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Aceituna: el triste arte de querer a medias

Por: Isabella Arrubla, estudiante de sexto semestre de derecho y psicología. Miembro del Consejo Editorial del periódico Al Derecho.

Son tantas las veces que me he preguntado y tan pocas las ocasiones en que he encontrado la respuesta. Tantas las veces en que intento entender por qué un ser humano querría que lo quieran menos de lo que realmente lo podrían hacer. Curioso, indescifrable, increíble en el sentido más literal de la palabra. ¿A quién le cabe en la cabeza? O más bien ¿a quién posiblemente le podría hacer bien el amor pequeño? Ese que huele a cajón empolvado, a trapo humedecido, a cariño embadurnado de mediocridad. No lo entiendo. ¿Por qué el ser humano parece que anhela el desprecio y la indiferencia? ¿Por qué pareciera que le es atractivo el que lo quieran menos? ¿Por qué hemos interiorizado ese ridículo discurso de no demostrar todo lo que queremos a alguien por el miedo a que nuestra forma de hacerlo lo abrume?

Han sido muchas las veces en que inútilmente ideo una forma de arrugar a la fuerza ese curioso órgano en mi pecho que dice llamarse Corazón; para ver si así cabe en las pequeñísimas formas de querer de los demás. Por eso hoy he decidido escribir. A ver si las palabras amansan las arrugas y la escritura me devuelve la cordura. 

En ocasiones pienso que es la misma complejidad humana la que hace que las personas se comporten de una manera extraña. Mi mente repite lo que escucha en las calles: “que nadie tiene la culpa de cómo estamos configurados” o peor aún “que querer tanto espanta”. Frases como estas zumban en mi cabeza, taladran mi consciencia. Se impregnan en mi cuerpo y me hipnotizan con esa ridícula idea de que no es “natural” ni “apropiado” querer con tanta intensidad. Que va en contravía de la manera biológica en que los seres humanos se relacionan entre ellos en donde tienen que presentarse como seres deseables, dignos de que les ruegen y en donde nunca, nunca, pueden mostrarse como verdaderamente son. Como verdaderamente sienten.  

Pero luego viene un momento de lucidez que, afortunadamente, contradice todo lo que acabo de decir. Una voz, o más bien, una corazonada, que me recuerda que la ignorancia es incluso capaz de echarle la culpa a la “naturaleza humana” para justificar sus ridiculeces. Pues bien, creo que este es uno de aquellos tantos casos.

Me parece triste, desgarradoramente triste, que la sociedad nos haya acostumbrado a que, primero, nos quieran poco y segundo, que los que amamos de verdad y con tal intensidad, debamos sentirnos arrepentidos de ello. ¿Quién dijo que los sentimientos se crearon para reprimirlos? ¿Para espicharlos y encajarlos en moldes y cuadrículas? ¿No es acaso más natural entender que lo que sentimos y la intensidad en que lo hacemos es sencillamente incontrolable? Me siento identificada con una frase que escuché hace unos años y me quedó grabada en la memoria: “No me gusta eso de querer a ratos. Eso se lo dejo a quienes les gusta sentir a medias”. Y aunque es fácil decirlo, parece que el sistema que nos rodea lo hace un tanto más complejo; y no porque no sea posible, sino porque parece que todos quieren que los quieran a ratos … 

A lo largo de la vida, crecemos con la idea de que sí es posible un amor puro, sincero. Uno en donde amar no es complicado, donde es posible expresar cada sentimiento con libertad y cada emoción como si ello no fuese un tabú. ¿Influencia de películas? ¿El ejemplo de nuestra propia familia? No sé de dónde viene aquella idea, pero existe. El problema aparece cuando abres los ojos y la realidad se proyecta como una luz enceguecedora. Y no me refiero a esas luces magníficas que le dan brillo a la vida, sino de aquellas que por su exceso, no dejan sino cansancio y mareo. Como cuando sales de una habitación oscura hacia el exterior o como cuando alguien te abre las cortinas del cuarto en la mañana y un sol radiante saluda desde lo alto. Cuerpo y mente se esfuerzan por entender lo que está sucediendo, muchas veces sin un resultado exitoso. Pero qué más da. A veces la vida no da tiempo para entender(nos). 

Seguida a esa reacción de confusión en donde creo tener la razón pero parece que soy la única que piensa de dicha manera, procede la incertidumbre ¿Y ahora qué se supone que haga con este costalado de sentimientos que nadie quiere recibir? Me pregunto con frecuencia ¿A quién se los regalo? ¿Qué dimensiones debe tener un clóset para que quepan todos y cada uno de ellos? Años han pasado y todavía es la hora en que no encuentro la respuesta, o al menos no una que vaya en sintonía con la personalidad con la que nací y los valores con los que crecí. 

Y debo admitirlo, en un primer momento esa incertidumbre solo lleva el adjetivo de curiosa. Hace que las dudas germinen y que la reflexión personal se potencie. Pero dejémonos de tonterías. La incertidumbre, tarde o temprano, merma en un sabor casi tan desagradable como el de una aceituna. O bueno, si son de ese extraño grupo de la población a quienes les gustan las aceitunas, imagínense entonces ese alimento que les repugna y les produce náuseas; porque así me sabe la incertidumbre; sabor amargo, sabor aceituna . La incertidumbre te desvela y produce una que otra gota de agua salada; esas que resbalan por las mejillas de tanto en cuando. La incertidumbre te hace pensar sobre quién eres y quién quieres ser. Te hace dudar sobre si está mal querer con tantas ganas y sobre si existe alguna manera biológica o emocional para dejar de hacerlo con esas fuerzas viscerales. Y es ahí, después de uno que otro suspiro perdido, donde llega otra vez la señora Lucidez y me susurra al oído que no soy yo. Que nací en un planeta en donde la gente tiene miedo a quererse pero que no por eso tengo yo que dejar de hacerlo. Que vivo en un mundo en donde la gente le teme a mirarse a los ojos y perderse en la profundidad de quien tiene enfrente. Me susurra también que el miedo solo nos hace pequeños y que marchita el corazón. Por eso he decidido seguir queriendo mucho, sin importar los obstáculos sabor aceituna que se me crucen por el camino. 

2 comentarios sobre “Aceituna: el triste arte de querer a medias Deja un comentario

  1. Isabela cómo siempre me sorprendes, me encanta la sinceridad con la que transmites ,cómo escribes, cómo analizas y como nos llevas de la mano a una importante tarea, querernos completo.
    Que delicia leerte.

    Me gusta

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