Cadáveres en bolsas de basura: la mente detrás de las masacres

Por: Juan Pablo Leaño Delgado estudiante de la facultad de Derecho. Miembro del Consejo Editorial
Sentado en mi escritorio, luego de un largo y agotador día en la universidad, me dedico a hacer un ensayo que me asignaron en una clase que, en resumen, busca comprender cómo la sociedad afecta la psicología del individuo. Escribo y escribo, pero el caer de la lluvia y el sonido de mi radio transmitiendo las noticias, inevitablemente, roban toda mi atención. Entonces, le subo el volumen al aparato, clavo mi mirada a los árboles gigantes que se pueden ver desde mi ventana y me concentro exclusivamente en las noticias de las seis de la tarde. Escucho cada una de ellas, que en su mayoría son trágicas, como siempre. No hay día que no se presente un caso violento en Bogotá o en toda Colombia. Hoy jueves, por ejemplo, los locutores del noticiero informan un acontecimiento escalofriante y realmente inquietante. Me atrapa en segundos la noticia, pues su contenido parece sacado de una novela policiaca.
<<Y le informamos, estimado oyente, que en la mañana del día hoy, jueves 25 de agosto, se hallaron tres cadáveres envueltos en bolsas de basura y ocultos en una carreta de reciclaje>>, dice el locutor, con una voz grave que hace aún más aterrador lo sucedido. Me sorprende el modus operandi y el poder del homicida: <<Es preciso recordar que, además de los asesinatos dados en la localidad de Kennedy hoy, en lo transcurrido del año, ya han ocurrido dieciocho casos con las mismas atroces modalidades>>, remata el presentador, como si fuera poco. Me pregunto por qué no me había enterado sobre tales hechos; cómo es posible que nadie hable sobre un asunto como ese. ¿Ya tan normalizada y arraigada tenemos la violencia en nuestra cultura para ignorar dieciocho homicidios?
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Habían pasado veintiséis días del año 2022, era sábado y el olor a petricor avisaba que ya caían gotas de lluvia en la ciudad; sin embargo, esto no fue un impedimento para que familias y amigos salieran a pasar el rato. O por lo menos, así fue en la localidad de Teusaquillo, específicamente en el tan querido y visitado Park Way. Caían pocas gotas y, mientras la mañana se iba despidiendo, las personas caminaban hacia cualquier lugar. Parecía que el sol se asomaba tímidamente en el cielo gris y melancólico que caracteriza a Bogotá. Iniciando la tarde, entonces, había una mayor cantidad de personas; un habitante de calle era una de ellas. Un “insignificante” habitante de calle que, caminando y buscando basura para reciclar, halló una escena macabra junto al río Arzobispo.
Una multitud de expectantes, alrededor de la cinta amarilla que se utiliza para advertir la existencia de una escena de crimen, a eso de las tres de la tarde, quedaba asombrada de ver lo que estaba frente a sus ojos: al lado de unos escombros y junto a un caño, en un parque tradicional de la ciudad, las autoridades competentes hallaron una pierna y el tronco de una persona. La lluvia volvió y las calles se tornaron más grises aún. Apenas comenzaba una nueva historia de terror capitalina.
Tuvieron que pasar dos meses para que un asesinato de semejantes dimensiones similares volviera a ocurrir; pero desde ese día, aquel 27 de marzo, las masacres no han parado de darse en Bogotá. En lo que llevamos del año, ya casi diez meses, se han reportado veintitrés casos de cadáveres en bolsas, según las investigaciones de la Policía y la Fiscalía General de la Nación. Cuerpos, en su mayoría, con signos de tortura; hallazgos de extremidades de cuatro cadáveres en bolsas de basura; cuerpos abandonados en las frías calles de la ciudad; y, como si fuera menos, un cadáver encontrado con 161 puñaladas. Aunque los hechos se han dado en distintas localidades (como Suba, Teusaquillo y Bosa), Kennedy ha sido el lugar donde se han presentado la mayoría de las masacres. Por lo tanto, dicha localidad ha sido investigada por la Fiscalía y la Policía; y también, sorprendentemente, por la Interpol, la más importante organización de policía internacional.
Las primeras investigaciones de la Fiscalía y la Policía poco fueron divulgadas. Las dos entidades, por razones de confidencialidad, solo comunicaban que la causa de los asesinatos era “un ajuste de cuentas” entre bandas de microtráfico. Había temor e incertidumbre, también desinformación y confusión; y es que si la Interpol estaba involucrada es porque algo grave estaba pasando.
Realmente, los asesinatos se estaban dando –más que por “un ajuste de cuentas”– por la disputa del territorio de la localidad de Kennedy; sobre todo, por la red de microtráfico que existe allí y en demás localidades. La banda de Los Camilos, un grupo criminal, manejaba el narcotráfico de los barrios más grandes de la ciudad, pero la dicha les llegó hasta que los capturaron en 2021. Ahora bien, como es costumbre en Colombia, ya se sabe que cuando cae una banda de narcotráfico, semanas después, nace otra con mayor poder. Y sí, las más temidas, crueles y violentas bandas no iban a desaprovechar la oportunidad de llenar el vacío que dejaron Los Camilos. Pero solo una pudo sembrar el temor y cometer los actos más inhumanos.
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Contando con aproximadamente cuatro mil hombres activos en la banda y múltiples escalofriantes asesinatos cometidos, el Tren de Aragua, un grupo criminal que tiene presencia en tres países de la región, de origen venezolano, se ha convertido en la organización de narcotráfico más temida de Latinoamérica.
<<En la región de Aragua, Venezuela, un grupo criminal empezó a extorsionar a los empleados y constructores del tren en el tramo que justamente cruzaba la región de Aragua. De ahí nace su nombre, el Tren de Aragua>>, leí en la Revista Cambio, cuando quise indagar sobre el temido grupo. El Tren de Aragua, sí, ha sido dominante desde el punto de vista del narcotráfico, sin embargo también tiene fama de extorsionar y asesinar, después de torturar y grabar los hechos para enviárselos a las familias de las víctimas. La banda empezó con la extorsión y poco a poco fue consolidándose en el mercado de estupefacientes; primero en Venezuela, su lugar de origen, y luego en otros países vecinos: Brasil, Ecuador, Perú y, el más afectado, Colombia. Su despliegue regional la convirtió en una banda transnacional buscada por las autoridades de distintos países. Incluso, hay quienes dicen que esta es la organización criminal más poderosa del continente a día de hoy.
A Colombia llegaron entre el 2020 y 2021, mientras la frontera estaba cerrada. El aumento de la producción de cocaína en el país y el desarme de varios grupos narcotraficantes, como Los Camilos, motivaron al Tren de Aragua a invadir los barrios de la grisácea Bogotá. Esta banda transnacional es uno de los tres grupos involucrados, según la Alcaldía, en los casos de los cadáveres en bolsas de basura. Por eso casi todas las víctimas eran migrantes, en su mayoría de Venezuela; pero como Colombia es sinónimo de narcotráfico, la guerra entre bandas se tiene que dar aquí.
Sin duda, el Tren de Aragua ha sido el grupo que ha reinado y sembrado temor en varias ciudades, sea por su maleza y su poco pudor. Los homicidios han sido estremecedores, pues los criminales han hecho lo posible para llamar la atención, todo con el fin de dar un mensaje de miedo y superioridad. No obstante, sorprende aún más cómo, dónde y quiénes dirigen los planes de la banda. Este grupo criminal es una caja de sorpresas…
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El Tren de Aragua, cuando apenas era un grupo que extorsionaba y solo operaba en Venezuela, recibió, en el 2012, un golpe por parte de las autoridades: sus cabecillas máximas habían sido capturadas. Uno de los hombres arrestados, tal vez el más celebrado, fue Héctor Rutherford, alias el Niño Guerrero, un tipo de cejas pobladas, pelo al ras y varias cicatrices en la frente. Un sujeto que se estrenó en el mundo del crimen matando a un policía a los veinte años. Hoy en día ya tiene cuarenta, pero al parecer los años no le han funcionado para recapacitar; en el 2016, para ilustrar, se fugó del centro penitenciario Tocorón. Desafortunadamente, lo volvieron a capturar. Digo desafortunadamente porque desde que reingresó a la cárcel, con una pena de diecisiete años por doce delitos, el Tren de Aragua alcanzó un poder inverosímil.
El Niño Guerrero y los suyos decidieron no estresarse más, así que optaron por utilizar la cárcel Tocorón como la guarida secreta del Tren de Aragua. Desde el centro penal se organizan las extorsiones; los asesinatos, que normalmente van detrás de una tortura brutal; la cruel manera de dejar los cadáveres en bolsas de basura; y la logística de trata de personas y venta ilícita de narcóticos a una decena de países de América. Con todo, eso no es lo más impactante. El Niño Guerrero decidió añadirle una pizca de extravagancia a su carrera criminal. Un campo de softball, una enorme piscina, un banco, un zoológico y, cómo no, un bar fueron construidos en Tocorón. Claramente, las fiestas son con todos los juguetes. Y como es un lujo vivir en dicha cárcel, gracias al Niño Guerrero, se cobra un arriendo a los presos por residir en el lugar. Hasta la comida se controla. ¿No le recuerda este personaje a alguien en particular?
Es obvio que El Niño Guerrero ha querido imitar las acciones de Pablo Escobar. Y vaya que lo ha conseguido. Su poder y el temor que ha causado son la prueba de que estamos ante un personaje radical y supremo. A un tipo que maneja a cuatro mil hombres desde una cárcel hay que tenerle miedo. La ciudadanía pareciera no estar informada sobre tan temible grupo de delincuentes; o tal vez solo está ignorando su existencia, ya que cosas como estas ocurren cada día en nuestro país. En Colombia es normal que una banda trasnacional, situada en una cárcel en Venezuela, dirija asesinatos, extorsiones y trafique drogas en nuestro territorio.
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Por suerte, ya se han presentado varias capturas en las últimas semanas. Pareciera que el sol volviera a salir en la ciudad; se asoma poco a poco. Con doce mil trescientas dosis de bazuco, tres mil de marihuana y 123 de coca, capturaron a diecinueve integrantes del Tren de Aragua (cuyas identidades se mantienen bajo reserva). Esto ha ayudado a esclarecer los hechos. El 17 de septiembre, por ejemplo, se capturaron a diez integrantes de Los Maracuchos, una banda que mantiene un vínculo de subordinación con el Tren de Aragua, que tiene tanto miembros colombianos como venezolanos y trafica hasta más no poder. Este es el segundo grupo involucrado en los asesinatos a hombres dejados en bolsas. Asimismo, se habla de una tercera banda implicada, pero de esta, en palabras de la Fiscalía, “su información se encuentra reservada”.
A falta de algo más impactante, el pasado 12 de octubre, se dio el más reciente golpe al Tren de Aragua: <<El policía Víctor Manuel Flechas, comandante de un CAI en Kennedy, fue capturado por ser cómplice del Tren de Aragua. Los recién capturados de la mencionada banda fueron los que lo delataron. Recibía hasta un millón de pesos mensuales por darle información al grupo criminal>>, escuché en las noticias de la mañana. Comprando policías, al mejor estilo de Pablo Escobar.
Se puede festejar que se han llevado a cabo varios golpes, sin embargo el Tren de Aragua es mucho más grande que diecinueve detenciones. Este grupo no ha muerto; al contrario, está protegido en la cárcel Tocorón, la guarida donde nadie los toca. Además, todo indica que la guerra entre bandas ahora se está dando en los centros penitenciarios de Bogotá. Al parecer, no hay autoridad que sea capaz de parar tan terrorífica fuente de criminalidad.
Por otro lado, la resolución jurídica de los procesos de los individuos capturados en Bogotá será larga y compleja, ya que víctimas y victimarios, en su mayoría, son migrantes, y están imputados por cargos graves (delitos por homicidio, tortura, extorsión y tráfico de personas y estupefacientes, etc.). Para rematar, el aspecto político tendrá protagonismo en el desarrollo de los casos, puesto que, en nuestros días, se habla de la legalización del consumo de la marihuana recreativa, lo cual cambiaría el rumbo de lo que está sucediendo. También tendrá que ver la relación diplomática entre Colombia y Venezuela. En fin, todo indica que esta historia, que se extiende por distintos contextos, como los brazos de un pulpo, hasta apenas está empezando.
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