De circos, payasos y Consejos de Juventud

Por: José María Silva Absuaid, estudiante de Derecho de la Universidad de los Andes.
Hoy, 5 de diciembre de 2021, Colombia entera será testigo de un gran circo cuyos refinados payasos serán los candidatos a los Consejos de Juventud. Este pueril juego de roles, devuelto a la vida por la ley estatutaria 1885 de 2018 y propuesto en la ley 1622 de 2013, es celebrado por una mayoría abrumadora de jóvenes quienes, sin saberlo, son apenas peones en el tablero rumbo a las elecciones del año 2022.
Sobre las funciones de los Consejos, cito: “son mecanismos autónomos de participación, concertación, vigilancia y control de la gestión pública”. ¿Acaso no podía ser inventada una figura aún más absurda? ¿Acaso el problema con la falta de transparencia y control en la gestión pública es consecuencia de la ausencia de jóvenes inexpertos reunidos a través de la figura burocrática del Consejo de Juventud? ¿Acaso creen que la juventud es un presupuesto político hecho para ceder a las falsas promesas del poder que representan estos Consejos? ¿Acaso nos creen a todos idiotas?
Si bien muchos jóvenes han incursionado en esta patética dinámica y caído en esta anunciada trampa electoral, todavía hay esperanza en aquellos que se mantiene atentos a las circunstancias. La potencial efectividad política en materia de vigilancia y control de la gestión pública es en extremo precaria. Sólo un ingenuo creería que una agrupación inexperta de jóvenes sortearía con pericia las mentiras de políticos experimentados, y sobra decir que una persona aún más ingenua creería en poder salvar el país con los insignificantes 20 votos de su colegio y amigos.
Esta nueva generación colombiana se queja sin descanso sobre la mediocridad de los candidatos en la política del país, de la manera en que se compran los votos, de las dinámicas electorales en las cuales la mermelada y la maquinaria puede socavar cualquier democracia; pero nunca se imaginaron que en estos Consejos de Juventud se halla una personificación tan fidedigna del propio sistema electoral colombiano. Varios de los candidatos a los Consejos dejan mucho que desear: sus campañas sin un fundamento real en materia de cambio, campañas pobres alimentadas por los bolsillos de sus padres, movimientos sin ideología real consolidad, una contienda política que es más parecida a un chiste que a una democracia, y aquello se ve reflejada en la exaltación continua y generalizada del “poder renovador de la juventud” sin pensar en por qué o el para qué de su actuar político. Además, esta realidad se acentúa, sobre todo, cuando somos testigos de que son aquellos con la “maquinaria” suficiente para agendar reuniones banales, impresionar en redes sociales e imprimir sacos y manillas, los mismos individuos que se aprovechan de una condición de privilegio para opacar a cuanto movimiento honesto, humilde y sincero hay en el país.
De esta manera, sin una ideología consolidada, con nombres opulentos de más letras que esperanza, se han ido confirmando los movimientos, cada uno más vacío que al anterior. Veo entonces candidatos inconscientes, uno que otro con delirios de mesías que ven en los Consejos de Juventud tan solo un primer escalón de una prometedora carrera política, y eso no es ni será nunca una renovación de la política colombiana, al contrario, significa su perpetuidad. ¡De tal tamaño es la hipocresía de nuestra Nación! Los mismos que se oponían a la burocracia, a la politiquería, a la mermelada y la maquinaria, son los mismos que hoy se lanzan delirantes de poder perpetuando una política arcaica donde la plata manda y el poder lo es todo. Esta gente no me representa, y espero, tampoco represente a los jóvenes que verdaderamente creemos en un cambio.
Ahora bien, he de reconocer que dentro de los candidatos hay personas sinceras, benévolas, capacitadas y esperanzadoras, y, aunque en mí opinión son contadas, más allá de todas sus capacidades han sucumbido a la misma clase política tradicional.
Los Consejos, de ser una propuesta seria, constarían de funciones mucho más importantes que las ambigüedades expresadas en la norma. Es más, a los jóvenes les podrían ser concedidas oportunidades de voz en las Alcaldías, responsabilidades de informes, asignación de toma de decisiones, administración de presupuesto; pero bien sabemos que esta propuesta actual es más bien un accesorio. No soluciona, ni enaltece. En su lugar, degrada a la juventud convirtiéndola en sujeto de burla. ¿Por qué lo digo? Porque en ninguna parte se le otorga un verdadero valor, no son órganos consultivos ni sus decisiones tienen carácter vinculante, es tan sólo una iniciativa figurativa de escuchar a los jóvenes sin realmente constar de garantías de que eso será como les fue prometido.
A pesar de todo, felicito a todos los aspirantes, pero les advierto: ¡han sido embaucados! Los mismos agentes de cambio, en contra de la caduca política colombiana, hoy han sido cómplices de un ejercicio de dominación de las viejas generaciones sobre las nuevas, y los jóvenes, aún inocentes, sueñan bajo los delirios del poder, que alguna vez también persiguieron los políticos que hoy están en él, pero afirmo que la culpa será tanto de los astutos políticos como de los jóvenes incautos.
Así, los políticos se ríen de los jóvenes de la misma manera en que yo me río de los candidatos. Después de todo, se ha montado un gran circo en el cual nos es permitido reír y señalar al ingenuo. Un gran circo donde solo algunos incrédulos han sido capaces de ser los más grandes payasos.
A votar en las urnas y a reír en el circo.
*Las posiciones y opiniones que expresan los columnistas son personales y no representan ni comprometen las posiciones editoriales de Al Derecho.
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