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El temor a ser finitos 

Por: Paula Sofía Romero Gómez estudiante de tercer semestre de la facultad de derecho. Miembro del Consejo editorialsección cultura.

La gran imaginación de los seres humanos es sin duda una de las características que nos define y nos diferencian como especie, capaces de crear construcciones sociales basadas en órdenes políticos, económicos, y religiosos. En relación a la última, varias preguntas vienen a mi mente, siendo la principal la función que cumple en la actualidad estas creencias, ya sean sobre Dios o cualquier otra divinidad, puesto que, en la actualidad gran parte de las diferentes divinidades que profesan las religiones están dejando de ser una fuente segura de conocimiento, para convertirse  paulatinamente en un anhelo y un arma para combatir los miedos más profundos del hombre, siendo el más palpitante la muerte. Como lo indica Ulloa Rübke, G en su libro Religión y Cultura, “Se sabe que a lo largo de toda la historia de la humanidad son más las voces que, a pesar del horror al vacío que produce la consideración de la muerte, se han resistido a ver en la muerte un fin, un término definitivo” (Ulloa, 1994). 

Cada persona tiene sus propias razones, algunas aluden al amor, otras a la cultura y costumbres, pero dentro de los más comunes está el temor a dejar de existir, de morir y que simplemente cuando tu corazón deje de latir solo quede tu cuerpo sin ningún tipo de valor, para después convertirse en polvo y ser olvidado. Sin duda, una de las utilidades que cumplen muchas de las religiones actualmente profesadas, como ya mencione con anterioridad, se origina por la negación y miedo de ser una especie finita e insignificante en un universo infinito. 

Los seres humanos tendemos a creernos más importantes de lo que somos, solo pensemos en la inmensidad del universo, la vía láctea mide alrededor de 100.000 años luz de diámetro, el universo se cree que alcanza los 93 mil millones de años luz. Podría decirse que somos para lo que simboliza al universo, lo que para nosotros lo son las células de una hormiga, e incluso podemos llegar a ser menos que eso. Pensar en esto y en sus implicaciones puede llegar a dar temor, puesto que en nuestra mente empiezan a generarse preguntas sobre todo lo que no sabemos, lo que puede haber fuera de nuestro planeta y nuestro conocimiento, las posibles formas de vida  que pueden existir en otros lugares. Este mar de nuevas posibilidades y realidades pueden llegar a paralizarnos como sociedad por el hecho de que existen muchas cosas que no podemos controlar, y ante estos miedos entra para salvarnos las creencia y religiones, al empoderarnos como especie y hacernos sentir que no estamos solos en esta gran y oscura  inmensidad. 

Teniendo en cuenta esta inmensidad del universo y las pocas respuestas que tenemos de él, al menos tenemos la esperanza de tener el control de lo que sucede en nuestro cuerpo, incluso después de la muerte. Aquí entran al juego las religiones, como salvación y escudo contra los miedos  de los seres humanos, siendo su función de representar una seguridad ante una situación que no puede controlar el hombre. 

Cada una de las religiones plantea una solución a este problema, en la religión católica las personas que fueron buenas en su vida sus almas irán al cielo y paraíso con Dios, según Daniel 12:2 RVR1960 dice: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, una para la vida eterna, y otros para la vergüenza y confusión perpetua”. Por otra parte, el Budismo afirma el renacimiento o reencarnación, la cual consiste en que todas las cualidades de un individuo provienen de su vida pasada y seguirán formando en sus vidas futuras dependiendo de sus acciones, estas mismas determinando la forma en la que renacerá el individuo, la cual puede ser animal, como humano, como insecto, como fantasma u otros estados indivisibles. Por otro lado, la religión judía ve la muerte como algo inevitable y como una separación natural entre lo material y lo espiritual una vez que se ha cumplido la misión que Dios le encomendó al individuo. Sin embargo, muchas veces esta misión no se logra en una vida, por tanto se admite que existe la reencarnación y que cuando finalmente se cumpla la determinada misión, se morirá y se irá con Dios. De esta manera la muerte se ve reflejada como el final del sufrimiento que se puede temer en la vida. 

Lo que intento llegar con esto es que, gran parte de las creencias más conocidas y profesadas en la actualidad, uno de sus objetivos es brindar tranquilidad a los seres humanos respecto a lo único que este no puede evitar, lo cual es la muerte. Como lo indica Frankl, V. en su libro La Presencia Ignorada de Dios: Psicoterapia y Religión, “El fin de la religión consiste en la salud del alma. Produce efectos psico higiénicos e incluso psicoterapéuticos, al originar en el hombre un sentimiento de alivio y anclarse en algo que no ha podido hallar en otra parte, a saber, en la trascendencia, en el Absoluto” (Frankl, 1988). 

No estoy intentando criticar a las religiones, ni las personas que creen en ellas, lo que quiero expresar en este texto es la negación del hombre en pensar que somos una especie finita, el temor que le tenemos a estar solos en la vida, y mucho más en lo que nos espera después de la muerte, o simplemente contemplar la posibilidad de dejar de existir y que nuestra presencia para el universo sea tan irrelevante que no importe nuestra ausencia. Como lo indica Muriá Vila en La Concepción Religiosa de la Muerte “Las tradiciones religiosas utilizan estratégicamente a la muerte para conducir a un conocimiento-sentir que es paz y gozo precisamente porque asumen la muerte lúcidamente y sin paliativos. Así pues, las religiones no ahorran a los hombres enfrentarse con la muerte, por el contrario, afrontarla en toda su irremediable verdad es el comienzo de la sabiduría” (Muriá, 2000). 

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