataría como los más lejanos y peligrosos que mi mente de niño podía imaginar. Para ese tiempo no me interesaba nada más relevante que jugar con mis amigos o disfrutar por un rato mis juguetes. Sin embargo, a medida que fui creciendo las anécdotas de mi madre comenzaron a tener un sentido diferente, ya no eran los lugares peligrosos e inalcanzables que imaginé, sino escenarios reales, con personajes vívidos, que no solo tenían una historia que contar, también hacían parte de algo más transcendental como lo es el conflicto en Colombia.

Resultaba ser que mi mamá fue nombrada en 1994 como investigadora en la Fiscalía General de la Nación. Aún siendo ella una mujer tan sensible, -se le asignó una labor tan contradictoria como lo era realizar levantamientos de cadáveres. No era esta su única función, ella desarrollaba todo tipo de actividades de policía judicial, siendo estas, tomar entrevistas, allanamientos y registros. Ya para esta época ella evidenció las muertes ilegítimas en combate realizadas por miembros del ejército, mal denominadas por los medios como falsos positivos. Colombia vendría a percibir las consecuencias de estos actos atroces hasta el año 2008, donde se determinó que las fuerzas militares abatieron al menos a más de 6000 civiles entre los años 2002 y 2008 presentándolos como bajas en combate. 

Para mí, aún parecían distantes los hechos que las historias de mi mamá relataban, no podía negar su veracidad, pero, aun así, me parecía algo impensable el hecho de que personas que juraron proteger esta nación andarán por ahí cometiendo delitos y saliendo impunes. No tardaría en darme cuenta de que esta realidad era algo que todos compartíamos y se haría evidente con el relato que aun en el presente me sigue poniendo los nervios de punta.

 Transcurría el año 1997, cuando mi mamá estando de turno de disponibilidad, fue llamada junto a su grupo de trabajo para realizar una inspección a 50 cadáveres. Mientras relata la historia,  en ella se puede apreciar lo vívidas que recuerda estas imágenes, por como ella asegura, ser estos los cuerpos con más signos de violencia que ella vería en sus más de 20 años como investigadora. En ellos se lograba ver la terrible tortura a la que fueron sometidos para después ser incinerados. En los medios se comunicaría que estos hechos fueron denunciados ante la Convención Interamericana de Derechos Humanos, donde se determinó que los hechos ocurridos el 22 de julio de 1997, conocidos como la Masacre de Mapiripán, tuvieron como responsables al Ejército Nacional en alianza con las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia). 

Este relato en concreto siempre me deja un sentimiento de desconcierto, rabia e impotencia. En el presente, aún no logro asimilar cómo se les dio a las AUC, el poder para ser jurado, juez y verdugo, de aquellos que según una lista tenían vínculos con la guerrilla, en mi interior aún busco culpables, pero no puedo ocultar el hecho de que, los supuestos defensores de la patria fueron un gran apoyo para llevar a cabo este acto inhumano de sacar de sus hogares a las personas y asumir que por vivir cerca de un frente de las guerrilla eran culpables de todo de los que se les acusaba.

Los años transcurrieron y mi mamá nunca paró de hacer parte de la realidad del país, pasó de ser investigadora en la Fiscalía a hacer parte de la Defensoría del Pueblo donde evidencio la delincuencia común que sigue en auge en las ciudades, al igual que lo mal administrado que está el Estado, siendo que el grupo del cual ella hacía parte brindaba asesoría jurídica, en su mayoría a victimarios en vez de a las víctimas. 

Finalmente, para mis últimos años en el colegio (2016), ocurrió algo que se creía imposible hace 30 años, los ya concluidos acuerdos de paz con las FARC. Como resultado de estos acuerdos se crearon tres nuevas entidades, entre ellas la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz), entidad de la cual mi mamá hace parte hasta el día de hoy, desempeñando su cargo de investigadora. Este cambio le permitió ver el conflicto desde un punto de vista diferente, ya había hecho parte del ente acusador y ahora había empezado una búsqueda por la verdad, reparación, justicia y promesa de no repetición. Al desempeñar sus deberes, muchos de sus relatos comenzaron a traer información adicional, a hechos ocurridos varios años atrás. Mi mamá se exalta al recordar uno de estos como la Toma de Mitú, ocurrida en noviembre de 1998. Ella se encontraba en comisión en aquella localidad, donde para su sorpresa hasta los mismos agentes de policía comentaban que la toma era inminente. Mi mamá conoció a algunos de estos agentes, eran muchachos jóvenes. En vista de esto mi mamá preocupada acudió al comandante de la estación. – “No se preocupe mija, la guerrilla no es bruta, tienen este pueblo como zona de recreo, si se lo toman, se les militariza la zona y los que se joden son ellos”- contestó el comandante de manera burlona y condescendiente. Unos meses después el país sería conmocionado con la noticia del inicio de una de las tomas más sangrientas orquestada por la FARC. Los medios aseguraron que no sobrepasaban los 500 guerrilleros, posteriormente mi mamá se daría cuenta, que en realidad fueron más de 1800 guerrilleros los que se tomaron esa población. Dejando a su paso muertes, secuestros y obligando a las personas a desplazarse. El comandante con el que mi mamá habló no fue el mismo que tuvo que estar presente en la toma, su sucesor fue el que desgraciadamente vivió cada segundo que aquella atrocidad.

Al crecer escuchando estas historias mis pensamientos se desarrollaron en la idea de que mi mamá era la testigo de una línea de tiempo de violencia que llevaba a nuestro país a la desgracia desde tiempos antes que ella y por esta misma razón, siempre me pregunté qué cambios tuvo que afrontar ella por este tan poco envidiable privilegio, ya que para mi siempre fue la madre luchadora y dulce que en definitiva todo el mundo quisiera tener. Ella sin dudarlo respondió a mis pensamientos, al asegurar que su convicción por realizar correctamente su trabajo nunca cambió, y que, a pesar de ver muerte por doquier, e inclusive compañeros de trabajo en la cárcel o en la tumba, ella nunca dejó de luchar por lo que para ella era correcto. Siendo esta respuesta la que me llevaría a concluir que ser testigo de tantas cosas puede obligarte a cambiar, pero finalmente tú eres el que decide.

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