Elogio a la incredulidad


Antes de que Colombia se hubiese apasionado por bien nacional alguno, jugó su corazón al azar y se lo ganó la violencia. Dicho flagelo estuvo presente desde los orígenes de nuestra república y, durante el siglo pasado, aquella “fuerza que gobierna y transforma la historia humana” (Garzón, 2020, p. 98) adquirió la forma revolucionaria. Para muchos la revolución significó una consecuencia necesaria de la contribución o, al menos, indolencia gubernamental frente a condiciones estructurales de marginación, vejamen y violencia institucional. De ahí que, no en vano, la teoría de las causas objetivas del conflicto armado haya tenido acogida en Colombia.
Iván Garzón, becario para estancias posdoctorales en la Universidad Complutense de Madrid, doctor en ciencias políticas e investigador visitante de instituciones como Missouri State University yGeorgetown, analiza tales ideas y, especialmente, la segunda mitad del turbulento siglo pasado partiendo de las perspectivas de tres actores: los rebeldes, es decir, quienes empuñaron las armas o las plumas de manera incendiaria buscando que la violencia los hiciera libres; los románticos, quienes desde la academia y la religión justificaron e idealizaron el recurso a la violencia y, finalmente; los profetas, algunos incrédulos que, careciendo de fe en la causa armada, vaticinaron lo que hoy por hoy es – para el autor y para muchos – indubitable: el estrepitoso fracaso de la revolución guerrillera colombiana.
Dicho fracaso es evidenciado por Garzón, principalmente, en lo que respecta al ELN, al tiempo que hace breves referencias a otros grupos que intentaron tomar el cielo por las armas y establecer la Civitate Dei en el mundo material, bienintencionados tal vez, pero de modo equivocado.
Siguiendo esta línea, el profesor de La Sabana discute acerca del grado de responsabilidad atribuible a la academia, a la iglesia y a políticos en relación con la violencia desde el punto de vista intelectual (no de la responsabilidad individual o de la culpabilidad jurídica), lo cual no le impide comentar las vidas de rebeldes, románticos y profetas (algunos martirizados) contrastándolas de cara a la historia y a la teoría política.
La alusión de Garzón a la responsabilidad es fundamental, pues llama la atención sobre algo por poco olvidado: solo quien tiene la posibilidad de elegir puede ser responsabilizado, por lo que al inquirir en la responsabilidad se desmonta el halo de fatalidad que circunda los mitos de personajes como Camilo Torres. Todos pudieron elegir, no existe acorralamiento que someta la voluntad y obligue a tomar las armas, hay opción incluso en las circunstancias más adversas (Frankl tendría mucho que decir al respecto). En una palabra, Iván Garzón nos devuelve el alivio de saber que la violencia no es una desembocadura inexorable.
Este libro estudia con una visión aterrizada la tragedia de una violencia evitable que domesticó los fines a los que apuntaba, aborda críticamente el rol del discurso religioso e ideológico que ensalzó irse al monte como máximo acto de caridad cristiana y mira en retrospectiva la época en la que la “radicalización y la intransigencia se alimentaron mutuamente”, mientras minorías armadas se beatificaban por encima de las mayorías (Garzón, 2020, pp. 100 y 108).
Sin embargo, la obra no se queda en el doloroso pasado inerte. Antes bien, goza de vigencia en un país donde los odios heredados (Bushnell, 2004, p. 250) amenazan con estallar violentamente aún mucho después de superado el bipartidismo, auspiciados por los discursos que mezclan utopía y odio negativo hacia la sociedad existente (Garzón, 2020, p. 119 trayendo a Hobsbawm) sin un programa constructivo, claro y realizable.
Ojalá el libro de Garzón contribuya desembelesar la ruta de quienes hicieron un pacto de sangre con el diablo (Garzón trayendo a Weber, 2020, p. 24) creyendo haber hallado El Camino para la justicia social y la paz. Ojalá sirva para que muchos dejen de honrar a ultranza la ética de la convicción revolucionaria y asuman la de la responsabilidad, atreviéndose a reconocer el fracaso altisonante de aquella vía, tocar fondo y volver a empezar, esta vez, para construir en paz. Este es un elogio a la incredulidad en la violencia.
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