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Carnaval de Barranquilla en decadencia: una reflexión acerca de la pérdida de la identidad cultural colombiana

Por: Catalina Pérez, estudiante de Derecho en la Universidad de Los Andes y miembro del Consejo Editorial

Al Carnaval de Barranquilla 2023 le llovió un sinnúmero de críticas por la precaria organización que opacó a los artistas locales y puso el foco en los influencers. En eventos emblemáticos de las fiestas carnestolendas, como la Guacherna o la Batalla de Flores, predominó el desfile de influencers promocionando marcas en vez de las comparsas de baile tradicionales. Este panorama es la manifestación de la decadente identidad cultural colombiana frente al auge de una cultura de consumo que cada día nos aleja más de nuestras raíces.

Actualmente, en el Carnaval de Barranquilla predominan géneros musicales como la champeta y el reggaetón, dejando a un lado ritmos tradicionales como la cumbia, el porro o el bullerengue. Son muchos los críticos que lamentan la difusión de la música banal y extranjera, distante de nuestras canciones autóctonas, cargadas estas de profundas narrativas, humor y críticas sociales. No obstante, debemos tener en cuenta que las mutaciones de las fiestas son un reflejo de las dinámicas de la sociedad en la que se desarrollan,1 por lo que es poco viable preservar nuestra cultura únicamente por medio de festividades anuales, si a diario preferimos escuchar a Bad Bunny frente a los Gaiteros de San Jacinto.

La realidad es que mi generación ha crecido en un mundo globalizado, donde la cultura ya no conoce fronteras y la música se ha consolidado como una industria internacional. La interconexión digital entre países, a pesar de todas sus bondades, ha tenido implicaciones negativas en la identidad cultural de cada territorio. Hemos importado música extranjera que se ha inmiscuido en nuestras playlists, olvidándonos de la plétora de géneros musicales que Colombia tiene para ofrecer. ¿Será que algún día los jóvenes le daremos una segunda oportunidad a los ritmos tradicionales que solemos tachar de monótonos y anticuados?

Volviendo a las fiestas barranquilleras, cabe mencionar que sus orígenes datan del siglo XIX y representan la convergencia de tradiciones españolas, indígenas, africanas y criollas, conformando una celebración que reafirma la multiculturalidad colombiana. Originalmente, el Carnaval generaba un gran sentido de pertenencia en todos los sectores sociales, donde tradiciones populares, como las verbenas y las casetas, eran la norma en los entornos barriales. Sin embargo, desde su reconocimiento por la Unesco como Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad en el 2003, estas festividades populares comenzaron a ser estigmatizadas en el contexto de la privatización del Carnaval con el objetivo de convertirlo en un producto de consumo masivo para turistas.2

Hoy en día el Carnaval dirige toda su atención a los eventos y desfiles a gran escala, que son reconocidos a nivel mundial por su riqueza cultural y la alegría que desbordan, pero decir que la edición 2023 se quedó corta no es una mentira. La pésima logística definió a este Carnaval como uno en el que se le dio prelación al ámbito comercial frente al patrimonial. Los desfiles se prolongaron por el “nuevo espectáculo” de las empresas e influencers, relegando a los bailarines folclóricos a palcos vacíos y a un público inexistente debido a las demoras en las salidas.3 En cuanto a críticas de fondo, hubo quienes señalaron al Carnaval de apolítico, puesto que en su esencia se encuentra el pueblo parodiando al poder, pero lo que demostró esta edición fue un Carnaval manso, que responde a los intereses de las élites políticas y económicas.4

En un video que se hizo viral en Twitter, un hacedor del carnaval mostraba la Vía 40 desolada por la noche mientras desfilaban los bailarines de la Gran Parada de Tradición: “Danzas patrimoniales como la danza del garabato, la danza del Congo, el mapalé, las cumbias, y todo lo que viene detrás de nosotros, ¿quién los aplaude? Porque el aplauso es el mejor pago de los artistas”.5 Este es un llamado a apoyar a los artistas folclóricos, a valorar nuestra identidad cultural, a no perder las tradiciones ni caer en la homogeneidad característica del contexto globalizado en el que vivimos. Sé que es difícil quitarle un poco de protagonismo a nuestras canciones favoritas de Taylor Swift o de cualquier otro cantante extranjero que tanto nos gusta, pero como colombianos, tenemos el deber moral de informarnos acerca de nuestra cultura, nuestras raíces. No saber de dónde venimos es un malestar en una sociedad tan compleja como la nuestra. Conocer nuestro pasado es la clave para enderezar el errático rumbo que hemos tomado y determinar, con certeza, hacia dónde queremos dirigirnos.

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