Verdades incómodas sobre las elecciones del CEU, los candidatos y la Facultad

Las elecciones a cualquier cargo público suelen ir acompañadas de muchos cuestionamientos, varios de ellos alrededor de la idoneidad de los candidatos y su verdadero interés de llegar al cargo de representación. Los cuestionamientos, en esta ocasión, son dirigidos a las elecciones por la representación ante el Consejo Estudiantil Uniandino -CEU- y las cinco candidaturas de la Facultad de Derecho.
Por: Alejandro Nieto Hernández, estudiante de sexto semestre de Derecho. da.nieto@uniandes.edu.co
Después de la caótica tormenta que suscitaron los hechos de las pasadas elecciones al CEU, en este final de año ya se han conocido las nuevas caras que pretenden competir por un puesto en el organismo colegiado que representa a los estudiantes ante los altos estrados administrativos de la Universidad. Cuatro fórmulas y un candidato en solitario son las opciones que nos dan a los estudiantes para elegir; unos proponen evaluar las cargas académicas y hablar sobre las «incómodas verdades», otro propone concursos como opción para graduarse, otros proponen soluciones ambientales y campañas en pro de la salud mental y el estrés, al paso de que otros una «simplificación, transparencia y comunicación de los procesos que deben realizar los estudiantes durante su carrera», entre otras propuestas que no dejan de estar propensas al debate (Datos tomados de Al Derecho).
Como el ámbito político se nutre de la crítica —y no se distorsiona como muchos asumen— es imperante proponer algunos puntos para reflexionar. El primero, ¿En realidad se propone una campaña basada en las ideas o, más bien, en los amigasgos? Unos votan por propuestas, otros por pertenecer a algo, la pretensión de la pertenencia es tan vieja como la política, la afinidad ideológica está sesgada por un estatus social. Unos votan por el amigo, otros votan por apoyar al que no es el amigo, sino al que se desea como amigo. Por interés, por conveniencia, por pertenencia.
«Prometer bajar la carga académica es aceptar la frivolidad, la facilidad y la simpleza. ¡No más propuestas vagas carentes de sentido!»
El segundo, ¿en realidad hay verdades incómodas? Pero no las verdades sobre las palomas, sobre las frivolidades de clase o las angustias ante la incomodidad, sino las verdades que asustan: ¿está realmente bien planteado el Colegio de Monitores?, ¿funciona correctamente la elección de estos en las clases?, ¿debe cambiarse el régimen? Ninguno de los candidatos ha hablado de esos problemas, ni de las posiciones de poder, de canje ni de estatus que implica una monitoría, muchas basadas en las amistades falsas con los profesores, en términos más crudos: en la lagartería.
¿En realidad la Facultad es consistente con los valores que predica? ¿En realidad existen mecanismos de participación efectivos? ¿En realidad los representantes emergen desde la base de los estudiantes? O, por el contrario, los candidatos son siempre de los mismos nichos, de los amigos de amigos y los que más hablan con los profesores o más monitorías tienen. Una Facultad de Derecho en donde no se respeta el Reglamento Interno de los Estudiantes de Pregrado, donde los estudiantes se toman atribuciones que no les corresponden y los profesores actúan de forma arbitraria. Esas son las verdades que faltan por decir y que ningún candidato es capaz de expresar, por miedo a la crítica, a la censura social, al qué dirán o a perder unas elecciones.
El tercer punto, y no menos importante, ¿en realidad nos podemos detener en discusiones tan ambiguas, basadas en el deseo? Es que acaso nadie se pregunta si en realidad a un candidato lo mueve el interés por colaborar o el interés por figurar, por el reconocimiento o por el poder. No nos hemos detenido a dejar ese sesgo múltiple que estriba en «las campañas de ideas» o en el absurdo argumento de la «ética», que dejó de tener valor cuando los políticos se escudaron en un argumento que se presupone, a uno explícito, para tapar la corrupción reinante. Reflexionar implica también cuestionarse por el deseo, pensar en él y partir de su base. El deseo define mucho más las contiendas políticas que cualquier cosa, y estoy seguro de que nadie se ha planteado la pregunta: ¿qué desea mi candidato, por qué lo desea y para qué lo desea? En general, la contienda se vuelve miope.
«¿En realidad hay verdades incómodas? Pero no las verdades sobre las palomas, sobre las frivolidades de clase o las angustias ante la incomodidad, sino las verdades que asustan»
El cuarto, sin duda, es pensar que el cambio no emerge de un nicho social, sino que emerge de las bases. Una reforma académica y la pretensión de proponer oro es cambiar nada. Es dejar sin efectos a lo que, precisamente, carece de efecto. Una campaña debe ser consiente del entorno de donde emerge y no debe patrocinar ideales que van en contra de la ética que tanto pregonan. Todo el mundo sabe que la carga académica en derecho no es equivalente a la de otras carreras y que conseguir un promedio alto es posible la mayoría de las veces. Apoyar la ética de forma abierta implica una serie de valores, y uno de ellos es la responsabilidad y la lealtad.
Prometer bajar la carga académica es aceptar la frivolidad, la facilidad y la simpleza. ¡No más propuestas vagas carentes de sentido! Un debate político no debe tener «altura», debe tener consistencia y ella deviene cuando se tiene claro el significado de las palabras.
Hay verdades difíciles de procesar, como lo afirma una campaña, y en lo que a estas elecciones respecta, a mi juicio, tales verdades se resumen en:
(i) votamos por pertenecer, no por ideas; los candidatos son los mismos, solo que de una generación más reciente; ten más amigos y tendrás un puesto en la política asegurado;
(ii) nunca nos detenemos a pensar en el deseo, ni desarrollamos un nivel de empatía suficiente como para saber que, la mayoría de veces, a los candidatos no los mueve un sentimiento altruista, sino prejuicioso y egoísta, y eso no está mal, es una cuestión de grado y de conciencia;
(iii) seamos plenamente capaces de saber el significado de las palabras y de descubrir la consistencia de las propuestas y de los argumentos;
(iv) pensemos en los que no tienen voz, en los que no tienen el nicho, o los que no pertenecen a nada;
y (v) votemos bien, siendo consientes de esas verdades, que muchos temen decir, y que no estriban en una incomodidad física, sino abstracta y de conjunto.
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